«¿Qué esperas? ¿Que te publiquen aquí? ¿Quién?»

El cómic ha vuelto a agarrar en Sevilla como una especie de herejía artística de moda. Paco Cerrejón, Abel Ippólito, Diego Galindo y el Irra conversan sobre las vicisitudes del género y de ellos mismos a la hora del desayuno en Caótica

01 nov 2017 / 20:27 h - Actualizado: 01 nov 2017 / 20:32 h.
"Cómic","Entrevista"
  • Un momento de la tertulia celebrada en Sevilla entre expertos y autores del mundo del cómic. / Manuel Gómez
    Un momento de la tertulia celebrada en Sevilla entre expertos y autores del mundo del cómic. / Manuel Gómez

El cómic también se habla. Lo demuestra una curiosa tertulia celebrada en la Caótica, antro excelente del culturetismo sevillano, foco de historias e historietas, mezcla de infusión y de relato, heredera de extravagancias varias, donde se juntan a conversar el gestor cutural del ICAS y experto conocedor de los tebeos Paco Cerrejón y los autores Diego Galindo, el Irra y Abel Ippólito. Tan interesante se pone la charla que a veces parece que está dibujada en viñetas. Es la magia del género.

Abel Ippólito (con su voz de no molestar, retrepado casi sobre la mesa central del café que hace de vestíbulo del establecimiento de la calle José Gestoso): Hay una cosa con la que yo, con la edad, intento tener mucho cuidado. Vivimos en un medio artístico donde la gran mayoría de aficionados quieren ser autores.

(¡Ay, amigo!, entona el lloroso coro griego siempre presente en este tipo de locales de alterne intelectual.)

Paco Cerrejón: El otro día leí en un artículo que hay más escritores que lectores.

Abel Ippólito: Y yo cada vez intento más pensar no en mis amigos que dibujan cómics, sino en alguien que no los ha leído nunca.

El Irra (no contento del todo, como corresponde a su condición de autor y, por ende, rebelde): Yo cuento con el aliento popular, con que eso lo pueda leer cualquier persona. Es la meta que me puse. Podría ser críptico, hermético, podría ser un Silueta pero no quiero serlo; quiero crear una obra popular, lo que pasa es que hay mucha homogeneidad cultural. Parece que es un crimen hablar de un tema localista como El mundo es nuestro o algo de eso, ¿entiendes?, no todo tiene que ser Faulkner.

Abel Ippólito: Ojo. Faulkner era el tío más localista del mundo.

El Irra: Me gusta hacer un cuaderno de campo de mi entorno. Ahora todo parece que tiene que ser impersonal, anónimo.

—Diego Galindo (que, contra su tendencia a poner los puntos del sentido común sobre las íes de la lógica, llevaba ya demasiado tiempo callado): No creas.

(Los del coro griego se miraron, esperando más.)

El Irra: Y si hablas de tu entorno, parece que tiene que ser costumbrismo pero tirando a amable, no puede tener cierta crítica.

Diego Galindo (recordando que el Irra ha publicado su lacerante libro Palos de ciego): Bueno, tú lo has hecho.

El Irra: Claro que lo he hecho, pero me han tenido que publicar unos vascos.

Diego Galindo (estupefacto, al igual que los del coro): Pero ¿qué esperas? ¿Qué te publiquen aquí? ¿Quién?

El Irra: ¡Pues de eso te estoy hablando! Que esto sería impensable en los noventa y en los ochenta.

Diego Galindo: A ti te han publicado unos vascos. Yo me he tenido que ir a EEUU a que me den de comer.

(Suena la música de El bueno, el feo y el malo. Solo mentalmente, pero suena. Pasa un ovillo de maleza.)

—El Irra: Habrá que ver dentro de un par de años si no estoy yo a la cola.

Diego Galindo: No, a la cola estamos siempre allí.

(Risas socarronas y codazos.)

El Irra: Además, ese ha sido el mantra siempre. Yo me iba a casi todas las charlas que organizaba Paco Cerrejón en los Encuentros del Cómic, a ver qué decían los autores de cómo estaba la situación, y todos decían lo mismo: que era imposible dedicarte a esto. Que tenías que dedicarte a hacer diseño. Y desanimaba.

Diego Galindo: Estamos mezclando dos cosas. Arte e industria. El mercado absorbe lo que absorbe. Y está en el momento en el que está. Y tú no puedes llegar (o sí) con una obra de arte maravillosa que el mercado en ese momento no te la compra. Y que diez años después sea la leche. Que eso ha pasado con muchísimas obras.

Paco Cerrejón: ¡Cuántas editoriales que no son de cómic tienen ayudas, y gracias a esas ayudas pueden apostar por una obra más diferente, más difícil, más joven?!

(¡Verdad!, parecen decir los de las máscaras griegas, con sus cabeceos.)

Diego Galindo: Ahí voy yo también. ¿Hasta dónde está dispuesto ese político que da esa subvención, esa ayuda, a que esa editorial que apuesta por esos jóvenes haga unas obras que hasta dentro de una década no se puedan entender? La gente también podría preguntar que adónde va su dinero.

Paco Cerrejón: Es que no es a fondo perdido. Es como cuando das para una investigación sobre el cáncer. No te lo van a curar hoy.

(En esto, el corifeo fantasmagórico que sobrevuela el lugar desliza una pregunta: ¿Cuánto se cobra, a todo esto? Vuelve a rodar el matojo. Suena la armónica. Alguien dispara.)

Diego Galindo: Supongo que depende de tu contrato. Te pagan por página. Aquí está entre un ocho y un diez por ciento. A lo mejor lo que la autoridad tiene que hacer es, más que subvencionar, ir por ese camino y regular las condiciones del autor.

El Irra: Eso es lo que estamos intentando.

Paco Cerrejón: Y si yo para hacer un tebeo necesito un año o dos, ¿qué tengo que estar, los dos años de autónomo pagando 300 pavos al mes? Ahora mismo hay una comisión en el Congreso viendo el Estatuto de Artista. Que es una vergüenza que este país no haya tenido. El proceso de elaboración del cómic es trabajo, los ensayos son trabajo, y todo eso tiene que estar regulado. Pero el cómic no va a estar en ese estatuto por una sencilla razón: no estamos organizados.

Abel Ippólito: No estamos organizados. Un fallo nuestro. Yo he conocido a Irra hoy, y aquí cada uno está en su casa nueve horas o diez haciendo cómics y no tenemos tiempo para otra cosa.

(Difícil sindicarse, es lo que parece susurrar el mismísimo local, atento a la conversación.)

El Irra: Nos vemos todavía infravalorados y tenemos eso metido en la cabeza. Se nota en todos los autores cuando hacen una entrevista. Por ejemplo, yo elevo siempre la voz y me gusta dar siempre alguna patada, pero la gente mantiene siempre un tono medio, como si le diera vergüenza.

Paco Cerrejón: Yo estuve en el momento en que intentamos crear una academia, que nos reunimos primero en Granada y luego en Barcelona, y aquello fueron palos en las ruedas del propio sector por todos lados.

Diego Galindo: Yo, personalmente, lo que no tengo es tiempo. Estoy currando diez u once horas diarias, no me voy a poner ahora otras ocho, porque es que no tienes día. Yo necesito descansar, vivir.

Paco Cerrejón: Pero bueno, hay gente que tiene más tiempo, gente a la que le tira más lo organizativo? En fin, afortunadamente hay gente para todo. Pero la realidad es que se ha intentado mil veces, y hay una falta de confianza? Yo me acuerdo de que el gran debate de la academia era que solo debería haber autores. En el momento en que se quedaron solo los autores, no hubo nadie que sacara adelante los estatutos. Es como decir: redacta tú los estatutos, pero tú no puedes estar.

Diego Galindo: Necesitaríamos una especie de dirección, de administración. Porque los autores no vamos a ser capaces, trabajando tal y como trabajamos ahora mismo.

Paco Cerrejón: Todas las asociaciones tienen un comité de profesionales del sector, y luego tienen un equipo técnico.

Abel Ippólito: Aquí tenemos una asociación de ilustradores, Garabattagge, que lleva cinco o seis años, y funciona muy bien y ha conseguido que la administración la tenga en cuenta, la apoye? Pero yo no sé por qué somos incapaces de organizarnos.

El Irra: Somos más bien ermitaños. Yo intento relacionarme, me hablo con todo el mundo, y si hay que quedar se queda, pero cuesta trabajo, cuesta mucho trabajo. Siempre estás pensando en que tengo que hacer esto o lo otro, te agobias. En verdad, si conciertas una cita a la semana eso ya te marca.

Diego Galindo (tirando de sentido del humor, o de sentido de lo que sea): Pero ¿en serio tenéis esa desesperanza, tío? Yo no me siento así. Tampoco siento que yo agache la cabeza cuando me preguntan por mi trabajo, al contrario, estoy muy orgulloso de dónde estoy y de lo que estoy consiguiendo.

El Irra: Yo estoy hablando de lo que se nota.

Diego Galindo: ¿Tú notas??

El Irra: Yo sí lo noto.

(¡Chincha!, podría haber añadido, pero no lo hace y ahí queda la cosa.)

Paco Cerrejón: Yo veo más la desconfianza. Será porque la he sufrido más con lo de la academia, que venga alguien que no es autor?

El Irra: Es como el debate ese de cómo se llama, si novela gráfica, cómic, historieta? Vaya la que dieron. Ahí se veía ya el complejo de inferioridad: ¡quillo, llámalo como quieras! Lo importante es el medio, no el nombre que tenga. Si mi padre le quiere decir tebeo?

Diego Galindo: Pero ese debate a mí me parece artificial, viene desde las editoriales.

Paco Cerrejón: Yo monté una exposición en el Cicus que al final de lo que hablaba era de que da igual el nombre, lo que importa es el medio artístico y el lenguaje artístico. Y me dieron hasta en el cielo de la boca algunos sectores.

Abel Ippólito: Y sin embargo yo creo que lo de novela gráfica nos ha venido muy bien, aunque a nosotros nos haya aburrido. Los medios tuvieron así una oportunidad de retomar el tema del tebeo, de decir que se acabó el complejo de cómic para niños y que los mayores podían leerlo.

(El corifeo, que se ha metido en la conversación y se ha bebido los posos de los cafés de pura emoción, vuelve al ataque y recuerda que antes, el cómic era bandera de un tipo de gente. ¿Qué tendría que hacer el cómic ahora para identificarse con algún sector?, pregunta. Carraspea el coro.)

Paco Cerrejón: Nos teníamos que dejar todos barbas, tatuajes, ser hipsters, ja, ja, ja, ja, ja.

Diego Galindo: ¿Ser esa bandera nos traería el poder ese que necesitamos? ¿Nos convertiría en otro nicho, nos traería beneficios laborales?? Hay que preguntar cómo lo hacen en Francia, porque en Francia el autor es un artista, y se le valora, y se le mima. Se le lleva a la Ana Rosa Quintana de allí?

Paco Cerrejón: ¡Tú lo que quieres es ir a Ana Rosa Quintana!

(Carcajada general.)

El Irra: Tú allí en Francia preguntas a alguien cuál es el último cómic que ha leído y te contesta. Yo he visto a los chavales en el metro, allí, leyendo álbumes. A mí en los noventa sí me daba complejo ir en el autobús leyendo un tebeo. Siempre ha pasado eso. Aquí hay gente muy curiosa que sí está al día de lo que estás haciendo, gente que se lo toma tan a pecho? muchos lectores que dan hasta miedo, porque se nota que están encima tuya y te están siguiendo. Pero eso es bueno, es la hostia que haya gente que se lo tome así. Pero a la gente de la calle, que es a la que quiero llegar, esos no leen porque no tienen el hábito.

Diego Galindo: El problema viene de nuestra educación. Yo no me creo que los españoles vengamos genéticamente menos preparados para leer un libro o un tebeo. Tenemos dos ojos y un cerebro igual que todo el mundo. Realmente, el problema que tenemos es educacional. Y grave.

Paco Cerrejón: Aquí se olvida que hemos tenido cuarenta años de dictadura.

Abel Ippólito: Cuarenta años en los que el tebeo vivió su época dorada. En cuanto a popularidad. Hazañas bélicas, El Capitán Trueno, Mortadelo y Filemón? y toda mi casa leía tebeos. Ahora se hace cosa de mucha más calidad, pero?

Diego Galindo: Mi suegra lee Astérix y Obélix con fruición, tío. Los tiene todos, Sí, es un clásico, pero es que mi suegra también es un clásico.

(Todos: Desternillamiento general con rachas atemporaladas. ¡Eso ponlo! ¡Eso ponlo en la entrevista!, ruegan. Menos uno, claro.)

Diego Galindo: ¡No! ¡Por favor! Mi suegra es preciosa, es la más guapa.

(Más risas. Así es el cómic, what else?)

Diego Galindo (retomando la seriedad consustancial al género): El choque que yo encuentro? El choque es brutal. Cuando me metí en el mundo este del tebeo les preguntaba a los colegas de aquí que se dedicaban a esto y todos me decían lo mismo: ¡huye! Había dos vías de escape, una era a Francia y otra a EEUU. Como yo venía de una época muy mala de leer tebeos hasta los noventa, ja, ja, ja, ja, ja, ja, pues dije: bueno, a mí el mercado estadounidense es el que más me llama. Yo me había educado más en el mundo de ese tebeo. Y yo me voy para allá y el choque es brutal. Porque yo hablo con Irra y a mí me parece que estamos en las antípodas completamente. A mí me tratan como a un profesional, me pagan como a un profesional, y yo vivo de esto. Entonces, yo no tengo ningún tipo de queja, más que lo que hay que pagarle a Hacienda (porque si trabajas para fuera es que eres rico, según ellos, ¿sabes?). Por todo lo demás, soy un profesional más. Me dan trabajo cuando hay trabajo, si mi trabajo gusta me llaman más y me pagan más? Y la gente, el lector, allí es fan de la franquicia en la que estés. Son bastante frikis, sí, claro.

Paco Cerrejón: No, es el concepto de entretenimiento. Tú decías antes el Capitán Trueno. ¿Cuántos lectores del Capitán Trueno de entonces sabían quién era Ambrós? ¿O Víctor Mora?

El Irra: Es que no aparecían.

Abel Ippólito: Hay gente que va al cine y no sabe el nombre del actor ni del director.

El Irra: El lector especializado está ganado, ese lo compra todo. Además, suele ser gente de buen nivel adquisitivo.

Paco Cerrejón: De buen nivel adquisitivo? o que te quedabas sin desayunar en el colegio para comprarte el tebeo.

El Irra: Sí, pero por regla general suele ser ese tipo de público especializado. Habrá cuatro casos raros.

Diego Galindo (asaltado por un recuerdo repentino, se dirige al plumilla allí presente): Quita lo de mi suegra, por favor, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja.

Abel Ippólito (imponiendo compostura): En un bar de aquí al lado hay cuatro personas charlando de la reproducción de la cucaracha siberiana y exigiendo cuatro páginas en el periódico (uno de los miembros del coro griego mira a la acera de enfrente, ignorando que se trata de un ejemplo, una metáfora, algo así). Pero es que el cómic ahora mismo no se merece tener tres páginas en un periódico. No se lo merece porque no tiene la suficiente gente detrás a la que le interese. Y el periódico, al fin y al cabo, lo que persigue es atender a la mayoría de la gente. Y si tiene un apartado de arte, primero viene la pintura, la literatura, la poesía si me apuras, el cine?

Diego Galindo: Vamos a ver, es que yo vivo en un mundo paralelo. A la poesía no le veo yo mucho más tirón que al cómic. Quizá muy parecido, ja, ja, ja, ja, ja, ja.

Abel Ippólito: Es que es así. Ellos tienen un negocio y tienen que dirigirse a la gente.

Diego Galindo: ¿Por qué no compro yo la prensa? ¿Tú sabes cuándo la compraba yo? Cuando me dedicaba a las galerías de arte, a pintar, y compraba los culturales donde salían unos extensos artículos sobre exposiciones, etcétera. Ahora no la compro porque sé que no voy a ver lo que me interesa ver a mí.

Diego Galindo: Mi madre se lo compra –añade al rato.

Abel Ippólito: La Junta de Andalucía tiene un programa que se llama Letras Capitales, y llevamos ya varios años intentando crear Viñetas Capitales. Traen a seis o siete literatos cada mes a la biblioteca Infanta Elena, y suelen llenar. Ahora mismo hay seis o siete autores de cómic que podrían.

El Irra: Con el cine español pasa igual: El cine español está en crisis, dicen. Pero es que ha estado en crisis siempre. Y la sociedad española, también. Hace poco me puse un vídeo familiar, charlando mi familia en los ochenta, y todas las cosas que decían de la situación eran exactamente lo mismo que ahora: problemas para encontrar vivienda, los sueldos, que no hay trabajo? es un bucle.

Abel Ippólito: Pero Irra, el cine sí tiene oportunidad de hacer Ocho apellidos vascos y un Torrente, pero para nosotros no es fácil.

El Irra: El cine de industria funciona si eres parte del sistema. Si eres Juanma Bajo Ulloa o un cineasta así, estás fuera. Tienes que pasar por el aro. Por eso digo que desconfío de las voces oficiales porque el que no pasa por el aro no entra. A mí no me dejarían hacer una biografía de Blas Infante en un cómic. Ni de coña. ¡Ni-de-co-ña!

(Descojone general. Básicamente, porque están de acuerdo. Al corifeo se le cae un empaste.)

El Irra: Hay que cambiar los cimientos de la sociedad española. Aquí se premia al que es un borrico, al que sabe darle una patada a un balón. ¿Para qué sirve ser creativo ¿Para qué sirve el arte? Eso tiene el sentido que tú le quieras dar. Y los profesores solo premian al que sabe estudiar y al que sabe trabajar con las manos, un mecánico o lo que sea. Yo en octavo no quería hacer ni FP ni el BUP, yo sabía que quería contar historias. Y me decía mi tutora que de eso no existía nada. Ya después, por mi cuenta, con la escuela de Arte de Sevilla, y me metí allí, pero cuando me metí allí me di cuenta de que tampoco aquello iba a ningún sitio; allí todo el mundo quería salvar el expediente y para afuera. Yo salí de allí a los cinco años? sí, para conocer gente. Ese debate de para qué sirve el arte nadie se lo plantea.

Diego Galindo: Abres muchos melones, tío. Estás abriendo muchos melones. Lanzas muchos balones, pero es que es imposible pararlos todos, ja, ja, ja, ja, ja, ja. Hablas de qué sitio tiene el arte. Hostias, tío, llevamos haciendo arte desde que somos homínidos.

El Irra: Los franceses son así porque se hacen esas preguntas.

(El coro griego empieza a entonar La Marsellesa. Fundido en negro. Sigue la charla. Puro tebeo?).