miércoles, 03 abril 2024
11:23
, última actualización

Mujeres de quitarse el sombrero

A las ‘chicas del 27’ las echaron de España y de los libros. Para que ellas y sus obras entren en las escuelas ha nacido el proyecto ‘Las sinsombrero’, un acto de justicia con las víctimas de la guerra, el exilio y el machismo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
16 may 2016 / 10:26 h - Actualizado: 16 may 2016 / 10:32 h.
"Historia"
  • Tania Balló, una de las personas que han activado el reconocimiento. / El Correo
    Tania Balló, una de las personas que han activado el reconocimiento. / El Correo
  • Mujeres de quitarse el sombrero

En pleno exilio argentino, sobreviviendo a la distancia gracias al mismo oleaje atlántico que solo un marinero puede percibir en cualquier tierra, incluso veinte años después, Rafael Alberti concibió una obra de teatro titulada Noche de guerra en el Museo del Prado en la que los personajes de los cuadros levantaban una barricada contra los fascistas a los que no les importaba destruir la principal pinacoteca de España. El drama se estrenó en Roma, cuando al poeta de El Puerto le faltaba poco para volver, como volvió de hecho para recuperar un sitio en el Congreso, en los libros de texto y en la mala conciencia de todo un país. Sin embargo, su compañera sentimental hasta entonces, María Teresa León, no esperó tanto para defender los cuadros del Prado, pues en plena Guerra Civil, cuando era la secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas, se convirtió en una destacada valedora para la salvación de cientos de obras que efectivamente se salvaron gracias a su valentía. Pasó la guerra, y el franquismo, y el siglo, pero incluso hoy esta mujer que fue la primera en conseguir un doctorado en Filosofía y Letras de toda España, autora de más de veinte libros, sigue siendo recordada simplemente como la primera mujer de Alberti.

Manuel Altolaguirre, otro poeta del injusto destierro, volvió a España en los años 50, cuando ya había triunfado en Latinoamérica como poeta, editor y hasta director de cine, pero al regresar del estreno de su película en San Sebastián se estrelló junto a su nueva esposa cubana en un accidente de tráfico, lo cual no fue óbice para entrar por derecho en la gran nómina del 27 de todos los libros de texto. Su mujer hasta casi entonces, Concha Méndez, que había montado con él en Madrid una imprenta para editar los versos primerizos de todos sus compañeros y que hizo lo propio en La Habana con las obras del exilio de todos ellos, se hundió en el silencio durante décadas, resucitó apenas con un poemario en plena Transición española y fue ignorada incluso al morir en 1986 en medio del anonimato que afectó y ofendió a tantas mujeres como ella, como su amiga Margarita Manso, como su cómplice Maruja Mallo, la pintora que después de codearse en París con Magritte y Miró y de que dijera de ella el mismísimo Andy Warhol -en una Nueva York que la admiraba- que sus retratos prefiguraban el pop art norteamericano, volvió a una España grisácea que no percibió en ella sino a una vieja tan moderna como chiflada y que no supo apreciar su vanguardia de tantas décadas atrás, cuando en plena Puerta del Sol experimentó el arrebato de pasear sin sombrero y sin miedo a que la tacharan de prostituta para soltar a continuación: «En caso de llevar sombrero, llevaría un globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto, y así cuando me encontrara con alguien conocido, le quitaría al globo el sombrero para saludar». Todo un desplante precoz de quien ideó la performance de ir por el centro madrileño sin sombrero, como solían las féminas, y quien había de provocar sin saberlo casi un siglo después un proyecto crossmedia –a través de todos los medios que se multiplican hoy en día a nuestro alcance- que lleva precisamente por nombre Las sinsombrero y que aglutina a ocho mujeres que no desmerecen en méritos e interés a los ocho típicos nombres de la Generación del 27. Frente a los Lorca, Alberti, Guillén, Diego, Aleixandre, Alonso, Cernuda y Salinas, los estudiosos Tània Balló, Manuel Jiménez y Serrana Torres han aportado otros ocho nombres femeninos que no solo merecen el mismo trato en los libros de texto, sino que vivieron con sus compañeros las mismas noches de fiesta, sus mismas risas, sus mismos sueños de un mundo mejor pese a las tinieblas que lo cubrieron todo desde julio de 1936..., con la diferencia de que para ellos solo fue cuestión de que acabara el franquismo y para ellas la cuestión ha sido que en pleno siglo XXI continúan marginadas. Además de las citadas María Teresa León, Concha Méndez y Maruja Mallo, en esta nueva nómina de la Generación del 27 en femenino plural están Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Marga Gil Roësset y María Zambrano (tal vez esta última la única reconocible en el panorama cultural del último medio siglo).

La Generación del 27 ha gozado ya de varias recuperaciones: la de sus novelistas, la de sus pintores, la de sus científicos... Porque una generación es un grupo de gente contemporánea, aunque por la fuerza lírica de aquellos poetas se confundiera muy pronto generación con grupo poético de la misma. Porque si eran del 27 poetas como García Lorca o Emilio Prados, también lo eran el cineasta Buñuel, o el pintor Dalí, o el novelista Max Aub o el científico Severo Ochoa... ¿Pero dónde quedaron las mujeres?

La idea de recuperar la Generación del 27 en femenino la dejó caer a principios de siglo el escritor y guionista Jorge Carrasco, que había descubierto a su vez en un libro de Ian Gibson que en el mundo cultural de Lorca pululaban muchísimas mujeres con acento propio. Y a partir de 2008 la fue madurando Tanià Balló -una de las tres componentes del grupo de trabajo de Las sinsombrero, que difunde ya sus investigaciones en un libro publicado por Planeta y cuya cuarta edición se presentó la semana pasada en la Feria del Libro de Sevilla de la mano de otras mujeres ilustres como Amparo Rubiales y Pepa Bueno; en un documental que acoge la web de Radio Televisión Española tras haber protagonizado la última edición del Festival de Cine Español de Edimburgo; y en las omnipresentes redes sociales-, pero el principal acicate para que la idea se hiciera mayor fue el comentario que Balló descubrió en el blog de una profesora malagueña, Ana Cid, que comentaba que una de sus alumnas preguntó en clase que por qué en el 27 no se estudiaban mujeres. Aquella cuestión escolar constituyó un antes y un después. «Aquello me animó a investigar mucho más y, como dice Felipe Alcaraz en el documental, si la de aquellos hombres fue la Generación de Plata, la que integraron las mujeres fue la Generación de Oro». Sin embargo, entonces no se supo ver, ni luego, ni siquiera por los propios integrantes masculinos de la Generación del 27, que se codearon con ellas durante años. «Porque eran modernos, sí», explica Balló, «pero machistas». «El proceso empieza por la invisibilización y continúa por el olvido social, que es un acto colectivo involuntario».

No importaba que Ernestina de Champourcín, la mujer de Juan José Domenchina, hubiera sido poetisa precoz y enfermera, lo hubiese acompañado codo con codo por el exilio francés y mexicano y hubiera seguido publicando hasta que en 1992 fuera propuesta para nada al premio Príncipe de Asturias. Tampoco importaba que Rosa Chacel, tertuliana habitual del mismísimo Ortega y Gasset, abandonara su primera vocación por la escultura para convertirse en la principal novelista de su generación, y cuya novela Barrio de Maravillas fuese terminada tras pasar por los exilios suizo y brasileño en su pisito de Madrid, con más de sesenta años y una beca a la que se agarró como su última oportunidad. Ni por supuesto pareció importar que Josefina de la Torre –más allá de que fuera la segunda mujer de Gerardo Diego- fuera actriz, concertista, poeta, fundara una compañía de teatro y publicara novelas. Ni que Marga Gil Roësset fuera reconocida como imponente escultora no solo por el matrimonio Juan Ramón Jiménez – Zenobia Camprubí, sino a nivel internacional, aunque un arrebato romántico la llevara a quitarse la vida en 1932 previa destrucción de casi toda su obra... Nada de ello importó durante demasiado tiempo, pero el proyecto Las sinsombrero está decidido a que sí importe a partir de ahora.

Los tres compañeros de Las sinsombrero han conseguido ya colar un proyecto educativo en el Ministerio de Educación a través de un trabajo en común con el equipo del Centro Nacional de Innovación e Investigación Educativa (CNIIE) y que persigue justamente integrar en las aulas de los colegios e institutos de España esta paridad real de la Generación del 27, e incluso que así la recojan en sus libros de texto las editoriales dedicadas a los manuales de Lengua castellana y Literatura. «Ya en octubre del año pasado se dio un paso muy importante en el Congreso», recuerda Balló, «gracias a una propuesta de IU, que se aprobó por unanimidad, en la que se pedía esta integración de las autoras del 27 en los planes de estudio». Que ellas mismas se quitaran el sombrero fue el primer gesto de liberación. Que ahora, con tocado o sin él, vuelvan al lugar que les corresponde sería el primer paso de memoria histórica y justicia poética.