Opinión | Tribuna
La ciudad de los niños nacidos

PP y Vox, encabezados por José Luis Sanz y Cristina Peláez, presentan de la mano la nueva oficina de atención a la maternidad. / Vox
El Alcalde de Sevilla acaba de presentar el chiringuito que ha montado para ponerle un generoso sueldo pública a una dirigente de VOX. Se trata de la denominada Oficina de Ayuda a la Maternidad. Carece de competencias reales, pero el acuerdo firmado con los ultraderechistas prevía que se les pagara así. Teóricamente su objetivo oficial es apoyar a mujeres embarazadas y promover la natalidad. El partido ultra la define como una oficina antiaborto. Durante su presentación, el Alcalde expresó su preocupación por la caída de la natalidad en Sevilla, afirmando que “una sociedad sin niños es una sociedad sin futuro”. Un bonito lema publicitario que, sin embargo, esconde la triste realidad de nuestra ciudad. Porque aquí el futuro no depende de que haya niños, sino de que estos puedan tener una vida decente. Que no es tan fácil.
Mientras nuestro Ayuntamiento reparte dinero entre los dirigentes de los partidos que lo apoyan, resulta que el 47% de los niños andaluces están en riesgo de pobreza. El problema de nuestra ciudad no es que nazcan pocos niños, sino que nacen en familias pobres que a duras penas pueden cubrir sus necesidades esenciales. Sucede además que en Sevilla el nacer pobre es una garantía de seguir siéndolo toda la vida. Las investigaciones más recientes sitúan a nuestra ciudad con los índices más bajos de ascenso social, de modo que la posibilidad de que los hijos vivan mejor que sus padres es mucho más baja aquí que el resto de España. La preocupación de los dirigentes del Partido Popular y VOX por que nazcan más niños contrasta con lo poco que parecen importarles los niños que ya han nacido.
En el colmo de la desvergüenza hace unos meses el delegado de educación de Sevilla se reía ante las demandas de los padres ridiculizando a los niños con trastornos mentales diagnosticados
Dos barrios sevillanos, el Polígono Sur y los Pajaritos, encabezan el ranking de los barrios más pobres de España. Vivimos en la ciudad con más pobreza del país y eso afecta especialmente a los niños. Muchos de ellos ni siquiera logran comer adecuadamente. El 14% de los niños andaluces no tienen acceso a al menos dos raciones de carne, pollo o equivalente a la semana. Así que, aunque nuestros políticos actúen como si no fuera así, Sevilla es una ciudad de niños pobres.
Niños pobres cuyas familias, en contra de los bulos que corren, tampoco reciben paguitas. En Andalucía solo siete (7) de cada mil (1000) familias en situación de pobreza recibe la renta mínima de inserción. El presidente Moreno Bonilla ha reducido nada menos que en un 85% estas ayudas. Hay millones para repartir a las empresas farmaceúticas en las que trabaja su mujer o a las aseguradoras médicas de las que proceden muchos de sus consejeros, pero no para que los pobres dejen de serlo; ni siquiera para que afronten sus necesidades esenciales. En su estela, el Alcalde Sanz parece que prefiere contratar a sus socios ultraderechistas con la excusa de la maternidad a trabajar para que los niños sevillanos salgan de la pobreza.
Los barrios que integran nuestra ciudad son a menudo un lugar inhóspito para los niños. En su pequeño mundo apenas destaca el esfuerzo y la dedicación de centenares de profesores de educación primaria y secundaria. Son los auténticos héroes de la Sevilla real; de esa que nunca aparece en las medallas de la ciudad que reparten a políticos, feriantes y empresarios. La tarea de formar y educar a personitas que están creciendo y algún día se convertirán en ciudadanos es una de las más valiosas socialmente. Pero también un trabajo tremendamente ingrato. El esfuerzo personal que realizan nuestros maestros y profes en los barrios más desfavorecidos desgasta tanto que ninguno querríamos estar en su piel.
Enfrentarte cada día de tu vida a bandas de enanos felices sobrados de ingenio y energía puede ser extremadamente agotador. Todos recordamos gamberradas, peleas y bromas de nuestra infancia escolar pero pocos estaríamos dispuestos a soportarlas como profesores. Y si resulta difícil en cualquier situación, cuando se trata de la educación formal de menores vulnerables que viven en situación de riesgo social puede llegar a ser realmente duro. Hay que estar hecho de una pasta especial para cruzar todas las mañanas de tu vida la verja de un colegio o un instituto en Amate, Torreblanca, las tres mil viviendas o el polígono norte dispuesto a dejar lo mejor de ti. No se trata de que los niños y niñas de esos barrios dejados de la mano de Dios sean peores que los demás. Todo lo contrario. Lo que sucede es que el esfuerzo que tiene que realizar un escolar que vive en un entorno hostil y empobrecido para seguir las clases es millones de veces mayor que el del resto. Y los desafíos que enfrentan a diario estos docentes desanimarían a cualquiera.
Los efectos de la pobreza son devastadores. Abundan las familias desestructuradas y muchos alumnos viven con sus abuelos u otros familiares que han podido encargarse de ellos en ausencia de sus propios padres. A menudo no es ya que no encuentren ambiente propicio para el estudio, sino que viven rodeados de personas que tampoco saben leer. Hay niños que tienen que salirse a la escalera a hacer los deberes porque no hay una mesa libre en su casa. Y niñas que no pueden dedicarse a las tareas escolares porque son las encargadas de cuidar y alimentar a hermanos menores. A alumnos y alumnas les cuesta mantener la atención en clase. Con frecuencia incluso estar varias horas sentados. La mayoría de las familias no están en grado de proporcionar unas reglas mínimas de autocontrol y disciplina social. Los docentes cargan con estos problemas y son, a menudo, la única referencia de otra vida posible que tienen sus estudiantes.
La preocupación de los dirigentes del Partido Popular y VOX por que nazcan más niños contrasta con lo poco que parecen importarles los niños que ya han nacido.
Cada mañana, mientras los políticos de VOX y el Partido Popular se reparten el dinero del Ayuntamiento, hay maestros dejándose la vida en el intento de que esos niños y niñas se conviertan en personas con una vida mínimamente digna. Trabajan en condiciones duras, sin medios ni recursos suficientes, y acosados por la administración andaluza. Evidentemente, quienes asumen a nuestros alumnos más difíciles son solo los colegios e institutos públicos.
La Junta de Andalucía, desde que la preside Juanma Moreno, está volcada con la educación privada. Él la llama concertada, que es una forma de explicar que se utilizan fondos públicos para sufragar el negocio de los propietarios de colegios privados. Así, con dinero de todos, muchos de sus votantes consiguen llevar a sus hijos a las escuelas religiosa o de otro tipo que con sus simples sueldos no podrían pagarse. Para aumentar las ganancias de estas empresas la Junta está debilitando el sistema público. Cada año cierra setecientas aulas de centros públicos y ninguna de centros concertados. Sin embargo, en los barrios empobrecidos quien se encarga de la educación de la población más difícil no son las empresas previstas o religiosas, sino la enseñanza pública.
Resulta chocante el empeño de estos gobiernos del Partido Popular en aumentar la natalidad a la vez que se desentienden de la dignidad de los niños ya nacidos. Justo al revés: la administración educativa andaluza se ha negado expresamente a que la bajada de la natalidad permita que los maestros y maestras públicos tengan menos niños en cada clase. Dispuesta a dejar fuera del sistema a quien no tenga recursos o sufra problemas de cualquier tipo, está recortando especialmente el profesorado que atiende a los menores que necesitan atención especial: es decir, los niños discapacitados o con problemas médicos o personales más graves. En el colmo de la desvergüenza hace unos meses el delegado de educación de Sevilla se reía ante las demandas de los padres ridiculizando a los niños con trastornos mentales diagnosticados.
Está demostrado que el único camino para salir de la pobreza es la educación. Por desgracia, los políticos, centrados en aumentar sus sueldos y mantener sus sillones, no parecen dispuestos a mover un dedo por el futuro de nuestros niños y niñas. En Sevilla se han consolidado bolsas de pobreza extrema que padecen el abandono de las instituciones. En este panorama, la carga de no dejar en el abandono total a la población más vulnerables recae sobre el profesorado de la pública. El esfuerzo y el sacrificio cotidiano de muchas de estas personas, mal pagadas, maltratadas y despreciadas por la administración es lo único que nos permite mantener la fe en la humanidad. Todo el odio a los que dicen vivir para la gente, pero solo buscan la pasta y todo el respeto a ese puñado de gente valiente y generosa: los profesores y las profesoras.
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