Sobre la poesía barcelonesa en castellano

11 nov 2017 / 08:58 h - Actualizado: 07 nov 2017 / 08:42 h.
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  • María Mercé Marçal y Concha García. / Fotografía cortesía de Concha García
    María Mercé Marçal y Concha García. / Fotografía cortesía de Concha García
  • Montserrat Abelló (de espaldas y jersey rojo). / Fotografía cortesía de Concha García
    Montserrat Abelló (de espaldas y jersey rojo). / Fotografía cortesía de Concha García
  •  Cartel anunciando ‘El espacio sin nombre’. / Fotografía cortesía de Concha García
    Cartel anunciando ‘El espacio sin nombre’. / Fotografía cortesía de Concha García
  • Joan Vinyoli. / El Correo
    Joan Vinyoli. / El Correo

Este artículo se publicó en 2014 en un libro colectivo a propósito de la situación política en Cataluña. Se cumplían, además 100 años del nacimiento del poeta Joan Vinyoli. Concha García lo ha reescrito y hace un repaso a esta situación que en lo esencial no ha cambiado en el ámbito de las escrituras en castellano y catalán. Podría revertirse si hubiese más colaboración institucional y la realidad se ajustase a lo que ocurre.

En 1980, José Agustín Goytisolo publicó en la editorial Lumen 40 poemas de Joan Vinyoli y creyó necesario redactar unas líneas que informaran sobre la historia de Catalunya. Recordaba que Catalunya era una nación claramente diferenciada dentro del Estado español, y concluía: “Pese a obstáculos y avatares, opresiones e injusticias históricas que a grandes rasgos se han trazado aquí, el valor de los escritores en lengua catalana es sorprendentemente alto en el contexto de la literatura universal. De ello nos va a dar prueba concluyente la poesía de Joan Vinyoli”. Casi veinticinco años después podemos decir que está sucediendo exactamente lo mismo, pero al revés.

Actualmente, en Barcelona y Catalunya en general, se da una realidad que no deja de ser paradójica. Como en todas partes, hay poetas, solo que aquí se segregan por la lengua en la que escriben, lo que provoca que quienes escribimos en castellano seamos borrados del mapa por las instituciones catalanas. Casi nadie se atreve a hablar de este asunto porque se tiene miedo al qué dirán, o que te acusen de españolista y anticatalanista, cuando mi sentimiento no es en absoluto nacionalista, ni en una dirección ni en otra. Un silencio consensuado e incómodo nos hace hablar con la voz muy baja de este asunto y nos preguntamos hasta dónde llegará todo esto.

Tengo una fotografía de 1987 en la que comparto mesa de lectura poética con las poetas catalanas Montserrat Abelló, que falleció en 2013, poeta reconocida institucionalmente (Premi Nacional de les Lletres Catalanes, entre otros muchos), y con María Mercé Marcal, que murió demasiado joven, en 1998. Hoy es un icono en las letras catalanas.

En aquellos tiempos no había líneas divisorias entre unos y otros. La tercera, que soy yo, afortunadamente viva, he dejado de existir como poeta en Barcelona. La carrera literaria de mis compañeras de foto llegó a la cima más alta. La mía se quedó en otros ríos cuyos afluentes nunca dieron al mar de Catalunya.

Explico esta anécdota porque ilustra muy bien la poesía escrita en castellano en Barcelona, algo que no ocurría hace unos años. La tarea de segregación ha sido lenta y casi sin darnos cuenta, nos vemos excluidos. Ya no hay para nosotros posibilidad de participar en festivales de poesía, solo si te invitan como poeta en lengua extranjera, y mucho menos de ámbito internacional. Tampoco existe la posibilidad de ver algún poeta en castellano en los programas de lecturas poéticas que organizan las bibliotecas, ni la de ir a un Instituto de Enseñanza Secundaria, y menos la de aparecer en una antología. El borrado es total. Como he dicho, hace unos años no era así. Yo misma he organizado en Barcelona unas jornadas poéticas que se realizaron entre el año 2000 al 2010. He sido colaboradora del suplemento cultural del diario Avui (ahora El Punt Avui) durante varios años. Coordiné con Rosa Lentini un número en la revista granadina Ficciones sobre ‘25 años de poesía en Barcelona’. He publicado en editoriales barcelonesas (Icaria, Tusquets, Carena). He sido cofundadora del Aula de Poesía de Barcelona, además de formar parte en tertulias como las de Amagatotis en los años ochenta y Café Bauma, en los noventa.

En 2014 se cumplieron cien años del nacimiento del poeta Joan Vinyoli (1914-1984), y en un suplemento cultural barcelonés le dedicaron las páginas principales. Tenemos ediciones completas, antologías, página web, conferencias y homenajes, lo que no es de sorprender, ya que Vinyoli fue un poeta excelente, más bien pesimista y doliente, que escribió una obra lo suficientemente turbadora como para que sea recordado y traducido, y aquí me detengo.

La traducción al castellano es del poeta y traductor Carlos Vitale, argentino afincado en Barcelona desde 1981, a sus espaldas varios premios de traducción en lengua italiana y varias traducciones de otros poetas catalanes. El prólogo nos acerca al alma de su poesía, conciso y certero lo ha escrito el comisario de la conmemoración del año Vinyoli, el escritor Jordi Llavina. Vinyoli fue el primer escritor en catalán que recibió el Premio Nacional de Poesía (post-mortem), fue reconocido por sus traducciones al castellano y por los elogios de su obra como los de Juan Luis Panero, Vicente Valero, el mencionado José Agustín Goytisolo, entre otros.

Una manera posible de construir la tradición literaria consiste en nombrarse unos a otros alrededor del poeta mayor aprovechando que se celebra un evento relacionado con su muerte o con la primera edición de su libro. El mapa se queda muy pequeño porque casi siempre son los mismos quienes están en todas partes, y al final no sabemos, en caso de que Vinyoli estuviese vivo, hasta qué punto estaría de acuerdo con la gama de elogios que flotan alrededor de su obra. No fue reconocido por sus compañeros de generación, más bien fue un hombre solitario al que le gustaba tomarse unas copas después de salir de la editorial Labor, donde trabajó casi toda la vida. Allí departía con Carlos Barral. Qué lejos queda la Barcelona de Gil de Biedma, Goytisolo, Moix, Amelia Romero, José Batlló y la de mi propia historia, también, como escritora.

Volviendo al hilo del relato, la traducción al castellano de la antología bilingüe, que recoge 33 poemas imprescindibles de Joan Vinyoli (La mano en el fuego), no es apenas mencionada en el suplemento catalán, tan solo es visible una reproducción de la portada en el lateral de la pàgina. Me temo que si hablásemos de una traducción inglesa o francesa, otro gallo habría cantado, pero no es más que la sospecha de quien escribe estas líneas.

Joan Vinyoli es uno de los poetas imprescindibles que recomiendo leer. Intenso, cotidiano, realista, pesimista, lúcido, poco amigo de seguirle el juego a nadie y luminoso. Traductor de Rilke y buen receptor de su obra, se tomó en serio aquella máxima del entonces joven poeta alemán que en los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, decía que la poesía no es cosa de sentimientos, sino de experiencias. Fue pobre, tuvo que ponerse a trabajar muy joven en la editorial Labor que después sería absorbida por la editorial Barral. Allí trabajó toda su vida hasta que se jubiló. Vinyoli se sintió marginado por la crítica y los poetas de su tiempo, relegado de las antologías por no haber compartido las corrientes estéticas del realismo social. Así los expresaba:

«Al acercarse la vejez, todavía continúo persiguiendo lo real poético a pesar del silencio y la marginación en la que algunos pontífices de la crítica del país me tiene y me tendrá porque resulto incómodo y ya lo saben todo y no encajo en sus parámetros». Le darían a título póstumo , un año después de su muerte, el Premio de la Generalidad Ciudad de Barcelona, el Ciudad de Mallorca y el Serra d’Or. Lamentable.

Vivo en Barcelona desde mi infancia, pero no me atrevo a llamarme catalana. Soy consciente de que hablo de una ficción, pues es tan casual haber nacido en Córdoba como en Ingeniero Jacobazzi, y aunque se proclame que catalanes pueden serlo todos, no es cierto. Aquí mandan las familias de siempre.

A medida que la ola de nacionalistas desde las cúpulas institucionales se extiende hacia abajo, me siento menos de Barcelona. Ya sabemos que las identidades son cambiantes , por eso estamos en un momento poroso para los que quienes han ido perdiendo esperanza en las políticas de los últimos años, siempre a favor de los más ricos, se aferren a la identidad nacionalista. Es cierto que las ciudades cambian y no podemos evocarlas con melancolía, sentirse de un lugar u otro es cuestión de amor, de cooperación e integración, y sobre todo, de no olvidarse de una parte de la historia. Las malas políticas acaban estallando entre las personas. Sabemos que las masas son potencias y sería lamentable un enfrentamiento de más calado.