En busca de los últimos

En la Asistencia Social es donde siempre he encontrado respuestas que a veces no están en los templos ni en las escuelas de Teología, porque la ayuda al prójimo es un camino universal libre de dogmas cerrados y florituras culturales

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30 oct 2017 / 23:26 h - Actualizado: 30 oct 2017 / 23:29 h.
"Cofradías","Tribuna"
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El propósito de la vida es vivir con un propósito. No se trata solo de ser feliz individualmente, también de importarle a alguien, de ser productivo y útil, y de conseguir que algo cambie en el mundo por el solo hecho de que tú has vivido. Parafraseando a John Donne, «la muerte –o el sufrimiento, esto es mío– de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti».

Es cierto que hay un tiempo para todo, pero hay cosas que nos requieren todo el tiempo porque no son aplazables. Los hospitales, las cárceles, los centros de acogida, el hambre, la soledad y las necesidades básicas nunca están de vacaciones. Los más desfavorecidos y necesitados de nuestra sociedad no entienden de plazos ni carnés: la angustia les devora y solo piden que se la aplaquemos.

Estos últimos cuatro años he tenido el privilegio de servir en el área de caridad en mi Hermandad de la Macarena. Ha sido un don del cielo. En este tiempo he tenido muy presente a todos cuantos antes que yo ocuparon mi cargo en la Asistencia Social de nuestra corporación. Todos saben, como lo sé yo hoy, que recibieron más que dieron. Todos aprendieron, como lo he aprendido yo, mirando cara a cara a quienes te cuentan sus tragedias cotidianas, que a la necesidad jamás se le pide el carné de identidad. Y todos sintieron, como lo he sentido yo, un dolor más intenso cuando esas personas son hermanos y feligreses que tú conoces.

Los nuestros son tiempos duros para la fe, para cualquier fe, tanto sacra como profana. Gestionar la Asistencia Social de una Hermandad como la de la Macarena es verte invadido, a veces, por una fuerte sensación de frustración, que te hace gritar calladamente «¡Basta ya! ¡Esto no está bien!». No encuentras palabras para explicar la percepción de la angustia, y el dolor te resulta insoportable, la conciencia explota, te salta por los aires... hasta que sientes la presencia de Dios en la amabilidad de los desconocidos y en su generosidad, en la disposición de tanta gente a ayudar sin pedir nada a cambio. Cuando esto sucede, dejas de centrar la búsqueda en lo que puedes obtener y te aplicas en lo que puedes ofrecer. En la Asistencia Social es donde siempre he encontrado las respuestas que busco, que a veces no están en los templos ni en las escuelas de Teología, porque la ayuda al prójimo es un camino universal libre de dogmas cerrados y florituras culturales. Para mí, que soy macareno, ese es el camino de la Virgen, y donde se fundan todas las esperanzas.

Porque ¿de qué nos sirve rezar como santos o meditar como ascetas si no hemos cambiado en absoluto cuando abrimos los ojos? ¿De qué nos sirve acudir a un lugar de culto el domingo, si carecemos de caridad el lunes? Y sobre todo, ante los ojos de los demás, ¿para qué servimos? Las periferias no son sólo geográficas, sino también existenciales. Hay que estar cerca de los últimos, ir a donde están, salir hacia ellos. Nuestros hermanos, y también los hombres y mujeres que forman el barrio y la sociedad en que nuestra corporación se incardina, nos agradecerán que la hermandad vaya a buscarles, que nuestras salidas sean ordinarias, por habituales y por útiles, calladas y sin músicas, anónimas, para llevarles remedios a sus necesidades y angustias en la medida de nuestras posibilidades. Insisto, ese es el camino de la Virgen, salir todos los días del año en busca de los últimos de nuestra hermandad y de la sociedad.

Sinceramente, creo que no es momento de frivolizar con los actos de culto externo de nuestra hermandad ya que fuera del atrio de la Basílica esperan de nosotros un compromiso de servicio al prójimo, al hermano, al hombre y a la mujer de esta Sevilla adentrada ya en el siglo XXI. Como institución religiosa y social, debemos autoexigirnos cordura y sentido común, y lanzar un mensaje a la sociedad de coherencia y solidaridad con los tiempos difíciles que vivimos. Del mismo modo, estamos llamados a erradicar comportamientos frikis alejados de la tradición de la hermandad y propuestas que banalizan el sentido profundo de los actos de culto externo que nuestra corporación viene celebrando desde hace siglos; serían poco entendibles desde cualquier óptica, sea religiosa o profana.

Y es que el futuro de nuestra hermandad se dilucida en la capacidad que tenga de ser útil a sus hermanos y a la sociedad en general en los próximos años. Tan solo se trata de interpretar el signo de los tiempos para intensificar uno de los tres pilares que la sustentan, el de la caridad. Seremos tan grandes como el servicio que seamos capaces de prestar. Estoy seguro de que ese darse a los demás es la mejor salida de la Virgen que podemos ofrecerle a esta ciudad. El amor y la caridad, como dije al principio, es el camino de la Virgen para despertar las esperanzas.

José Antonio Fernández Cabrero es Consiliario de Asistencia Social de la Hermandad de la Macarena y candidato a hermano mayor