Un vino con… Bárbara Sánchez-Ramade, directora de la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla

Empezaré por confesarles que este #UnVinoCon… es muy especial para mí por varias razones, pero solo les dejaré por aquí una: juego en casa. Vengo hasta la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla, ubicada en lo que fue el Pabellón de la Navegación de la Expo 92. Aquí pasé una de las etapas profesionales más bonitas de mi vida y que recuerdo con enorme cariño. Desde los alumnos, hasta el personal directivo, pasando por el docente, en este tiempo de convivencia y vivencias, disfruté de un auténtico master. Formar parte del Grupo Lezama, como alumno o como docente, te marca de por vida. La huella de Don Luis es profunda y yo presumo de ella.

Hoy vengo a tomarme un vino con Bárbara, su flamante directora. Es cierto que en estos últimos meses hemos coincidido en algunos eventos, pero nunca tuvimos la oportunidad de pararnos a charlar con tranquilidad así que, esta entrevista, era la excusa perfecta. Me recibe en la entrada del edificio. Mi primera impresión, es una mujer que transmite confianza. Su mirada es limpia y brillante. Refleja inteligencia y, bajo una humildad natural, denota la imagen de una líder comprometida, a la par de ambiciosa.

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Subimos al restaurante de la Escuela. Aquí los alumnos, bajo la supervisión de los profesores, elaboran un menú de lunes a viernes que hace las delicias de quienes deciden venir a disfrutar de los manjares que salen de las manos de los chefs Fermín López y Juan Atalaya. El espectáculo de sala corre a cargo también de los alumnos, en esta ocasión supervisados por Javier Aguiar y Natalia Fernández. Estos cuatro profesionales de los que les hablo son uno de los principales activos de la Escuela. Compartir trabajo con ellos ha sido un auténtico honor y, cada vez que les veo, es motivo de alegría.

Una mesa está preparada. Dos copas de fino nos esperan. Empezamos bien. Es temprano y se está preparando el servicio. El ruido de los cubiertos y las copas sirven de musical acompañamiento a una conversación que fluye con la confianza de dos personas que parece que se conocen desde hace tiempo. 

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Bárbara nace en Sevilla. Su padre, Antonio, era un hombre carismático y sabio con un especial sentido de la responsabilidad que le inculca a mi invitada desde niña. Por caprichos del destino, se marchó demasiado pronto, no sin antes dejar marcado el camino por el que debía transcurrir la vida de su niña pequeña, y que ella lo ha seguido sin dudar. Mamá es madrileña. Ella es fuente de sabiduría de la que Bárbara bebe a menudo. En María Luisa, que es como se llama, encuentra amor incondicional y apoyo. Siempre dispuesta a escuchar, aconsejar y proteger es, junto a Alejandra, Antonio, Eduardo y Luis, sus hermanos, uno de los pilares de su vida por los que me confiesa que profesa una profunda admiración.

Su formación se desarrolla en Entreolivos. Tanto la marcó en su vida este centro que no tuvo dudas a la hora de escolarizar a sus hijas. Me cuenta que, por aquello de la conciliación familiar de la época, entró en el cole con dos añitos, uno antes de lo que correspondía, por lo que hizo primero de parvulitos dos veces. “Yo he repetido primero de parvulitos”, me dice esbozando una especie de sonrisa malévola que, dicho sea de paso, no le pega. En Entreolivos adquiere una formación humana y cristiana que lleva a gala y de la que presume. De esta etapa guarda amistades que forman parte de su vida social. Una vida social que me confiesa vital para ella.

Noble y de buen corazón, se considera una niña “un poco rebelde, sin sacar los pies del tiesto”. Anárquica en cuanto a no seguir modas, su juventud pasa entre los bares de moda de Los Remedios. Enamorada de la ciudad y de sus tradiciones, es hermana de La Bofetá y de la Quinta Angustias y le encanta la Feria.

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Ya en bachillerato, el mundo de los hoteles le causaba especial atracción y, gracias a la amistad que su familia tenía con Gaspar Sáez, mentor y emblema dentro de la cadena NH Hoteles, tras consultarle, le recomienda estudiar en la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla, donde realiza Dirección Hotelera. Esta formación, con sus prácticas, la ayudan a superar un puntito de timidez que Bárbara tenía en su cabeza como asignatura a mejorar y la ayuda a desarrollarse plenamente como una profesional del sector.

Con veinticuatro años conoce a José María, su marido. Se casan en la capilla de la casa familiar de Morón y tienen dos niñas: Bárbara y María Pepa. La primera es un clon de su madre en cuanto a forma de ser. La segunda “es como su padre”. Aunque ninguna de las dos ha heredado ni su pelo rubio y ni sus ojos claros. Este es otro de los pilares de su vida: la familia. Agradecida a la vida por lo que tiene, no para de dar gracias a Dios por lo afortunada que se siente.

En el plano profesional, “hay que currarse las cosas y no dar nunca nada por hecho”. “Soy como una hormiguita y eso quiero inculcar a mis hijas que, con esfuerzo, se consigue todo”. El trabajo en equipo lo considera básico para crecer y afronta esta nueva etapa en la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla como un reto que la emociona. Dirigir un equipo de esta talla la tranquiliza por la confianza que tiene depositada en ellos, de quienes presume, y entiende que es una hermosa responsabilidad que asume orgullosa.

La Escuela marca. El Grupo Lezama marca, doy fe. Después de este vino con Bárbara entiendo que es mucho más que una directora: es una verdadera inspiración para todos los que forman parte de la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla. Estoy convencido que su pasión, dedicación y visión motiva al equipo a seguir creciendo y a ofrecer lo mejor en cada paso que dan. Gracias a su liderazgo cariñoso y comprometido, esta institución no solo es un lugar de aprendizaje, sino también un hogar donde cada estudiante puede soñar en grande con alcanzar sus metas, por altas que sean.

Siguiendo el ejemplo de la directora, los sueños se cumplen.