Jazz, jazz & more jazz

El Festival de Jazz sigue adelante para ir dejando muestras del jazz que se hace actualmente en todo el mundo. Si se caracteriza por algo este evento es, precisamente, por eso. No falta casi de nada. Es tal la inmensa oferta que realizan los organizadores que se convierte en un compromiso abrumador y, a veces, algo frustrante. El poder de la ubicuidad no nos ha tocado de momento

18 nov 2017 / 08:59 h - Actualizado: 18 nov 2017 / 11:32 h.
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  • Ron Carter- Golden Striker Trio. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
    Ron Carter- Golden Striker Trio. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
  • Bill Frisell Music for Strings. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
    Bill Frisell Music for Strings. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
  • Medeski’s Mad Skillet. / Fotografía © Carly Jo Morgan
    Medeski’s Mad Skillet. / Fotografía © Carly Jo Morgan
  • Dee Dee Bridgewater. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
    Dee Dee Bridgewater. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
  • Carátula del álbum «Memphis... Yes, I’m Ready». / El Correo
    Carátula del álbum «Memphis... Yes, I’m Ready». / El Correo
  • Fred Hersch. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid
    Fred Hersch. / Foto cortesía del Festival Internacional de Jazz de Madrid

El frío se ha ido instalando en Madrid sin hacer demasiado ruido. La falta de lluvias invita a pensar que eso del otoño es una ilusión y que nunca llegará, que ya no existe.

El paseo por Madrid en busca de buen jazz es agradable. Caminar por cualquier lugar en el que va a pasar algo importante, en compañía de un hijo, de un buen amigo; por qué no, en soledad; es siempre una experiencia. Caminar sabiendo que el final del camino estará en esa frontera que fija la música respecto al resto del universo, produce cierta emoción. Los conciertos de jazz siempre provocan sensación de exclusividad, lo que se escucha no se repetirá jamás, nunca jamás.

El Festival Internacional de Jazz de Madrid continúa.

Ron Carter- Golden Striker Trio

Reconozco que siento especial debilidad por Ron Carter. Pero creo que no exagero cuando afirmo que es uno de los mejores contrabajistas de jazz de todos los tiempos. Ni lo hago cuando digo que, actualmente, no hay más de cinco contrabajistas que estén a su nivel.

En cualquier caso, y no exagero, el concierto que se ha disfrutado dentro de la programación del Festival Internacional de Jazz de Madrid, fue estupendo. Carter llegaba acompañado del guitarrista Russell Malone. Ya lo hizo, por ejemplo, cuando se subió al escenario del Teatro Real de Madrid en marzo de 2006. Tengo que decir que con Russell Malone tengo un problema que no deja de ser una injusticia. Malone es un guitarrista de enorme categoría. Está anclado a lo más clásico del jazz y defiende su postura con uñas y dientes. Es capaz de sacar sonidos de su guitarra consiguiendo un swing sobresaliente. Todo eso es verdad, pero es guitarrista, estamos en España, y el que escribe ha tenido la enorme fortuna de escuchar a guitarristas como, por ejemplo, Paco de Lucía. Y eso es algo que te impide ser generoso con otros músicos. Para no ser más injusto de la cuenta, he de decir que la versión que Malone hizo de «Over the rainbow» fue emocionante, profunda y, si me apuran, conmovedora. La música que hace Malone recuerda muchísimo a la Wes Montgomery, algo que ya dice mucho y bueno. Y añado que estuvo a una altura que no se puede criticar en ningún caso. Pero Malone no es Paco de Lucía. También acompañaba a Carter el pianista Donald Vega. Un buen músico que entiende bien lo que quiere hacer Carter y eso es muy importante. Este músico conoce los estándares y los maneja con mucha solvencia. Buen compañero de viaje.

Ron Carter siempre ha dicho que uno de sus temas preferidos es «My funny Valentine» y esta pieza sonó en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Podría hablar de “Love for sale” o de “Eddies Theme”; podría referirme a la habilidad y delicadeza de Carter para coquetear con una suite de Bach en un magnífico solo, pero «My funny Valentine» fue la pieza que sirvió para que el trio (sin batería, por cierto, un aspecto a tener en cuenta para entender lo que intenta Carter) dejase constancia de una música que, a pesar de instalarse en lo que algunos defienden como puridad, alcanzan unas cotas de modernidad envidiables.

Un detalle importante. Este concierto se ha disfrutado un viernes. Tengo por costumbre invitar a uno de mis hijos. Al día siguiente no tiene clase. Me acompaña los viernes y los sábados por la misma razón. Le encantó el concierto. Tiene trece años y comienza a saber de qué va esto del jazz. Hoy, cuando el jazz no interesa demasiado a los jóvenes, que Carter, Malone y Vega, enamoren a un chaval tan jovencito es un dato más que sorprendente. Aunque no es extraño puesto que ante la elegancia del swing exacto no hay nadie que pueda resistirse.

Bill Frisell Music for Strings

Confieso que no sé si el concierto de este cuarteto de cuerda obliga a plantearme algo tan sencillo como es si la idea que tengo de lo que es jazz se ha quedado anticuada, si no estoy sabiendo entender la vanguardia o los experimentos musicales que me presentan como una parte más de la música que más me apasiona. No lo sé, ya no creo que sepa definir el jazz actual. Pero lo que sí tengo claro es que la propuesta de Bill Frisell es deliciosa, apasionante y todo un reto. Nos invita a un viaje que recorre desde el country y alguna forma de música popular con claras reminiscencias folclóricas («The Pioneers» es la pieza más pegada a este registro; luz a raudales en forma de fusas y corcheas) a territorios en los que el bebop ordenaba una forma de entender el jazz. Nos lleva de una versión, preciosa y muy cercana al gusto del gran público, de «What the world needs now is love» a piezas algo más exigentes aunque toda una demostración de buen gusto y original relectura de una partitura como es la versión de «Saint and Angels», del guitarrista Jon Damian.

Bill Frisell, con su guitarra, deja claro que su experiencia pesa más que cualquier otra cosa. Sin brillar de forma especial factura un concierto lleno de buen gusto. Los que destacan de forma especial son el violonchelista Hank Roberts y la violinista Jenny Scheinman. Él logra sostener el ritmo en cada pieza con un despliegue técnico y un sentido musical soberbio (¡cómo se enrosca con el instrumento con brazos y piernas mientras toca; como si se abrazase a la almohada al dormir!) y ella abre el abanico del virtuosismo en busca de sentido para dejar momentos que están al alcance de muy pocos músicos. Eyvind Kang, con la viola, pasa más desapercibido.

Otro concierto que ha provocado que mi joven acompañante haya decidido no quitarse durante un tiempo la camiseta que le regaló Luis Martín, director artístico del festival. Una prenda con la que se luce el logo del festival y ese primer amor a una forma de hacer música.

Medeski’s Mad Skillet

Si por algo se está caracterizando el Festival Internacional de Jazz de Madrid es por el esfuerzo de la organización para que todo tipo de jazz suene en los escenarios. Algunas de esas formas de entender el jazz no tienen un hueco definido y, me temo, que algunos ya no sabemos cómo llamarlas.

John Medeski es un pianista y organista de los de raza. Sabe lo que hace, sabe lo que quiere y, lo más importante, sabe cómo hacerlo en compañía de otros.

La psicodelia fue la gran protagonista de un concierto que buscaba, al mismo tiempo en el blues, una forma de mostrar el jazz de Nueva Orleans. Original, divertido, sin olvidar que las raíces del jazz arrastran al que lo ama a lugares comunes que se enmascaran en partituras con fisonomías aparentemente distintas, aunque sólo en la superficie. Las raíces son comunes.

La música que John Medeski hace junto a su banda Mad Skillet, tiene mucho de rock y de rhythm & blues, cosa que, por otra parte, es bastante más normal en el jazz actual de lo que se podría llegar a pensar. Pero se le puede sumar el groove en sus dos acepciones más frecuentes porque la base rítmica está en constante diálogo consigo misma y el sonido parece un motor inagotable de ritmo que invita, por lo menos, a mover los pies de forma nerviosa. Si el concierto de Medeski se hubiera hecho en un recinto adecuado para ello, el público no hubiera dejado de bailar.

Acompañaban a Medeski, que dejó claro que su fraseo, tanto al piano como sentado frente a su Hammond no se adorna con alardes vacíos; Will Bernard, un guitarrista muy completo que atacaba cada tema desde territorios en principio algo extraños que se desarrollaban con una finura y una contundencia poco habituales; Kirk Joseph con su tuba que demostró ser un músico con forma de cheque en blanco extendido al portador; y el baterista Julian Addison que estuvo francamente bien sin abusar de alardes excesivos.

Dee Dee Bridgewater & The Memphis Soulphony

Dee Dee Bridgewater es una especie de terremoto cuando se pone a cantar. Porque canta, interpela al público, se mueve por el escenario provocando a todo el que se deja... Y se convierte en un explosivo que estalla allí, a tu lado, sin concesiones. Dee Dee pone todo perdido de ritmo, de ganas de disfrutar de eso que tantas veces ha movido el mundo a un son o a otro.

El soul invadía el Festival de Jazz de Madrid. Las versiones de esta cantante que se recogen en el álbum «Memphis... Yes, I’m Ready» comenzaban a sonar haciendo que el público se pusiera a la altura de lo que pedía la cantante. Había que ver la platea cuando sonaba «Don’t be cruel».

Durante el concierto, la señora Bridgewater dejó claro que el homenaje a su tierra natal y la música con la creció, se enamoró o fracasó, era absoluto.

Gustó mucho una versión de «Who Am I Treated So Bad?» en la que la cantante se hizo acompañar por Monet Owens y Shontelle Norman, dos jóvenes que acompañan buceando en los sentimientos para decir las cosas de modo que no puedan existir dudas sobre lo que se siente al interiorizar una canción.

Los componentes de la banda eran un lujo para Dee Dee Bridgewater y para el público. Músicos que parecían vestir blues. Frente al Hammond y los teclados Farindell ‘Dell’ Smith (un músico con experiencia sobrada y con un swing espectacular), con el bajo Barry Campbell, a la guitarra Charlton Johnson (la mano derecha de este hombre parece convertirse en un garfio al tocar aunque es capaz de hacer contestar a la señora Bridgewater con una claridad sorprendente desde una postura imposible), en la batería Carlos Sargent, con la trompeta Curtis Pulliam y Bryant Lockhart con el saxo entra las manos. Y un repertorio infalible. Una muestra: «Burnt biscuits», «Going down slow», «Giving up», «B.A.B.Y.» o «Purple rain», por ejemplo. A eso no hay quien se resista.

Dee Dee Bridgewater es una de esas artistas que elevan el empaque de una programación, un valor seguro para los organizadores y para los que van a pagar una entrada. Porque, entre otras cosas, ama la música y provoca que los demás también lo hagan.

Si algún día ven un cartel anunciando un concierto de esta mujer, ya saben lo que tienen que hacer.

Fred Hersch Trio

Fred Hersch es un pianista y compositor que deja patente en cada tema una enorme sensibilidad, ideas nuevas y atractivas, un gran oficio. Con él sobre el escenario, esa discusión tan estéril sobre si las nuevas piezas o el estándar de siempre son mejores o peores, se queda, definitivamente, vieja. La labor cuidadosa, casi romántica, que realiza Hersch es suficiente para que el aficionado se olvide de todo durante el tiempo que está tocando su piano junto al contrabajista John Hebert y el baterista Eric McPherson. La música de Fred Hersch se sostiene sobre las cosas pequeñas, intensas, sutiles; sobre los silencios que en música hacen relevante lo que escuchamos. Y eso provoca que el clima en la sala de conciertos sea cálido, íntimo, casi familiar. Suena cada línea improvisada y la recibimos envuelta en una sensible forma de trabajar que nos hace pensar en el jazz como uno de los grandes logros del ser humano. Por si era poco, el directo de Hersch apasiona en el patio de butacas. Cuando un músico echa toda la carne en el asador, cuando la entrega es verdadera y el resultado alcanza cotas de calidad tan altas, el público se queda, primero boquiabierto, más tarde emocionado y por último se entrega sin reservas al reconocer la labor del artista.

Tal vez, el trío sea la formación que mejor va al estilo que despliega Hersch, con el que mejor desarrolla su concepto musical. El diálogo entre instrumentos fluyó deliciosamente. El casi desdén de John Hebert al arrancar notas del contrabajo (es curioso cómo busca con la mirada el lugar exacto del mástil del que sacará la primera nota al improvisar, siempre al límite del tiempo, siempre pareciendo llegar tarde) y su singular swing; y la búsqueda de sonidos muy ancestrales por parte del baterista; contrastan con lo que hace Hersch. Las emociones se multiplicaron y se escuchó al pianista mientras revoloteaba el jazz de siempre sobre cada línea armónica. Bill Evans, Keith Jarrett o Thelonious Monk, se dejaban ver por allí aunque filtrados por la fuerte y, al mismo tiempo, sedosa personalidad musical del pianista. Y el sonido del jazz aparecía teñido, del mismo modo, por la música clásica. Sobre todo en la pieza que interpretó en solitario. Las resonancias de esas piezas de la época romántica abiertas a todo tipo de improvisación, eran absolutas.

No puedo terminar sin hacer referencia a la calidad humana de este hombre. Su activismo y colaboración con asociaciones contra el SIDA y colectivos homosexuales, es tan enorme como importante.