Una siesta, 150 millones, siete clavos y un Rey

La historia de cómo una lesión truncó la carrera de un Montero que iba para estrella

15 nov 2017 / 19:14 h - Actualizado: 16 nov 2017 / 17:08 h.
"Sevilla FC","José Castro"
  • Enrique Montero se acerca a ver las copas conquistadas por el Sevilla en los últimos años, expuestas en el pasillo de acceso al antepalco del estadio. / Manuel Gómez
    Enrique Montero se acerca a ver las copas conquistadas por el Sevilla en los últimos años, expuestas en el pasillo de acceso al antepalco del estadio. / Manuel Gómez

Cuando preguntas quién era Montero a los veteranos de Nervión todos hilan dos cosas en los primeros compases de sus intervenciones: un talento a espuertas y una mala suerte a lamentar por los siglos de los siglos. El infortunio tiene nombre y fecha: el jugador brasileño Polozi y el verano de 1981. En una de las semifinales del Trofeo Ramón de Carranza, en Cádiz, el Sevilla goleó al Palmeiras 5-0, pero antes de que finalizara el encuentro, una salvaje entrada de Polozi a Montero, que se disponía a salir del campo sustituido en la siguiente jugada, le destrozó una de sus rodillas. «No creo que hubiera maldad, son cosas del fútbol y hay que aceptarlas. Había acordado mi fichaje por el Barcelona ese mismo día, pero así es la vida. No hay que lamentarse, las cosas llegan como llegan y a mí me tocó lesionarme aquella tarde», rememora con tranquilidad el exjugador, quien había visto interrumpida su siesta pre-partido por Eugenio Montes Cabeza, presidente sevillista, que le informó de su inminente traspaso al Barça a cambio de 150 millones de pesetas, un récord. Hasta el Rey Juan Carlos llamó al médico tras su operación interesado en su estado: «¡Lo necesitamos para el Mundial!». No pudo ser. «Me acuerdo que después de un año escayolado me vi la rodilla el doble de ancha que la pierna y lloré. Todavía tengo siete clavos ahí metidos y no doblo bien la rodilla. Yo tuve que adaptar mi fútbol a mis piernas tras la lesión, hacer de mi pierna mala la buena. Jugaba con mucho miedo y me tuve que adaptar. Nunca llegué a ser el mismo, me había quedado cojo...», recuerda el ya décimo dorsal de leyenda del Sevilla.