San Fernando trae a mi recuerdo una de las mariposas encendidas todo el año sobre la cómoda de mi abuela. Había otras tazas con aceite que -a modo de lamparillas- iluminaban las estampas y oraciones a la Virgen de Valvanera, de los Reyes y Consolación de Utrera.

Quién le iba a decir al infante Fernando, aquel niño que nació en el entorno de Peleas de Arriba, una especie de albergue religioso entre Zamora y Salamanca, que con los años y tras sus muchas conquistas y reconquistas, su muerte le condujera a la búsqueda de su santidad y su canonización en 1671 lo llevara a ser nombrado patrón de los Sastres. Una historia tan sencilla y peculiar como la que os cuento: Cuando el rey Fernando conquistó Sevilla, llevaba una bandera con la imagen de la Virgen a la que destacaba entre sus guiones y estandartes. Los musulmanes, sabiendo de esa predilección del monarca, pensaron que romper esa bandera sería un gran daño moral y anímico para el ejército cristiano, por lo que enviaron a un grupo para dicho objetivo que cumplieron a rajatabla rompiendo con varias flechas la bandera mariana. El clérigo Remondo aconsejó al rey que enviara la bandera a los sastres del campamento, a lo que el monarca se negó diciéndole que prefería hacerlo él con sus propias manos. Gracias a este hecho fue nombrado hermano mayor de la hermandad gremial de los Sastres o alfayates, primera hermandad sevillana tras la Reconquista. Esta hermandad tenía a San Mateo y San Homobono como patrones. Luego añadieron a la Virgen de los Reyes y –a posteriori– a San Fernando, tras su canonización. Esta Hermandad de la Virgen de los Reyes, tiene su culto en la iglesia sevillana de San Ildefonso, contando con un retablo neoclásico en el que Nuestra Señora de los Reyes, de autor anónimo, es escoltada por San Fernando y San Hermenegildo, esculturas de Pedro Roldán.

La vieja cómoda de mi abuela me hace memorizar también la oración que sigue: San Fernando, rey piadoso, que uniste al amor de Dios el cuidado de los débiles, enséñanos a regir a nuestros semejantes, buscando el bien del prójimo y la gloria de Dios, a ejemplo de Jesucristo que es Dios y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.