TAUROMAQUIA
Rafael de Paula, el enigma del toreo jondo
Ahijado de Juan Belmonte, era un torero genial, seductivo y disponía de una variada gama de saberes (y sabores) que exponía en cuentagotas

El maestro Rafael de Paula en un festival homenaje realizado en Las Ventas / EFE
Jaime Roch
Ha muerto Rafael de Paula, el torero gitano más representativo, el más genuinamente gitano de cuantos han nacido. Gitano purísimo, como su toreo, que entroncaba con la esencia torera de Joaquín Rodríguez Cagancho, y su primo Francisco Vega de los Reyes Curro Puya.
Precisamente, a Rafael de Paula se debe sin duda el rescate y la personal reelaboración de muchos estilos que se habían ido olvidando, en parte por la incuria ambiental y en parte por los reclamos perturbadores de la moda. Ese minucioso afán por revitalizar una herencia gradualmente degradada convertía a Paula en un imprescindible artista en el territorio histórico del toreo.
Por eso, el maestro del barrio de Santiago de Jerez de la Frontera demostró que su sentir gitano estaba dotado, como ningún otro, para la captación de lo jondo con unos privilegios creadores incuestionables. De excepcional voluntad creadora, disponía de un estilo único para la tauromaquia que trascendía de los cánones barrocos, como los cantes y bailes de Jerez de la Frontera.
Un torero en trance místico
Su toreo tan inclasificable nacía como las seguiriyas y los martinetes y como casi todo el cante que llaman fragüero, a golpe de instinto deslumbrante, de repentinos hallazgos de pureza, como un recóndito impulso acumulativo de gracia torera. Lo que también era motivo de broncas toreras e incompresión por parte de la afición.
Una vez, el maestro Rafael de Paula aseguró que "la técnica es lo que tienen los que arreglan lavadoras". Y tenía razón. Como tenía también razón Marcel Duchamp cuando dijo que "el arte es lo que hacen los artistas". Y también en eso tenía razón: he visto a otros toreros absortos estudiando en un vídeo, una vez y otra vez, la expresión sutilísima que transformaba Rafael de Paula en arte excelso. Pero nadie la ha alcanzado.

Rafael de Paula: «Yo he toreado mejor que Belmonte» / Álvaro R. del Moral
Ahora que el maestro Rafael de Paula se ha dormido para siempre a sus 85 años hay que recordarle por su genialidad, como un torero en trance místico. Inmerso en el belmontismo que lo adoptó de niño en la finca Gómez Cardeña, recordaba la elegancia escultórica de Antonio Fuentes. Un torero apolíneo que dibujaba estatuas incandescentes como aquellos estatuarios, los pases de pecho, y sobre todo, su capote maravilloso con las verónicas y las medias con tanta 'gitanería'. Con el capote hablaba, decía, cantaba y expresaba esa música callada del toreo (se lo escribió José Bergamín tras su faena a Barbudo de Fermín Bohórquez) que nacía de sus dedos de arcillero para sacarle el son a cada verónica y elevar el misterio de lo efímero a categoría de arte superior. Era, en definitiva, el compás del toreo.
Un mal de huesos
Si damos por buena la definición de Antonio Bienvenida, quien decía que el arte de torear es todo lo que sobra una vez se ha hecho la suerte como mandan los cánones, hemos de convenir que esa sustancia sobrante llamada arte -lo que en el fondo los públicos piden a los artistas del toreo-, en Rafael de Paula era el resultado de una perfección escultórica, majestuosa por su apolínea belleza nacida en un embroque excepcional.
Melancólico a su manera, siempre con la esperanza de volver a torear pese a su cuerpo deshilachado por un mal de huesos, el silencio era para él la fortaleza inmanente de su corazón porque detestaba el ruido tan triste que hace la maquinaria de la sociedad. De fértiles desobediencias por su personalidad, era cálido, seductivo y disponía de una variada gama de saberes (y sabores) que exponía en cuentagotas tanto dentro y fuera del ruedo.
Rafael de Paula ha comparecido en la memoria de los demás no solo por su trayectoria sino por su propia vida de artista. Por su manera de ser y su modo de vivir. Una conquista intelectual que solamente pueden lograr los genios muy ponderados como él.
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