Sin su San Juan pero jamás sin sus devotos: el regreso de la Amargura gana al sofocante calor

Los abanicos de quienes esperaban en la entrada de la Parroquia de San Pedro se movían coordinados. Con brío. Los 35 grados que marcaba el termómetro a las 20.30 de la tarde del último sábado de mayo, a tan solo media hora de que la Amargura saliera por primera vez en su historia de este templo gótico-mudéjar, no daban tregua a nadie. Pese a que no pasaba ni una brisa de aire, sus fieles no faltaron a su cita con una Amargura sin su San Juan, pero jamás sin sus devotos. 

“He venido desde Málaga para verla por primera vez”, decía Óscar, un joven que llevaba horas esperando en la puerta de la parroquia. 

La salida extraordinaria de vuelta a San Juan de la Palma, su sede desde hace 300 años y el motivo por el cual ha tenido lugar estos días el via crucis del Señor o el traslado de la Amargura al convento de las Hermanas de la Cruz 22 años después, fue el último de los actos extraordinarios del sábado, después de la misa pontifical de acción de gracias en San Pedro. 

A las 21.13 de la noche, el paso de la Virgen cruzaba el arco de San Pedro al son de Amarguras. El Carmen de Salteras, su banda del Domingo de Ramos, no faltó en un momento así. Cruzó el arco y se dejó ver. Ella sobre su paso, pero sin su palio, recreando la estampa de la magna de 1946. A su inigualable rostro no le acompañaba su San Juan. Solo ella y la luz de las velas que custodiaban la talla. 

FOTOGALERÍA | Salida Extraordinaria de la Virgen de la Amargura en Sevilla

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No fue hasta minutos después de pisar la calle, en el momento en que el paso se disponía a avanzar por la calle Imagen, cuando la emoción perforó los corazones de los ahí presentes. Aplausos, lágrimas y sonrisas al escuchar Coronación de la Macarena. Miles de personas recibían a la Dolorosa a los pies de Las Setas. Niños, jóvenes -muchos jóvenes- y ancianos se olvidaban por momentos de las sofocantes temperaturas porque solo querían mirarla a ella. “Yo el Domingo de Ramos nunca puedo verla, hoy tenía que estar aquí”, susurraba un señor. 

Delante del paso, incontables cámaras se agolpaban y decenas de personas cangrejeaban junto a los hermanos que portaban el cirio. Los acólitos tenían la cara empapada, de sudor y de lágrimas. Nada tenía que ver con un Domingo de Ramos, ni la temperatura ni el itinerario, pero todo era igual al mismo tiempo: la devoción, la espera, ella. Sin importar el calor asfixiante, los pisotones, ahí estaban sus devotos, cada vez más presentes a medida que el paso rodeaba la Plaza de la Encarnación. 

“¡Madre mía! Y no ha llegado esto a calles estrechas todavía…”, se oía suspirar en voz alta a uno de los muchos jóvenes que caminaban frente al paso. 

Cayó el sol y las velas iluminaron los ajuares de la Virgen. Para esta ocasión, lucía su manto de salida, una obra de Juan Manuel Rodríguez Ojeda que estrenó en 1927. A su corona de oro de cuando la coronación canónica, se sumaban joyas emblemáticas como la cruz pectoral del Cardenal Segura. 

“¡Hay que caminar, hay que caminar!”, animaban los diputados de tramo para abrirle paso a la imagen en la plaza. El monumento de Las Setas fue por un momento un palco gratuito, un lugar desde donde cientos de turistas pudieron contemplar una escena de lo más sevillana. “Did you take a good one?”, se preguntaron dos amigas de habla inglesa. No importaba que desconocieran la relevancia de un momento así, el silencio era sepulcral y los turistas querían que su vídeo reflejara la majestuosidad del momento.

Tras casi una hora en las calles, sin perder el ritmo, el paso de la Virgen discurrió por la calle Alcázares en busca de enclaves que jamás había pisado la cofradía. Por la estrechez de la vía, allí fue donde cientos de personas la dejaron atrás, para reencontrarse con ella en otro punto de su itinerario antes de llegar a San Juan de la Palma.

Ahora sí, con rosas, claveles y esparraguera, el paso de la Amargura se disponía a recorrer por primera vez calles que la llevaran de regreso a su casa, al templo que lleva 300 años venerando a la Dolorosa.