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Opinión | A compás

Rafael Riqueni, la música a ti debida

Rafael Riqueni, en un concierto celebrado en el Alcázar.

Rafael Riqueni, en un concierto celebrado en el Alcázar. / Juan Bezos

Tomo prestado el verso con el que Pedro Salinas abre su trilogía poética sobre el amor para resumir el revolcón emocional que provoca Rafael Riqueni cuando toca. Hace ahora cuatro décadas desde que el guitarrista empezó con su Juego de niños y diez años justo desde que reapareció, un 22 de noviembre de 2015, en el Teatro de la Maestranza para presentar Parque de María Luisa, el disco que fraguó durante el largo tiempo que estuvo ausente de los escenarios a causa de su enfermedad mental.

Entonces, los espectadores que llenamos el coliseo salimos llorando por esa sensación de dicha que transmite siempre el sevillano con su guitarra, tan repleta de nostalgias y ausencias como de ilusiones y anhelos. En el paseo por este parque mágico, que es por muchos motivos (composición, arquitectura armónica, concepto, expresividad, sensibilidad…) una de las grandes obras musicales del último siglo, Riqueni nos obligó a pararnos y fijarnos de nuevo en el agua, en los pájaros o en la luz, con la frescura con que miran los pequeños.

Con él pudimos reconectar con lo que somos y reconciliarnos así “con la Sevilla que queremos todos”, escribí en su día. Porque en este paisaje, tan familiar como enigmático, aprendimos a hacernos los valientes frente a las traicioneras palomas de la paz, a guardar pan duro para dar de comer a los patos y a asumir el riesgo de escondernos por unos laberintos en los que, de mayores, nos perderíamos queriendo.

FOTOS | Rafael Riqueni en el Alcázar

Rafael Riqueni en el Alcázar / Juan Bezos

Una idea similar sigue Riqueni ahora en Nerja (Universal), el álbum que estrenó este sábado ante el público del Maestranza con Israel Fernández y María Moreno como artistas invitados, y del que pudimos escuchar un adelanto la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla. Estructurado como un cuento, el Giraldillo Ciudad de Sevilla 2020 narra aquí la historia del grupo de jóvenes que descubrió la monumental cueva en 1959 a través de doce piezas entre la música clásica y el flamenco que invitan a recorrer -otra vez desde ojos infantiles- este fascinante espacio sonoro.

Es curioso porque en la audición que acogió el ciclo Amalgama para escuchar en primicia los temas -disponibles ya en todas las plataformas- se contagió el entusiasmo y hubo quien espontáneamente gritó “¡qué bonito, Rafael miarma!”. Entre otras cosas, porque el artista logra impregnarnos de ese toque de aire melancólico, pero esta vez con un pulso luminoso y un carácter festivo, que parece querer buscar otros espacios de libertad y que empuja a vivir. “Yo me he dejado los problemas en casa”, reconoció el director de la Bienal, Luis Ybarra.

Nerja condensa de algún modo el amplísimo universo musical de Riqueni con composiciones flamenquísimas (como las Bulerías del alma o los verdiales Con la luz de tus ojos), intimistas (Vagabundo, Paloma…), descriptivas (Rumores, Loco…), más clásicas (Carrerilla, Nana) o de sonidos actuales (Domalabara, Mareva) que quiero seguir oyendo atentamente.

Rafael Riqueni

Rafael Riqueni / Manuel Naranjo

El guitarrista Paco Escobar, presente en esta escucha colectiva, destacaba el impresionismo musical y la poética evocadora de Riqueni, así como su capacidad para dibujar lugares y emociones. “He buscado una escala que refleje lo que pueda pensar una persona demente”, explicaba con nervios y timidez al finalizar el acto el protagonista.

Tras esta apreciación recordé una de las escenas que más me conmovieron del documental Riqueni (2023), que se estrenó en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y donde Paco Bech, su mánager y sostén, aborda el desplome del artista cuya meteórica carrera quedó destruida a mediados de los noventa entre psiquiátricos y adicciones. En este duro relato, filmado durante doce años difíciles de continuas recaídas, aparece Riqueni en los camerinos, durante una de las actuaciones realizadas junto a Rocío Molina en su Trilogía para guitarra, dibujando algo en un papel. Antes de salir le regala a la bailaora el dibujo en agradecimiento en un gesto tan infantil que la desarma.

Rocío Molina y Rafael Riqueni en 'Inicio (Uno)', la primera obra de su trilogía de la guitarra.

Rocío Molina y Rafael Riqueni en 'Inicio (Uno)', la primera obra de su trilogía de la guitarra. / El Correo

Joaquín San Juan, el director de la madrileña Escuela Amor de Dios, que sirvió de refugio al sevillano en su peor etapa, me contaba hace poco lo difícil que fue verlo en esas circunstancias, tan débil y perdido, y cómo es capaz de transmitir esa fragilidad en su música.

A veces me pregunto si no es necesaria cierta desconexión de la realidad para crear con esa inocencia y, por el contrario, cómo ha podido y puede Riqueni (porque lo suyo es una lucha constante), seguir haciendo sonar las seis cuerdas con esa franqueza, profundidad y belleza, a pesar de los demonios.

No sé si su vulnerabilidad enriquece su lenguaje o le limita sus facultades técnicas, pero lo que es evidente es que Rafael Riqueni ha visitado las luces y las sombras y, por eso, cuando agarra la guitarra, sentimos que ésta es al mismo tiempo un asidero y un instrumento donde viajar a mundos más serenos y apacibles.

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