«¡Dejadme en paz! ¿Por qué hay que definir una película?»

El director Manuel Martín Cuenca y su equipo presentan en Sevilla ‘El autor’, con Javier Gutiérrez y Antonio de la Torre

05 nov 2017 / 18:14 h - Actualizado: 09 ene 2017 / 20:32 h.
"Cine","Festival de Cine Europeo 2017"
  • De izquierda a derecha, Pablo y José Luis Perales, Adelfa Calvo, Javier Gutiérrez, Manuel Martín Cuenca, Antonio de la Torre y Rafael Téllez, ayer en la presentación de ‘El autor’ en el Festival de Cine de Sevilla. / El Correo
    De izquierda a derecha, Pablo y José Luis Perales, Adelfa Calvo, Javier Gutiérrez, Manuel Martín Cuenca, Antonio de la Torre y Rafael Téllez, ayer en la presentación de ‘El autor’ en el Festival de Cine de Sevilla. / El Correo
  • Javier Gutiérrez y Antonio de la Torre en esta película. / Julio Vergne
    Javier Gutiérrez y Antonio de la Torre en esta película. / Julio Vergne

De vez en cuando, interrumpiendo el rutinario desacuerdo que marca la existencia de la especie humana, se producen extraordinarias conjunciones de opinión en las que el mundo parece ponerse de acuerdo en torno a una idea, da igual lo relevante o lo estúpida que esta sea: la paz en el mundo, una aplicación de móvil, el peinado de moda o lo importante que es que existan ciertas películas. La epifanía de ayer, en Sevilla, fue de estas últimas. Se percibió ese consenso en torno a El autor, el último largometraje del almeriense Manuel Martín Cuenca, basado en la novela corta El móvil, de Javier Cercas. Los actores –Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Adelfa Calvo y Rafael Téllez– y los autores de la banda sonora –José Luis Perales y su hijo Pablo– compartieron en su encuentro con la prensa local la impresión colectiva de que en el cine ha mejorado alguna cosa, ha crecido algo aprovechable e ilimitado, gracias a esta película.

De momento, algo importante sí que ha ganado el propio Festival de Cine Europeo de Sevilla, en cuyo apartado Special Screening se inscribe esta producción: que el equipo casi al completo de una película tiene la gentileza de tomárselo en serio. Menos la sevillana María León, ausente por razones que no se explicaron, allí estaban todos los antedichos y algunos más. No siempre todos los que debieran acuden a defender sus películas, con incomparecencias comprensibles, pero que nunca se producen en Cannes, en San Sebastián ni en Venecia. Que los responsables de El autor tuviesen para el certamen sevillano la misma consideración que para el más rutilante y pomposo festival resulta de agradecer. No es lo único: Sevilla es, además, el escenario de la película.

«Se me ocurrió que fuera en Sevilla –porque en la novela de Cercas la ubicación es indeterminada–, primero, porque yo tenía muchas ganas de rodar en esta ciudad, porque es una ciudad hermosa, es una ciudad con un gran río, una ciudad alrededor de la cual se ha construido toda una historia de nuestra tierra», explicó Manuel Martín Cuenca, el director. «Y por otro lado, es una ciudad que reflejaba de alguna manera esa grandeza a la que aspiraba el personaje de la novela». Grandeza (la del personaje) harto discutible. La sinopsis de la película dice lo siguiente: Álvaro, tras separarse de su mujer, Amanda, escritora de best sellers, decide cumplir su sueño de escribir una gran novela. Ante su abismal falta de talento, y siguiendo los consejos de su profesor de escritura (que quiere realidad en sus textos) decide empezar a manipular a sus amigos y vecinos para crear una historia real que superará con creces la ficción.

«Es una novela sobre un acto de creación», explicó Martín Cuenca, y para esa misión delicada pensó desde un inicio en el protagonismo del asturiano Javier Gutiérrez (La isla mínima, Águila Roja). «Yo, el personaje, aparte de todo, quería que lo interpretara Javier, al que conocíamos desde hacía mucho tiempo. Un día lo vi actuar, estaba haciendo Hamelin en el teatro, y pensé en ese momento: algún día quiero trabajar con ese gran actor. Porque me puso los pelos de punta».

Cuando por la terraza del Hotel Hesperia circula el comentario de si lo que ha hecho es una comedia u otra cosa, el realizador casi se pone en pie para sofocar definitivamente cualquier insurrección al respecto. «Bueno, no. A ver, a ver. No, que quede claro. No quería decir que era una comedia. O por lo menos, no públicamente. Algunos preguntaban pero ¿esta película qué es, qué es?, y yo: ¡Dejadme en paz, dejadme en paz! [risas generalizadas]. Me decían: Hay que definir esta película. Y yo: Pero ¿por qué? Incluso durante el rodaje del equipo decían no, no, es una comedia. Que no, que no es una comedia. Es decir: había una ironía, un sentido del humor que yo creo que siempre he tenido y que me apetecía explorar. Pero no queríamos hacer conscientemente una comedia. Queríamos que el público, la gente, la crítica definieran lo que es la película. Porque alguien que no ha hecho comedia y de repente quiere hacerla comete un acto de prepotencia, como decir os voy a enseñar. Es un atrevimiento que te puede costar caro si te metes en un terreno que no es el tuyo».

La música de Perales

Pero meterse en terrenos ajenos también puede ser vivificador, como testimonió José Luis Perales. «Fue una sorpresa que me llamara para hacer la música, me pareció maravilloso», dijo el de Cuenca. «Nunca había hecho una aventura así, de poner mi música a una película. Solamente una vez, Carlos Saura metió una canción mía, que ya hacía un año que se había promocionado, en Cría cuervos».

Invitado por Perales, Martín Cuenca explicó que igual que tenía claro que quería a Javier Gutiérrez, también estaba seguro de no querer a un músico de cine. «Y no porque no lo respete, sino porque mis dos anteriores películas no habían tenido música, y no quería que la de esta película la hiciera un músico de películas. Estaba buscando a alguien que hiciera otra cosa, que aterrizara de repente y aportara algo, una mirada diferente. Estaba buscando a un gran músico no de cine. Y a mí José Luis siempre me ha gustado; me parece uno de los mejores compositores que ha dado este país. Sus canciones, su música... él ha sido capaz de llegar a millones de personas porque es directo, honesto, claro, sencillo y al mismo tiempo grande. Entonces metimos en el guion Se me enamora el alma, de Isabel Pantoja, sin yo saber que era una canción de José Luis Perales, porque es una canción maravillosa también. Entonces estábamos con la cosa de los derechos y me dice un día el director de producción: Estamos negociando con tal porque la canción es de José Luis Perales. Y yo me quedé así, y digo ¿de José Luis? ¿Esta también es de José Luis?», y entonces se preguntó qué pasaría si le encargara las canciones de la película. «Fui a casa, lo hablé con mi mujer, le pareció una idea excelente y ahí, de pronto, nos volvimos locos y dijimos oye, hay que localizar a Perales y convencerlo».

«A mí me sorprendió mucho que me llamara Martín Cuenca», reconoció el compositor. «No conocía mucho su cine, la verdad, pero en unos días me di un atracón con todas las películas que había hecho y me encantó ese tipo de cine. No es el cine comercial facilón; es un cine muy interesante que me recordaba las películas que yo veía en mi colegio de adolescente, de Ingmar Bergman, ese tipo de cine que es tan profundo, tan de silencios, y me encantó todo lo que vi. Me pareció una responsabilidad poner música al cine que hace este hombre, qué canción voy a hacer yo, qué música. Pablo [el hijo de Perales] iba a hacer la música incidental, y lo hizo fantásticamente bien, con los músicos que graban conmigo habitualmente mis discos. El director vino a visitarme dos días antes de empezar a rodar. Yo quería saber cómo era el guion, claro, pero me tenía que ir a América de gira. Y agarré el guion, me lo llevé a América bajo el brazo, y muchas de las siestas que pensaba echarme allí las empleé en leerlo. Me aprendí casi de memoria todas las escenas, para cada una de ellas imaginaba una canción y una música que yo quería poner, pero al final eran tantos los matices que tenía la película, y tantos matices los que debía tener la música, que decidí hacer una canción con todo aquello de lo que trata la película. Empecé a escribir, hice dos canciones y se las canté con la guitarra al director, a pelo, cosa que nunca había hecho. Pero me convenció mi hijo Pablo, diciéndome que para lo que tengo que decir no necesito orquesta. Y es verdad, yo no soy un cantante, soy un contante de historias. Y agarré la guitarra y me fui al estudio. Y cuando las escuchó me dijo: Estaba seguro de que lo harías. Y dije: ¡Hay que ver este hombre, qué seguridad en sí mismo! [más risas generalizadas]. Quedó muy bien en la película y estoy muy contento del resultado».

Pablo, por su parte, quiso añadir que «Manuel ha sido un maestro». La razón: «Porque nos ha guiado en el proceso de cómo la música debe empujar la imagen, debe integrarse. Ha sido un proceso fantástico». Y estando en esos elogios, Manuel Martín Cuenca decidió comentar un detalle esencial, aprovechando para ello la solemnidad de estar en Sevilla, «la casa madre del otro cine español». Y eso que quería decir es que «la banda sonora, que es excelente, no va a poder estar entre las candidaturas de los Goya a banda sonora. Y no va a poder estar porque la Academia tiene una idea de que solo a partir del 15 por ciento de música en la película se puede ser candidato. Y yo pienso que volvemos otra vez a los cánones en los que hay que poner mucha música en las películas. Por qué el 15 por ciento, por qué no el 20, por qué no nada. ¿Cuándo hemos medido en cada momento dónde exactamente tiene que ir música? Sinceramente, me parece injusto».

Rafael Téllez, siguiente en intervenir, confesaba haberse enamorado de su personaje y haber descubierto en esta película (allá quien se niegue a las clasificaciones) una obra de humor negro a la altura de los clásicos. «Yo sí vi una comedia en ese guion. Vi ahí un Capra», que le sugería algo que le hacía pensar en Arsénico por compasión, «y en Javier veía a un Woody Allen». La actriz Adelfa Calvo destacó por su parte la conexión con el director y el haberse «dejado el alma, y no podía ser de otra manera: él te invita a hacerlo, es un director muy cariñoso, muy generoso con los actores».

Y ahí fue cuando intervino Javier Gutiérrez. «Manolo tiene una metodología de trabajar con los actores muy particular y que a mí me ha ayudado a afrontar esta película y me ayudará a enfrentarme al resto de personajes que encarne a partir de ahora. Para mí hay un antes y un después de trabajar con este señor, que es el mejor director de actores de este país. No sabía, cuando me enfrenté a esta película, si era una comedia, un drama, un musical... Pero cuando los actores estamos acompañados por directores que saben lo que hacen y se meten a trabajar con los actores, se obtienen trabajos como los de esta peli. Y que a esta película le vaya muy bien, porque al cine español le hacen falta más Martínez Cuencas y más películas como El autor».

«Sobre todo, es una persona muy generosa», coincidió Antonio de la Torre», un director que nunca, por respeto y por madurez, te va a poner en el chantaje o en el compromiso de decirle a un actor te necesito. Pero nosotros tuvimos una conversación y yo sabía que era así. Lo comenté con mi mujer, y le dije que sí. Y curiosamente, tras lo que empezó como hacerle un favor a un amigo, me he encontrado con uno de los papeles más lucidos de mi carrera. Esto es una metáfora de lo que es el cine, un camino que no sabes adónde te va a llevar».