La Procesión de los Huesos: el cortejo fúnebre que Sevilla perdió
El solemne desfile, que arrancaba cada Domingo de Ramos desde el Hospital de la Santa Caridad y concluía frente a la Catedral, congregaba a miles de sevillanos hasta su desaparición en 1666

Detalle de 'El Triunfo de la Muerte'. Pieter Brueghel el Viejo (1562). / Archivo El Correo
La epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649 fue uno de los episodios más devastadores del siglo XVII, pues causó la muerte de entre un tercio y la mitad de su población, es decir, aproximadamente 60.000 a 70.000 personas sobre unos 120.000 habitantes. La enfermedad se extendió principalmente durante los primeros meses del año y persistió de forma intermitente hasta 1652. El brote se originó en varios barrios ribereños, especialmente Triana y el Arenal, zonas marcadas por su intensa actividad comercial y densidad poblacional.
La crisis causada por la Yersinia pestis provocó un colapso tal en los servicios funerarios y sanitarios que obligó a las instituciones civiles y religiosas a adoptar medidas urgentes. La Hermandad de la Santa Caridad jugaría un papel fundamental en la recogida y enterramiento digno de los fallecidos más desfavorecidos, contribuyendo a mitigar la tragedia social derivada de la peste.
Según apunta el cronista sevillano Diego Ortiz de Zúñiga, la primera noticia que tenemos de esta corporación data del siglo XV, si bien su formalización no llegaría hasta el 19 de agosto de 1565, cuando se hallaba radicada en el hospital de San Isidro, el cual desapareció tras la reducción de hospitales decretada por el arzobispo Rodrigo de Castro en 1578. Posteriormente, los hermanos se trasladarían a la antigua ermita de San Jorge, junto a las Atarazanas Reales y, por consiguiente, muy cerca del río.

Fachada del Hospital de la Santa Caridad. / Archivo El Correo
El impulso de Mañara
José Gámez Martín, miembro numerario de la Academia Andaluza de la Historia, explica que en aquellos años la Hermandad estaba compuesta en su mayoría “por individuos de clase media sevillana y algunos miembros de la alta sociedad pertenecientes a una de las cuatro órdenes militares, algún título del reino y clero de renombre como canónigos de la catedral o titulados de la curia”.
Tras sufrir un estado de postergación entre 1612 y 1633, que casi la lleva a su extinción, la construcción de un nuevo edificio en una de las naves de las Atarazanas daría nuevos bríos a la corporación. Era 1645, y a este hecho se sumaría la defensa del dogma concepcionista por parte de sus hermanos, lo que llevaría a la Santa Caridad a adquirir preponderancia en la sociedad hispalense de la época. No obstante, el verdadero impulsó llegaría con el ingreso del caballero calatravo Miguel Mañara Vicentelo de Leca, el 10 de diciembre de 1662.
Según recoge el catedrático Francisco Martín Hernández en su obra Miguel Mañara (Universidad de Sevilla, 1981), poco antes de la incorporación de este ilustre personaje, la Hermandad había renovado la “primitiva Regla”, y en ella habían quedado “definitivamente fijados los objetivos de la misma”. Pese a ello, Mañara transformaría de forma sustancial a la Santa Caridad, pasando a ocuparse de los más necesitados vivos amén de honrar a los difuntos. Según el investigador Enrique Mapelli López, “la Hermandad alcanzó su mayor auge entre 1650 y 1680 admitiendo unos 600 miembros por década”.
Personalidades y artistas
Merced a sus desvelos, pronto se sumarían a la causa personalidades como los duques de Medinaceli, los marqueses de Paradas y los condes de Ribera, así como literatos y artistas de la talla de Murillo y Valdés Leal. Precisamente estos últimos fueron los principales artífíces, junto a Pedro Roldán, de la ornamentación de la nueva iglesia diseñada por Pedro Sánchez Falconete. Un templo cuya fachada sería rematada por Leonardo de Figueroa, y que desde 1674 alberga joyas pictóricas y escultóricas expuestas de manera temporal en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Una de las principales reformas llevadas a cabo por Miguel Mañara, quien, en palabras del jesuita Jesús M. Granero, “se convirtió en hermanos de los pobres de Sevilla y durante los 16 años que presidió dicha Corporación alcanzó grandes logros”, fue la Procesión de los Huesos, la cual tenía lugar cada Domingo de Ramos.
Tras participar en la misma desde la primavera de 1663 —primero como diputado de entierros y más tarde como hermano mayor de la Santa Caridad—, Miguel Mañara concluyó que aquella exhibición rozaba lo teatral y escandaloso. Nadie se lo discutió.

Monumento a Miguel Mañara. / Archivo El Correo
Un entierro colectivo
¿Y en que consistía exactamente la Procesión de los Huesos que atraía cada Semana Santa a miles de sevillanos? Las instrucciones reglamentarias de 1661 recogen que el Viernes de Dolores los oficiales de la Hermandad debían salir a recoger los huesos de los difuntos que yacían sin sepultura en hospitales, cárceles, riberas y campos, y disponer lo necesario para su traslado y enterramiento. Para ello, se designaban cinco hombres para la operación: dos para las andas, dos para los faroles y uno para portar la manguilla con el Santo Cristo. Asimismo estos hermanos debían proveer mortaja, hilo, aguja, caldereta de agua bendita y cestas con velas.
Una vez amortajados los cuerpos e introducidoslos huesos en urnas, estos eran dispuestos el Sábado de Pasión en un túmulo negro situado en el centro de la Iglesia de San Jorge como paso previo al cortejo del Domingo de Ramos. Esta procesión iba precedida por un muñidor vestido con una hopa o túnica azul que hacía sonar una esquila, y niños de doctrina con velas (veinticuatro, según las crónicas). A estos les seguían hermanos con velas de a libra, autoridades internas (fiscal, alcaldes, hermano mayor) con varas y velas apagadas, el clero en distinta ordenación y, finalmente, las andas con los huesos.
Desde el Hospital, la procesión discurría por Pescadería, Calle del Pescado y Puerta del Arenal, continuaba por la Calle de la Mar, Génova, Plaza de San Francisco, Audiencia, Chicarreros, Mercaderes del Lienzo, Arquillo de los Chapineros, Francos y Placentines, y tras rodear las gradas de la Catedral, se detenía frente a esta. Las crónicas indican que, durante el trayecto, los hermanos pedían limosna para sufragar el entierro colectivo. Finalmente, los huesos eran depositados en la capilla del Colegio de San Miguel —en la actual Plaza del Cabildo—, donde los sacerdotes oficiaban un responso antes de proceder a la sepultura.
El historiador del arte Sergio Raya afirma que la procesión “era una de las más solemnes con las que contaba la ciudad”, ya que se trataba de un entierro colectivo que a su vez era síntesis de la misión de la Hermandad.

Procesión de los Huesos de Marchena. / J.J. Sarabia
Domingo de Ramos en Marchena
Pese a ello, en 1666, el intento de rendir honores públicos a un ajusticiado descuartizado llevó a Miguel Mañara a replantear la procesión. La reforma de la Regla en 1675 eliminó la exhibición de restos humanos, manteniendo el acto en clave más recogida. El cortejo desapareció del paisaje urbano de Sevilla, pero no de su provincia.
Y es que en 1674, justo antes de la redacción del nuevo reglamento, el municipio de Marchena vio nacer su particular Procesión de Huesos merced a una Hermandad filial de la hispalense fundada en 1649. Esta tenía como objetivo dar cristiana sepultura a personas que morían en la villa y el campo, incluyendo ajusticiados en extramuros. Los restos eran recogidos y depositados en la capilla del Hospital de La Milagrosa, desde donde, cada Domingo de Ramos, se trasladaban en procesión hasta la Parroquia de San Sebastián, donde se realizaba una misa en su honor.
En la actualidad, decenas de hermanos de riguroso negro y un brazalete azul con un llamativo corazón rojo parten cada Domingo de Ramos desde la Parroquia de San Juan, a las 13:00 horas, para hacer un recorrido que les lleva hasta San Sebastián. En 2024, con motivo del 375 aniversario de la fundación de la Hermandad, el arzobispo José Ángel Saiz Meneses recordó a Francisco López García y Pedro Benjumea Lebrón, quienes junto con otros vecinos de Marchena dieron luz a la corporación.
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