Opinión

Francisco Javier Hernández

Nana para un niño nazareno

Nana para un niño nazareno

Nana para un niño nazareno / Francisco Javier Hernández

Su padre lo ha cogido en brazos. Con su varita en la mano ha conseguido hacer el recorrido completo, ya se siente mayor. Tras horas de camino, paso a paso ha seguido escribiendo nuestra historia; la de su padre y su familia, las de todos aquellos que algún día nos enseñaron a ser nazarenos. La ilusión lo ha mantenido firme, los nervios lo han tenido en pie. Ha entrado su tramo, y al pararse dentro del Templo el sueño le ha rendido. Los ojos se le cierran sin remisión, lucha en vano por mantenerlos abiertos, y la cabeza se le ladea buscando la almohada del hombro. Su cara se va hundiendo con lentitud en la túnica de su padre, mientras los nazarenos de alrededor contemplan con ternura la escena. La Virgen se acerca a la puerta, y la marcha le sirve de nana. Duerme... y sueña, como soñamos nosotros cada vez que escuchamos esa marcha, que nos recuerda lo que amamos.

La Virgen entra. El padre lo ha espabilado un poco, pero casi no puede abrir los ojos. Mira a su alrededor, y con asombro se sonríe sabiendo que ha llegado a la meta. ¡Lo ha conseguido! Sus primos lo rodean, y tomándolos como ejemplo, intuye que a partir de ahora será siempre así; no hay marcha atrás. Desde ahora, sus años se contarán por estaciones de penitencia.

Ya ha terminado todo, y empieza todo de nuevo. Nos iremos a nuestras casas con la satisfacción en nuestras caras, y la nostalgia en el corazón, pero el camino de regreso nunca será un camino de vuelta. Es el principio de un nuevo año, de una nueva andadura esperando siempre el mismo momento, es ir al encuentro, nunca es volver. Se apagará la candelería y los codales estarán agotados, pero seguiremos manteniendo viva la llama de nuestra fe y nuestra devoción. Los nervios se irán templando, y descansaremos pensando en lo que hemos vivido, deseando con llegar al año que viene, e impacientes miraremos el almanaque, para ver cuándo señala un nuevo Domingo de Ramos. Un año esperando un día, un día que ilumina el año.

Y es que, en verdad, seguimos siendo como ese niño que cuando la Virgen entra, descansa; cuando todo acaba, sueña; y cuando despierta, comienza una nueva cuenta atrás. Ese niño soy yo, y tú. Unos años de más, la frente más ancha, el pelo más claro, pero nuestros ojos brillan igual tras el antifaz cuando nos miramos frente a frente al espejo de nuestra vida. Vestirse de nazareno es volver a ser el niño que fuimos.

Suena una marcha. Es la marcha que tengo grabada en mi memoria, la que marca el latir de mi corazón y la que me hace recodar, sentir, soñar y amar. Con esa marcha me dormiré el día que me llame... con la nana de un niño nazareno.