El Correo de Andalucía

Un año de la dana en Valencia

Doce historias unidas por la tragedia del 29-O

Levante-EMV reúne doce historias unidas por la riada y por la superación tras las inundaciones

Son doce historias, doce testimonios, los rescatados por el periódico Levante-EMV de aquel trágico 29 de octubre de hace ahora un año. Lo cierto es que podrían ser miles. Cada vivencia tiene sus particularidades, pero todas ellas comparten un denominador común: la incredulidad por lo ocurrido aquella tarde aciaga. El desconcierto por la magnitud y virulencia de un episodio extremo que en solo unas horas cambió su cotidianidad. Sus planes, sus ilusiones, sus vidas. Algunos relatos son la prueba de la superación, del volverse a levantar. Es el caso de Ana, con un comercio reabierto en Paiporta, tras verse arrastrada por la lengua de agua y cañas. Como ella, los propietarios de pequeños negocios arrasados aquel día. Peluqueros como Mario Martínez, en Catarroja, Mauro Lorenzo, con una papelería en Alfafar, o Mercedes Dávila, con una tienda de moda en Chiva, a unos metros del barranco del Poyo. Todos comprobaron como el agua iba subiendo de nivel en sus locales. Cuando bajó solo quedaba barro, caos y destrucción. Un año después vuelven a estar operativos, como la diseñadora Hortensia Maeso, a la que la riada obligó a partir de cero en su taller de Picanya.

Hay también relatos, estremecedores, como el de Mary Rodríguez, madre de Janine y abuela de Escarlet, que perdió en un instante su presente y su futuro. En una maleta guarda toda la ropita de la bebé de ocho meses no nacida, pero reconocida como la víctima 229. Y está la lucha también de quienes ni siquiera han podido enterrar a sus muertos, como Saray y Ernesto, que no pierden la esperanza de que los operativos de búsqueda logren localizar los cuerpos para descansar e iniciar el duelo.

Entre los reportajes destaca el de la familia de Karol y Boris, inmigrantes que han logrado regularizar su situación tras quedarse sin nada aquella tarde. Viven en Catarroja con sus cuatro hijos y la abuela paterna. Sobrecogen los recuerdos de Samuel, Ralf y Amparo, trabajadores del 112 en Emergencias, que aquel aciago último martes de octubre atendieron tantas y tantas llamadas de auxilio. De miedo, como el que aún sienten en un bloque de viviendas de la Torre donde el garaje se convirtió en una ratonera letal. Así lo cuenta Vlad, uno de los vecinos. De uno de los epicentros de la riada, Utiel, está la historia de José, un bombero de paisano aquella jornada que logró rescatar a cincuenta personas. Y Ona, la niña de l’Alcúdia nacida ese día en el hospital de la Ribera, que representa la vida abriéndose paso entre tanto dolor. Doce relatos que ponen cara y voz al horror que ese día sufrieron miles de afectados por la dana.

Ona, la niña que llegó tras el pitido del ES-Alert

Una pareja de l'Alcúdia relata el contraste entre la alegría por el nacimiento de su primera hija la tarde del 29-O y la desolación que encontró al regresar a casa

La pequeña Ona Botella gatea por el parque de la Florida, en l'Alcúdia, mientras sus padres, Lourdes Martínez y Pepe Botella, observan con atención cada uno de sus movimientos. Él aparta una piedra del suelo para evitar que su hija tropiece o se haga daño, mientras ella intenta calmar los llantos de Ona. "Está un poco malita. Desde que va a la guardería parece que ha hecho huelga de hambre y de sueño", bromea Pepe mientras la sostiene en brazos. A pesar del cansacio, la pequeña no duda en sonreír cada vez que sus padres le dicen alguna cosa. Los gestos de ambos les delatan. Son padres primerizos, por lo que el miedo y la felicidad se reflejan a partes iguales.

Con apenas un año de vida, la pequeña Ona todavía no es consciente de que llegó en el momento más difícil y oscuro de la sociedad valenciana para aportar un rayo de luz y esperanza en medio del caos y la catástrofe en la que estaban sumidos decenas de municipios. Justo hace un año, Ona no podría haber gateado por ese parque, ya que el desbordamiento del río Magro anegó de lodo y agua gran parte del municipio. En ese punto, el agua superó el metro de altura arrasando con todo a su paso. Pero un año después la estampa es muy distinta. Han pasado 365 días. Probablemente han sido los más difíciles del municipio, pero los más alegres para ellos.

"Los médicos estaban a punto de hacerme la cesárea y les sonó el móvil. Me dijeron que no pasaba nada, que era un aviso de Protección Civil, pero me asusté".

Aquel 29 de octubre Lourdes y Pepe no eran conscientes de la magnitud de la tragedia. Ellos, ajenos a la realidad que les rodeaba, vivían "uno de los momentos más felices de la vida". Sólo habían pasado cuatro o cinco minutos desde que sus móviles habían emitido ese sonido tan extraño, entre pitido y sirena, cuando escucharon por primera vez el llanto de la pequeña. Ona nacía en el Hospital Universitario de la Ribera, donde se produjeron dos partos más, para protagonizar la única noticia positiva de aquella trágica jornada. La vida se abría paso entre el barro y la destrucción. "Cuando sonó la alarma, ya se habían llevado a Lourdes a la sala para practicarle la cesárea. Yo estaba en otro lugar mirando el teléfono y, a los pocos minutos, empezó a sonar el pitido", explica Pepe. Ella también recuerda el temor que vivió al escuchar aquel pitido: "Los médicos estaban a punto de hacerme la cesárea y les sonó el móvil. Me dijeron que no pasaba nada, que era un aviso de Protección Civil, pero me asusté". No es la primera vez que cuentan esta historia. Y tampoco será la última. "La gente se sorprende cuando les decimos el día que nació", indica él.

Lourdes y Pepe ingresaron en el Hospital de la Ribera el lunes 28 de octubre, un día antes del caos. Aquel día no llovía. Ellos habían salido de su casa con una mezcla de ilusión y temor, sentimientos a los que se enfrenta cualquier familia que va a conocer por primera vez a su hija. Nunca hubieran imaginado que aquella imagen que vieron de l'Alcúdia no iba a ser la misma que observarían cuando regresaran cuatro días después. "Ingresamos el lunes porque el parto estaba programado. Ese día ya estábamos allí y no habíamos visto nada", afirma la madre, que añade que "no había ventanas en la habitación y, por lo tanto, no veíamos nada. Sólo escuchábamos la lluvia".

El miércoles 30 de octubre, como muchos de los ciudadanos que no habían vivido en primera persona la riada, pudieron empezar a ser conscientes de la magnitud de la catástrofe. "Piensas que se puede haber salido algún río e inundar algún camino o paso a nivel, pero nada comparable a todo lo que vimos después", indica Pepe.

"Piensas que se puede haber salido algún río e inundar algún camino o paso a nivel, pero nada comparable a todo lo que vimos después".

Ona había nacido sana. Sus padres disfrutaban de sus primeras horas de vida en esa habitación pendientes de todas las imágenes y vídeos que les llegaba del exterior. La falta de comunicación y de vías para desplazarse imposibilitó que sus amigos y familiares pudieran acudir al hospital a conocer a la pequeña. Además, el barro y el agua habían golpeado a la familia de Lourdes en l'Alcúdia. La vivienda de su hermana se había inundado, por lo que era el momento de iniciar las labores de limpieza y retirar los trastos, muebles y enseres inservibles. "Tenía toda la casa llena de barro, el garaje era una pecera. Por suerte, todos estaban bien, pero sabíamos que parte del pueblo se había inundado. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar cuando llegáramos", indica Pepe.

Lourdes, Pepe y Ona iniciaron el camino de regreso a casa ese viernes 1 de noviembre. La estampa durante todo el camino era desoladora. "Todo estaba lleno de barro alrededor, algunas calles estaban cerradas y nosotros necesitábamos acceder al piso", explican ambos. La pareja decidió desplazarse a Càrcer, donde viven los padres de Pepe, para pasar los primeros días. "En l'Alcúdia no había luz ni agua, por lo que decidimos irnos", afirma. A los diez días, regresaron al municipio. "Volvimos cuando volvió el agua", explica.

Las primeras jornadas en la localidad no fueron fáciles. Los muebles llenaban las aceras, las calles todavía estaban repletas de barro y la tristeza sólo se desvanecía al ver a Ona. "Al principio fue complicado. No podíamos ni pasear por las calles ni utilizar el ascensor. La suerte que tuvimos es que l'Alcúdia se recuperó mucho más pronto que otras localidades. Mucha gente lo pasó realmente mal", reivindica.

Ambos se sienten afortunados por haber estado en el hospital el día de la catástrofe. "Si nos pilla aquí, hubiésemos pasado mucho miedo porque nos mostraron vídeos de cómo pasaba el agua y era aterrador. No quiero pensar qué hubiera pasado si estuviéramos aquí", lamenta el padre de Ona. La pequeña observa con atención a sus padres mientras hablan. Con sólo un año de vida es consciente de que hablan de ella. Sin saberlo, su historia ahora es la historia de muchos valencianos que aquel 29 de octubre también volvieron a nacer.

"Pasamos mucho miedo. Los vecinos nos contaban que hicieron una barricada para salvar los coches del garaje, donde también estaba el mío. Pensaba que lo había perdido, pero tuvimos suerte".

Lourdes también agradece haber estado lejos de l'Alcúdia esa jornada. "Pasamos mucho miedo. Los vecinos nos contaban que hicieron una barricada para salvar los coches del garaje, donde también estaba el mío. Pensaba que lo había perdido, pero tuvimos suerte", insiste. No obstante, no puede dejar de pensar en la situación que vivió su hermana durante esas semanas. "Me sentía muy mal porque quería ayudarles. Mi hermana, mi cuñado y mi padre intentaron sacar todo el agua de casa de mi hermana. Si no lo hacían ellos, nadie lo iba a hacer", denuncia.

Lourdes todavía recuerda con emoción el primer encuentro entre Ona y su familia tras la catástrofe. "Los veías cansados y yo me sentía fatal. Mi hermana no quería que fuera", explica. Y, por fin, llegó el momento de reencontrarse. Los padres de la pequeña decidieron acudir a casa de los abuelos maternos. "Mi hermana estaba en su casa. Llamé para decirle que iba a casa de mis padres. Vino corriendo, estaba llena de barro, pero muy contenta", recuerda.

Aquel reencuentro iba a marcar un antes y un después. La visita de Ona, sin saberlo, era el inicio de la reconstrucción, tanto familiar como del municipio. Cada paso de la pequeña representaba un paso más en el largo camino hacia la recuperación. "Ona fue un impulso para mi hermana y para mi madre, que son las personas que peor lo han pasado en la familia. Han visto como su pueblo se llenaba de barro en pocos minutos, por lo que la pequeña es la alegría que les da ese empujón cada día", reconoce Lourdes. Añade: "Ha sido un año lleno de aprendizajes. Estamos destrozados al no poder dormir, pero sonríe y cambia todo".

El 29 de octubre supuso un antes y un después para la sociedad valenciana. Mientras el barro y el agua inundaban decenas de localidades, Ona llegaba como una ola de esperanza. "Siempre pensamos que para nosotros es el día más feliz e inolvidable, pero para otros es el más triste de sus vidas. Su cumpleaños será recordado como una fecha muy señalada por la riada", reconoce Pepe. Ellos quieren que la pequeña también sea consciente de todo lo que sucedió durante aquellas horas. "Cada año se lo recordaremos porque queremos mostrarle esa parte de la historia", afirma.

Ona se ha convertido en un símbolo de la dana, ya que nació el día más trágico de la historia reciente valenciana. Por ello, Levante-EMV le otorgó en esta edición de los premios de la cabecera el Reconocimiento Extraordinario. Ella es la primera pieza de la reconstrucción, tanto material como emocional, y un rayo de esperanza para todos los vecinos y vecinas que buscan resurgir de la catástrofe.

Samuel Declerck, Amparo López y Ralf Wandschneider, trabajadores del servicio de emergencias del 112 de la Generalitat.

El drama a pie de teléfono: "La gente llamaba en shock desde tejados o subidos a vallas"

Tres trabajadores del 112 de Emergencias narran la «locura» del día de la dana en la sala, con avisos atrapados en gasolineras, con crisis de ansiedad o hipotermias

En la sala de descanso, un espacio al margen del sonido de teléfonos y sus conversaciones, un compañero avisa a Ralf Wandschneider: "Menuda mañanita". Faltan unos minutos para las tres de la tarde del 29 de octubre, momento en el que Ralf empieza su turno atendiendo las llamadas que llegan al 112. Por un momento piensa que quizás es una exageración o que puede ser que lo que ha sido una mañana movida cambie se relaje por la tarde. Pero no. Sus ocho horas de trabajo, igual que las de después de Amparo López, o la que había realizado previamente Samuel Declerk son una radiografía de una catástrofe que ellos padecieron a pie de auricular.

"Somos profesionales de las emergencias, no call center, no telemarking, nuestro compromiso es con el servicio público y con la protección, seguridad y salud del ciudadano", reivindica Amparo antes de comenzar a desgranar una jornada que ha quedado marcada en negro. Los tres trabajadores del 112 hablan con emoción, apelando a la vocación y a la empatía, a un empleo duro que reconocen que les gusta, pese a todo. Son 18 años de experiencia para ella, desde 2007; tres años después entró Samuel y en 2020 llegó Ralf. Lo del 29-O, dicen, supera con creces lo vivido antes, la dana en la Vega Baja, el incendio de Campanar o el accidente del metro. "Estaban más localizados, no afectaba a tanta extensión de población", indica Samuel.

Según el informe que Emergencias de la Generalitat traslado al Juzgado de Instrucción nº3 de Catarroja, el 112 recibió el 29 de octubre 19.821 llamadas. Las primeras de aquella jornada las cogió Samuel, que había entrado a las once de la noche del día anterior. "La noche fue relativamente tranquila", recuerda, no obstante, la situación comenzó a cambiar a las 6 de la mañana, en los momentos finales de su turno. "En ese momento empezaron a entrar avisos de Utiel y Requena", cuenta, y aunque no eran "muy elevados" ni de gravedad (algún corte de vía, alguna vivienda con agua), ya mostraban que algo estaba pasando, "un sexto sentido", añade, con primeros problemas de conexión.

Cuando a las 7 de la mañana Samuel salía del edificio de l'Eliana, Amparo estaba en su casa y había decidido que sus hijos no irían al colegio: los avisos que había visto por parte de Aemet le sirvieron para tomar la decisión. "Ya se veía que era un día especial", justifica. En ese momento, Ralf se preparaba para el turno de la tarde. Las noticias que seguían en redes sociales y en À Punt mostraban la virulencia del temporal que ya se notaba en el que sería su puesto de trabajo horas después.

"Casa inundada les llega el agua por las rodillas", "se le inunda la vivienda, tiene un palmo de agua", "agua en inmueble, llamante dice que barranco desbordado" o "agua en coche, no pueden salir, dos personas dentro" son algunos de los avisos que quedan reflejados esa mañana en el Coorcom, el aparato informático donde los trabajadores del 112 recogen los avisos que les llegan, un "quién, qué y dónde", que transmiten a los distintos organismos como Policía, Bomberos o Guardia Civil que son quienes movilizan sus recursos. En ese contexto llega el turno de Ralf y el comendario en la sala de descanso.

"Menuda mañanita", le dice un compañero. La advertencia no falla. Su primer recuerdo es la concentración de avisos en Utiel. "Era un mar de puntos rojos", cuenta, describiendo el mapa donde se van señalizando los incidentes que se tramitan. La cifra de llamadas pendiente era "absurda, desmesurada" con testimonios de gente que se ha subido al primer piso de su casa porque le ha entrado agua, advertencias de que el nivel seguía subiendo y no tenían donde resguardarse o una petición directa: "Sácame de aquí". Los recuerdos se le nublan ante un trabajo "a máxima intensidad".

Se concentra en sacar adelante el mayor número de llamadas pendientes, la adrenalina del momento le hace tirar para adelante. En ese momento el color de las llamadas que entran es rojo. Es el código que demuestra el desborde de avisos en la sala. Si las llamadas se atienden en menos de 3 segundos de forma general, la luz de la cabina es verde. Si pasa de ese tiempo, además de saltar a todas las mesas habilitadas, se vuelve amarilla. Si supera los 10 segundos, límite marcado en la carta de servicios pactada entre la Generalitat y la empresa subcontratada, Ilunion, es rojo. Significa que el volumen de comunicaciones sobrepasa a la plantilla y se necesita refuerzos.

Según el informe que se encuentra en la causa judicial, el pico de llamadas se dio a las 17 horas, cuando a unos metros se constituía el Cecopi, con 2.438 llamadas en 60 minutos. Es por esas horas cuando a Ralf le llegan las primeras llamadas de Catarroja, su pueblo. "En ese momento estás a tope y no eres del todo consciente", explica. El paso tiempo se convierte en un tobogán, se desliza a una velocidad incontrolable; "una locura" también a nivel emocional. Ralf terminó a las 23 horas con la "incertidumbre" de qué había sido de su familia y sin poder volver a su casa. Se quedó en casa de su padre.

Antes, a las 19:50 horas, había entrado en su turno Amparo. "La sala estaba absolutamente al máximo rendimiento, todo ocupado, no cabíamos más en las mesas", explica. La intensidad se nota en los testimonios que le transmiten: abuela, hija, bebé de apenas semanas y un niño de siete años en un altillo dentro de casa con el agua casi por las axilas; gente con crisis de ansiedad, alguna hipotermia, personas subidas a tejados de una gasolinera en la V-31, gente que veía a vecinos subidos a vallas ante el paso torrencial del agua, a lo que se sumaban otras llamadas de cuestiones comunes del resto de la Comunitat Valenciana, que le hacían sentirse "rara", pero claro, "ellos también tenían problemas".

En la sala del 112 veía a compañeros llorando que seguían cogiendo llamadas, una emoción que se le contagia casi un año después. Los ojos se le encharcan y habla de las últimas horas de ese día y las primeras de la madrugada. Es testigo auditiva del aplauso desde el tejado de una fábrica cuando una decena de personas atrapadas allí nota que el agua empieza a bajar. Había contactado con la madre de una de ellas para confirmarle que estaba bien. El problema fue que el descenso del agua supuso revelar una realidad catastrófica.

Amparo estuvo los cuatro días siguientes sin poder dormir. "Eres parte de ese sufrimiento", expresa. Ralf estuvo un mes sin ir a trabajar. "Te afecta de los dos lados", indica. Su casa, en un bajo en Catarroja, quedó destrozada. El ritmo, de hecho, seguía todavía alto cuando regresó a la sala. "Todavía seguía coleando", añade. Samuel lo corrobora y desgrana cómo los siguientes días las llamadas no cesaban de entrar para cuestiones tan básicas como falta de comida, de agua, de medicamentos o de no poder salir. "Era algo nunca visto, los días de después también fueron muy duros", explica.

Una de las llamadas que recuerda Amparo es la de una señora mayor a los "tres o cuatro días" del 29-O. "Es usted la primera persona con la que consigo contactar", le dijo al otro lado del auricular. Ella y su marido, con discapacidad, tenían lodo casi por la cintura y pese a los gritos nadie les había oído. Llevaban desde entonces encerrados en casa, sin posibilidad de salir. Otra mujer le transmitió su emoción al ver "entrar al ejército por la Avenida del Cid". "No quería nada, estaba sola y quería transmitir a alguien lo que sentía", explica.

Las experiencias de aquellos días las cuentan entre el bullicio del Mercat Municipal de Catarroja. Admiten que el 29-O les ha cambiado en algo, aunque evitan concretar en qué. "Seguro, como a todo el mundo, lo difícil es ponerle nombre", resume Ralf. Lo que sí ven más claro es que su trabajo ha tenido más foco en otras ocasiones. Han notado el "malestar" de algunos ciudadanos que ese día no fueron atendidos —hubo más de 8.000 llamadas sin respuesta—, pero niegan categóricamente que fuera por la falta de implicación del personal. "Estuvimos dándolo todo durante toda la tarde, pero la avalancha fue mayor", dice Ralf. "Nos genera mucha impotencia, porque nosotros somos los primeros que queremos atender a todo el mundo", añade Samuel.

Sin embargo, se muestran satisfechos, un orgullo por toda la energía, empatía y esfuerzos puestos que también les ha llegado de la ciudadanía. "Hemos sentido el cariño de la gente, se ha demostrado que somos necesarios", indica Amparo. Otra cosa es a nivel institucional donde tienen cierta sensación de haber sido "olvidados" para muchas administraciones. Con la conversación apurándose y las tazas de café ya vacías sobre la mesa, dejan para otro marco los problemas laborales y de condiciones, el alto porcentaje de bajas estructurales (cerca de un 20 %), la inestabilidad de una plantilla que tiene una treintena de sus 160 integrantes llegados de bolsa o el convenio de telemarketing bajo el que se rigen, y toman los recuerdos del 29-O para reivindicarse como lo que se sienten un año después, "profesionales de las emergencias": "Porque nosotros seguimos ahí, cada turno, con la salud y la seguridad del ciudadano como prioridad".

Una superviviente de la dana: "Me sabe mal decirlo pero estoy muy feliz: estoy viva"

Ana, que regenta un comercio en Paiporta, sobrevivió hace ahora un año tras inundarse su local y empezar a flotar por las calles del pueblo hasta que fue rescatada “un extremis”

Ana es una mujer trabajadora, fuerte, resiliente. Se planta delante de ti y te da una lección de vida. No con su discurso, sino con su actitud y presencia en la vida. El 29 de octubre de 2024 salvó la suya tras una noche traumática en la que flotó por las calles de su pueblo, Paiporta, tragando cañas y pidiéndole a las leyes de la física que ningún objeto contundente le golpeara el cuerpo ni la cabeza y fuera el final. Esto se cumplió. Ahora, un año después, ha vuelto a levantar la persiana de su comercio y hace mantra su filosofía de vida: "puede pasar lo que sea, pero hay que seguir adelante".

Ana estaba en su negocio aquella tarde hasta que el agua le cubrió hasta el cuello y tomó una decisión, tirarse de cabeza por el único hueco que daba a la calle y salir nadando. Al emerger del agua, se vio flotando por la calle. Estuvo colgada de una ventana pidiendo ayuda, finalmente se cogió a una tabla que le paso por delante para no morir congelada y al final, cuando veía una montaña de coches haciendo de barrera al final de una calle, un vecino la cogió con una cuerda y la estiró hacia su portal. Así se salvó.

Ana volvió a casa al día siguiente. Estaba viva y eso es lo que reivindica ahora, cuando se cumple un año de la tragedia que destrozó, entre otras comarcas, l’Horta Sud. “Me sabe mal decirlo, pero estoy muy bien. Me siento muy feliz, porque estoy viva. Si no estuviera viva, no podría ni siquiera decidir seguir adelante y por eso, solo el saber que estoy aquí, viva, me hace estar muy feliz por dentro y me hace decir: 'vamos, vamos, vamos'".

"Siempre he sido de ser consciente de mis prioridades pero ahora, después de vivir aquello, mucho más. Lo importante es eso, cuidar de los tuyos".

Un año después de uno de los sucesos más extremos que espera vivir jamás, Ana ha vuelto a reabrir su negocio. Dice que se ha dado cuenta de que su marido es "sagrado" para ella y que mira mucho, muchísimo, por sus hijos. "Siempre he sido de ser consciente de mis prioridades pero ahora, después de vivir aquello, mucho más. Lo importante es eso, cuidar de los tuyos".

¿Qué ha cambiado después de sobrevivir a la dana? "Que aunque yo no quiera sigo teniendo miedo. Aunque me niegue, sigo teniendo el miedo de que pueda volver a pasar. No me fío. Caen dos gotas y noto que mi cuerpo y mi mente se pone en alerta y eso antes no me pasaba", explica la vecina de Paiporta. Pero ella se sobrepone a todo, ella hace, sigue, trabaja.

"Me dicen que soy una tía muy fuerte, pero yo no lo miro así, yo hago lo que tengo que hacer y se acabó", cuenta, y se pone la mano en la espalda como quien se coloca una mochila. "Nunca había estado en una situación así, pero me he dado cuenta de que mi reacción, para mí, es la mejor. Mi negocio, mi familia, son motivos para seguir y no quedarme en el 29 de octubre".

"Mi marido me dijo que parara de trabajar y él volvía a conducir camiones, pero yo le dije que no. Si yo me quedo en casa con mi madre recién fallecida y mi sobrino, que se nos fue con la dana, yo me muero".

Para Ana, reabrir su negocio ha sido su vía de escape a lo vivido. "Hay que moverse para no pensar, en el momento que yo pare, la cagaré. Todavía no he parado, no puedo parar. Tengo mucho trabajo, muchos pagos por hacer. Levantar un negocio con todo lo que nos ha pasado es duro y trabajar me sirve para no pensar en la tragedia de aquel día". De hecho, dice, esa fue una de sus mayores motivaciones a partir del 30 de octubre de 2024. "Mi marido me dijo que parara de trabajar y él volvía a conducir camiones, pero yo le dije que no. Si yo me quedo en casa con mi madre recién fallecida y mi sobrino, que se nos fue con la dana, yo me muero. Psicológicamente estaría muchísimo peor", señala Ana.

La vecina de Paiporta ve a mucha gente cada día que acuden a su comercio y que conoce. "Hay muchas clientas que están completamente hundidas, unas depresiones impresionantes. Niños que no quieren entrar en el pueblo un año después, gente mayor que vieron la catástrofe desde el balcón , pero no pueden superarlo y me da mucha pena porque necesitan ayuda y urgente", cuenta Ana. ¿Y tú qué les dices?, pregunta este diario. "Yo les digo que estaba dentro del agua y hay que seguir adelante, que yo miro hacia el futuro y ellos deben hacerlo también".

El barro no se ha ido de Paiporta, ni Paiporta se ha ido del barro. Lo cuenta Ana y agradece todas las muestras de cariño de sus vecinos y vecinas: "Entrar en la tienda, me abrazan y se ponen a llorar. Yo les digo, 'no llores, ¡si estoy entera!', sigo peleando con mi marido y gritando a mis hijos de vez en cuando. El día a día es ese y yo sigo aquí", sostiene.

¿Cómo ve Ana a la gente del pueblo, un año después del peor suceso colectivo de su historia?, pregunta Levante-EMV. "Cansada. Muy cansada. Muchos aún no tiene levantadas sus casas y otros se han ido del pueblo, pero lo que pasó nos ha marcado".

Ana solo da las gracias por estar viva, por estar trabajando y haber reabierto su negocio y por la “lección de vida” que todo esto le ha dado a sus hijos de 11 y 9 años. “Ahora son muy fuertes. Después de esto, lo que les traiga la vida lo sabrán afrontar y eso me hace muy feliz. Están creciendo y aprendiendo”.

La última alerta roja de final de septiembre dio "mucho miedo" en la zona cero pero "no tuvo nada que ver con la del día de la dana", según Ana. "Yo abrí el domingo 28 el negocio y ya tenía la mochila con las llaves y el móvil para salir corriendo. Esta vez, eso sí, no me iba a esperar a nada. No quería que el agua me pillara otra vez en la tienda. Ahora ya no".

El EsAlert del 29 de octubre de 2024 y el del 28 de septiembre de 2025 pillaron a esta superviviente en circunstancias muy diferentes. El día de la dana, el mensaje ni le llegó porque "ya había perdido el móvil en el agua y estaba intentando no morir ahogada o por golpes de objetos o coches". De hecho, explica Ana que escuchó la segunda alerta que se envió aquella noche cuando llegó a la casa de quienes le salvaron. "Ellos decían '¿y ahora suena la alarma?' y yo ya me había recorrido medio pueblo con el agua por encima de mi cabeza. No tiene sentido".

"Ellos decían '¿y ahora suena la alarma?' y yo ya me había recorrido medio pueblo con el agua por encima de mi cabeza. No tiene sentido".

El domingo 28 de septiembre de 2025, sin embargo, "sonó la alarma y ni había llovido, 24 horas antes de la alerta roja. Eso sí es avisar". Ana escuchó la alarma y se subió a casa con su familia. "Me acosté a dormir un rato porque sabía que estábamos en casa todos, mis hijos y mi marido. Nos preparamos para ponernos a salvo por si algo así volvía a pasar. Si esto se hubiera hecho aquel día...", dice, y ahí lo deja.

Lo que vivió hace un año no lo olvidará nunca, pero si algo le ha enseñado es que por muchas cosas que vengan en la vida, "siempre se sale adelante y subir la persiana cada día es una muestra de ello". Tras una larga y generosa charla, como conclusión, dice que "después de toda esta historia, parecerá mentira, pero soy la tía más feliz del mundo. Tengo unos hijos muy fuertes, mi marido y nos queremos muchísimo, y más. Y yo estoy muy bien, preocupada por los pagos, el negocio, pero eso se irán saldando, mientras el negocio vaya. Lo único que me inquieta son los sustos de las alertas, pero bueno, que se quede como esta última alerta roja. Avisados y sin catástrofes. Lo demás son cosas de la vida y a mí me toca vivirla".

José, el héroe anónimo de Utiel

José, el héroe anónimo de Utiel que sacó del agua a 50 personas

Este bombero que salió de casa de paisano fue clave para que no se tuvieran que lamentar más fallecidos durante la riada, coordinando el dispositivo de voluntarios durante la noche más crítica para el pueblo

José lleva más de 20 años de bombero, pero nunca vivió nada como el 29 de octubre de 2024. "La calle era un río, y en la acera de enfrente estaban mis vecinos, a los que saludo todos los días, pidiéndome ayuda desde las ventanas de sus casas porque tenían el agua al cuello. Porque se ahogaban", cuenta.

A José (Chele, como se le conoce en Utiel) no le gustan las cámaras ni la exposición, por eso no ha dado entrevistas en un año. Sin embargo, es un héroe anónimo cuya actuación el día de la dana fue clave para salvar muchas vidas en el pueblo. Sin él, habrían sido más de 6 los fallecidos por la dana.

Chele cuenta con normalidad una historia extraordinaria; se jugó la vida para salvar la de sus vecinos. Estaba en casa con su mujer e hijos, cuando el niño que vivía en el bajo subió para pedir ayuda porque el agua llegaba a la altura de la rodilla en el piso de sus padres. "Poco después escuché un ruido muy fuerte en el comedor. Era el helicóptero de los bomberos y entonces le dije a mi mujer: 'aquí está pasando algo serio'".

Él dice que se puso "en modo trabajo". Cogió el equipo personal que tiene en su casa para las actividades de montaña, se enfundó un neopreno, agarró una cuerda y se lanzó a la calle. "Ahí vi la magnitud de todo. Me encontré con vecinos que salían de sus casas por las terrazas y el tejado porque el agua estaba llegando a más de dos metros", relata.

Todas eran caras conocidas porque José vive en la calle paralela a donde fallecieron 6 personas por la riada. Eran sus vecinos, la gente de su barrio. Intentó acceder al barrio de La Fuente (el más afectado por la riada) por varias calles, pero era imposible, hasta que se encontró a un grupo de pescadores que habían sacado las barcas. Ahí fue cuando el bombero, como ocurre en otras situaciones, se puso al frente de la emergencia y organizó a los voluntarios.

"Pedí que viniera la barca que más potencia tuviera, y era la de José Manuel", cuenta. José Manuel es un militar de la UME que también estaba de libranza y con el que logró salvar a muchas personas ese día, aunque también estuvo a punto de perder la vida. No se conocían de nada, pero aquella noche los ha unido para el resto de sus vidas.

"Yo era consciente del peligro. No tenía claro si se podía por la fuerza de la riada, pero estaban mis vecinos pidiendo ayuda y el agua subía mucho. Así que me arriesgué yo solo", cuenta. Logró hacer ese primer rescate, y fue entonces cuando organizó a los pescadores y agricultores allí presentes.

"Yo era consciente del peligro. No tenía claro si se podía por la fuerza de la riada, pero estaban mis vecinos pidiendo ayuda y el agua subía mucho. Así que me arriesgué yo solo"

Decidió que los rescates los harían José Manuel y él, al ser los únicos bien formados en emergencias. "Había voluntarios que se querían subir a la barca conmigo y les dije que no", recuerda. La potencia era tal que las zodiac con motores de 60 caballos no podían soportar la corriente. La barca de José Manuel era la única capaz de entrar.

"Acabábamos de sacar a una mujer con un perrito y nos dicen que hay una señora con dos niños con hipotermia. Entramos a la corriente, cogemos velocidad, pero el motor cogió una cuerda y se fastidió", explica José Manuel. En ese momento la barca fue arrastrada por la riada y empezó a chocar contra paredes, ventanas y señales. "Lo que pensábamos es que íbamos a volcar, pero gracias a dios no pasó".

La barca pasó el pueblo y encararon una zona donde sólo había árboles. "Ahí pensamos que, o nos enganchábamos a algo, o nadie iba a venir a buscarnos y no la contábamos". José Manuel decidió tirarse al agua con una cuerda y enganchar la barca a un árbol. Él se quedó subido al árbol y el bombero a la barca durante una hora mientras se hundía por los agujeros fruto de los golpes. "Al final vinieron unos compañeros del club de pesca, y menos mal porque yo estaba entrando en hipotermia. Pero parece que tenemos a alguien arriba que decidió que no era nuestro día", explica el militar.

Pese al accidente, José siguió rescatando, esta vez subido en la pala de una excavadora. Al primero que rescató fue a su vecino Rafa y a su madre de 90 años. Ambos llevaban encerrados en el baño con el agua al cuello varias horas, hasta que el bombero pudo entrar y sacarlos.

"Recuerdo que cogí a la mujer como pude y la eché en la pala de la excavadora. Lo mismo a Rafa. No sé qué hubiera pasado si no llegamos a estar ahí", recuerda. Afirma que, semanas después, varias enfermeras le confirmaron que varias de las personas rescatadas que llegaron al ambulatorio lo hicieron con hipotermia severa. "Me dijeron que media hora más allí mojados y no lo contaban", asegura. Dice que no recuerda cuántos rescates hizo en esa noche caótica, pero asegura que, con ayuda de la Guardia Civil, pudieron ser unos 50.

"Recuerdo que cogí a la mujer como pude y la eché en la pala de la excavadora. Lo mismo a Rafa. No sé qué hubiera pasado si no llegamos a estar ahí"

José reconoce que no sabía "lo que estaba pasando de verdad". "Imagínate, yo, inocente de mí, pensaba que solo estaba ocurriendo en Utiel. Mientras rescataba a gente pensé que tenía que llamar a mis compañeros buceadores para pedir una embarcación potente, porque íbamos a estar con rescates toda la noche y en una hora llegarían. Cuando llamé a mi compañero Luis, de València, me dijo 'aquí no está pasando nada'. Intentaron llegar a Utiel, pero en 30 minutos ya llegaba el agua allí y los estaban movilizando.

También tuvo que rescatar a Emi, una mujer mayor, cortando las rejas de la ventana mientras el agua llegaba a la segunda planta de su casa o a Gloria, de mediana edad, colocando una escalera de tijera encima de la barca y bajándola en medio del aguacero. Dice que en ese momento su cara era de total tranquilidad, ya que "tenía que tranquilizar al resto de voluntarios que había allí. Que vieran que yo estaba sereno". Sin embargo, asegura que "no estaba nada tranquilo. He trabajado muchos años pero nunca he tenido que rescatar a gente que conocía. Gente querida. Eso me produjo mucha tensión. Cuando estás viendo gente que saludas cada día pidiendo ayuda porque se ahoga...", cuenta.

Durante el tiempo en que la UME no podía entrar a un Utiel sitiado por el agua, logró organizar a los voluntarios y que todos estuvieran concentrados en la tarea. Improvisó camillas con puertas de armario, cuerdas con mantas y realizó rescates complicados con los precarios medios que había. Un año después la gente del pueblo le sigue parando por la calle y agradeciendo aquello. Todo Utiel guarda un especial cariño al vecino que puso su vida en una pala de excavadora para salvar la de sus vecinos, aunque él, por su forma de ser, no lleve muy bien los halagos ni ser el centro de atención.

"Había tantos voluntarios en un punto que casi molestaban, debíamos saber muy bien dónde podían entrar y qué no para no tener accidentes. Había casas con el suelo rehundido y grietas muy serias"

Sin embargo, su papel no acabó en la larga noche del día 29. José fue importante en los días siguientes y en organizar a los voluntarios. Esos días no podía dormir y a las 4:30 de la mañana ya estaba arriba. "Me recorría toda la zona e iba a las casas para examinar las grietas y descartar peligros. Casas, farolas, estructuras que podían caerse"... Pronto, un grupo de bomberos de Madrid le ayudó en esta importante tarea.

"Había tantos voluntarios en un punto que casi molestaban, debíamos saber muy bien dónde podían entrar y qué no para no tener accidentes. Había casas con el suelo rehundido y grietas muy serias", explica. Volvió a entrar en "modo trabajo" y fue una de las personas -junto con alcalde y concejales- que organizaban a los voluntarios en sus tareas.

José no quiere reconocimiento y ni siquiera habla de sí demasiado en la entrevista, tan solo pide "volver a ser un barrio alegre". "Yo me incluyo como un vecino más. Es difícil quitarnos esto de encima, pero creo que la gente solo quiere normalidad y que la zona vuelva a ser el barrio alegre que era, en el que la gente le gustaba vivir. Será difícil, pero seguro que conseguimos seguir con nuestras vidas", explica el bombero.

"Me metí bajo el agua, cogí el extintor y rompí el escaparate para poder salir"

El líder de Unió Gremial, Mauro Lorenzo, se quedó junto a su mujer y unos amigos encerrado en su comercio inundado, Plumier Informática en Alfafar, durante cinco horas el 29 de octubre. Un año después, este autónomo ha completado la reconstrucción de su negocio gracias a las indemnizaciones del Consorcio, los fondos propios y las ayudas de la Administación

Hace ya tiempo que ha caído la noche de un 29 de octubre de 2024 trágico. Más de dos metros de agua inundan, como en el resto de negocios próximos, un pequeño local ubicado no muy lejos de las vías del tren que cruzan uno de esos municipios que se acabarán conociendo como la 'zona cero' de la dana, Alfafar. Dentro del comercio, una papelería que también ofrece servicios de informática, dos parejas se refugian como pueden de una catástrofe aún difícil de imaginar. La estampa resulta imposible de vislumbrar sin una electricidad que, como cualquier tipo de comunicación con el exterior, se ha ido por completo hace horas. Sin embargo, en la mente de esos ciudadanos atrapados, preocupados como nunca, se mantiene solo una idea: aguantar, con la máxima calma que permite una situación límite, hasta que el nivel hídrico al fin descienda. Una espera agónica, que se alargará hasta la una de la madrugada de la jornada siguiente, que recuerda como si fuera ayer uno de esos desafortunados 'protagonistas'. El líder de Unió Gremial, Mauro Lorenzo.

"Era un día raro, muy desapacible, de los de quedarte en casa. Pero tú al final tienes un negocio que tienes que abrir".

En su tienda, que al menos desde la puerta parece estar recuperada ya de la tragedia, este curtido autónomo de 62 años relata los acontecimientos de una jornada que se ha quedado grabada en la memoria colectiva valenciana. "Era un día raro, muy desapacible, de los de quedarte en casa. Pero tú al final tienes un negocio que tienes que abrir", evoca sobre las horas previas de una riada que ya mostraba algunas señales, escondidas a simple vista. "Nosotros vivimos al lado de Catarroja. Vimos que el barranco estaba muy lleno, que el agua bajaba con mucha fuerza y el comentario de mi mujer, Floren, fue que nos quedáramos. Pero al final teníamos faena y vinimos a trabajar aquí".

Mediada la tarde, la normalidad seguía siendo la tónica reinante e, incluso, el plan era "cenar con una pareja de amigos" -los mismos que se acabaron refugiando con ellos- esa noche. Sin embargo, a las 19 horas, Lorenzo y su esposa recibieron una llamada. "Unos primos nuestros que estaban en Catarroja nos preguntaron cómo estábamos en Alfafar, pero aquí no había nada. Había hecho aire, pero ni llovía ni nada", relata sobre un telefonazo en el que supo, por primera vez, que el barranco catarrogí ya se había desbordado. "Llamé a nuestros vecinos y nos dijeron que no nos preocupáramos, que el agua no les había llegado. Pero diez minutos después nos volvieron a llamar porque el agua ya la tenían dentro del garaje", añade. Fue el inicio de una tragedia en cadena. "A las siete y media ya había gente diciendo que tenía agua en Massanassa, también en el Parque Alcosa, pero aquí te asomabas y nada". Menos de una hora después, a las 20.15, "ya había aproximadamente un metro de agua".

Los acontecimientos se sucedían a un ritmo veloz. "Intentamos proteger el negocio, tapar lo máximo que podíamos". Sin embargo, en un lapso de 15 minutos, "ya vimos que era imposible intentar salir de aquí porque la corriente venía arrastrando coches y todo lo que cogía a su paso". Dentro del negocio, mientras, el nivel hídrico ya hundía todo lo que estaba a menos de dos metros de altura, desde mochilas a libros, pasando por los equipos informáticos. "Los mostradores, que pesaban una barbaridad, empezaron a flotar. Las chicas se subieron a las estanterías y se cogieron a ellas para aguantar hasta que, calculábamos, bajaría el agua", rememora Lorenzo sobre una espera que se alargaría durante cinco horas. "Al final me metí bajo el agua, cogí el extintor y rompí esa madrugada el escaparate para poder salir". Habían sobrevivido. Ahora tocaba empezar a plantear la recuperación.

"Los mostradores, que pesaban una barbaridad, empezaron a flotar. Las chicas se subieron a las estanterías y se cogieron a ellas para aguantar hasta que, calculábamos, bajaría el agua".

"Yo esa noche no dormí. Aquí tenía muchos equipos informáticos y tenía que pensar de qué manera iba recuperar los datos no solo para mí, sino para todos mis clientes". Una batalla por salvar parte de lo pérdido. El resto de lo que había sabía que "estaba totalmente perdido". El golpe de realidad, sin embargo, vino a las ocho de la mañana de ese día 30, cuando tras pasar la noche en casa de unos amigos de su hijo, "ya estábamos todos en movimiento". "Bajamos a la calle y vimos el desastre. Era una desolación total. Estábamos como aturdidos. Yo siempre digo que ese fue el día del trauma", recuerda. Unos sentimientos tras la catástrofe que no disuadieron a la pareja de que su pequeño comercio "teníamos que arreglarlo". "Somos autónomos desde hace 37 años. Hemos pasado crisis de todos los colores y eso nos ha dado una experiencia. Intentamos dar solución a los problemas que íbamos teniendo día a día".

Primero, tocó la limpieza y, con ella, llegó esa marea de solidaridad en la figura de bomberos y voluntarios con "gente de todas partes" que vinieron a ayudar frente a un enemigo, el barro, que no era normal. "Era ácido, venía mezclado con aceites, con gasolina. Cuando tú andabas con las botas de montaña se te deshacía el pegamento de la suela. Imagínate lo que podía hacer con las personas. Tenías que ir con mucho cuidado".

"Era ácido, venía mezclado con aceites, con gasolina. Cuando tú andabas con las botas de montaña se te deshacía el pegamento de la suela. Imagínate lo que podía hacer con las personas. Tenías que ir con mucho cuidado".

Pese a ese riesgo, en esos primeros días tras la riada y mientras el dirigente de Unió Gremial esperaba a que el Consorcio de Compensación de Seguros enviara al perito que tenía que calcular la magnitud del desastre, de la tienda alfafarense salieron -poco a poco- muebles, fotocopiadoras, mochilas, libros y un largo etcétera de productos y utensilios que el fango se había tragado. Dentro del local, las paredes, el techo o la instalación eléctrica habían quedado "destruidos". En total, entre continente y contenido, Mauro y Floren sufrieron un golpe económico de alrededor de 70.000 euros solo con lo perdido en su negocio. Fuera de él, por fortuna, la dana no se llevó por delante su vivienda en Catarroja, pero sí "los dos coches que teníamos" y que ya ha logrado sustituir.

Pero no fue hasta finales de noviembre cuando ese esperado perito -sin el que, por "precaución, no podías hacer nada, ningún arreglo"- llegó a un local ya limpio y "totalmente diáfano" para hacer un informe de daños que dejó una sentencia clara. Su comercio había sufrido un "siniestro total". Lorenzo reconoce que la consecuente indemnización que recibieron del organismo público -primero en forma de un anticipo que les llegó en enero y luego con la liquidación completa en marzo- estuvo "bien". Tanto fue así que, gracias a ella, a los fondos que el matrimonio tenía ahorrados y, también, a las ayudas que solicitó al Gobierno central y a la Generalitat, Plumier Informática pudo renacer. "Han cubierto bien el tema de la recuperación", enfatiza.

No obstante, la imagen de este comercio -como la de muchos otros de la zona cero- es hoy muy diferente a la que tenía hace un año. Además de -entre otros desembolsos- haber tenido que adquirir una puerta nueva, cambiar toda la instalación eléctrica o poner en el espacio de venta "un suelo vinílico", en la actualidad "no tenemos unos muebles con las mismas calidades que las que teníamos inicialmente. Lo que hemos hecho ha sido economizar bastante para rentabilizar ese dinero que habíamos recibido, porque si hubieramos vuelto a poner lo mismo que teníamos, no nos hubiera llegado", destaca el dirigente. Tampoco se ve la misma cantidad de bolígrafos, cuadernos o mochilas que descansaban sobre las antigüas estanterías del negocio listas para la venta.

"Lo que hemos hecho ha sido economizar bastante para rentabilizar ese dinero que habíamos recibido, porque si hubieramos vuelto a poner lo mismo que teníamos, no nos hubiera llegado".

Mientras, en la trastienda, la situación no resulta muy diferente. "Unos buenos amigos me donaron la mesa del despacho, que son cosas que también te vas ahorrando gracias a las donaciones", explica Lorenzo. Las estanterías también son diferentes a aquellas a las que él y sus allegados se agarraron durante ese 29-O cuyas cicatrices siguen visibles. No solo en los recuerdos de aquellos que vivieron la tragedia en primera persona, sino en las manchas "de humedad que van saliendo y que hay que dejarlas que rezumen" que se pueden ver en una de las paredes del interior del negocio.

Es una muestra de cómo la normalidad completa todavía no se ha alcanzado en los municipios damnificados. Ni en sus gentes. Tampoco lo ha hecho en la cuenta de resultados de pequeñas empresas como la del dirigente de Unió Gremial, que vio cómo el área de papelería y librería "estuvo paralizada prácticamente desde el 29 de octubre hasta el 31 de marzo" mientras la de informática "sí estuvimos trabajando prácticamente desde el minuto cero" ya que "había mucha necesidad de reparación, nos lo solicitaban". Gracias a esa labor, reconoce que ha logrado recuperar "el 95 %" de los datos que el agua dañó en los equipos informáticos de sus clientes. No obstante, sus finanzas -tras una gran inversión y una reconstrucción tan rápida- siguen estando "muy desequilibradas" y la 'vuelta al cole' no ha acabado de ser el impulso deseado.

"No se ha venido a comprar aquí como quisiéramos", analiza Lorenzo, que destaca cómo las donaciones de material escolar que se hicieron tras la riada han hecho que las ventas de este tipo de productos se hayan reducido, mientras que las adquisiciones de libros han aumentado. La riada, por tanto, ha sido y será "una montaña rusa" de la que este veterano autónomo ve algo positivo en el horizonte. "Los negocios que están quedando realmente se han actualizado, se han modernizado. Da una sensación de querer tirar para delante", concluye.

Mercedes Dávila, dueña de un negocio en Chiva: "Empezar de cero es muy difícil, pero estamos contentos de haber tomado esta decisión"

La tienda Hogar y Moda Cunquero, ubicada junto al barranco del Poyo en la calle Buñol, volvió a abrir sus puertas en agosto tras quedar totalmente arrasada por la dana del 29 de octubre de 2024

Solo hace falta poner un pie en Chiva para tomar conciencia de la magnitud de lo ocurrido, aún un año después. Esta localidad es el punto de partida del barranco del Poyo, donde el 29 de octubre de 2024 llovió con gran intensidad desde primera hora de la mañana, provocando más tarde el desbordamiento del barranco, que atraviesa el centro del pueblo a través de las calles Ramón y Cajal, Buñol y San Isidro. El torrente de agua que circulaba por el barranco de Chiva, fue el que llegó horas más tarde a l'Horta Sud.

Las primeras imágenes de inundaciones que llegaban el día de la dana fueron precisamente en este punto de Chiva, en la calle Buñol, donde la fuerza del agua arrastraba numerosos vehículos, afectando también a las viviendas y negocios que se encuentran sobre el barranco o a escasos metros de él, y arrastrando contenedores, mobiliario urbano y todo lo que encontraba a su paso junto al barranco.

"El día de la dana lo viví muy mal, con mucho miedo", expresa Mercedes Dávila, dueña de la tienda de hogar y moda "Cunquero" en la calle Buñol. "Quedó todo destruido, hemos tenido que reconstruir la tienda desde cero porque el agua llegó hasta el fondo, rompiendo la entrada, escaparates y llevándose todo lo que teníamos", cuenta Dávila a Levante-EMV. Ese mismo día, desde la tienda reportaba a través de sus redes sociales el estado del caudal del barranco, que se iba llenando a medida que llovía.

Después del 29-O, se pusieron en marcha para limpiar la planta baja, aún sin saber si podrían reabrir el negocio. "Necesitamos mucha ayuda para volver a poner el negocio en pie, por suerte vino mucha gente a limpiar y desescombrar el local, porque había una gran cantidad de tabiques, cristales y muebles por el suelo... necesitábamos muchas manos en ese momento y fue muy importante", recuerda Mercedes, que agradece a "toda la gente joven" que acudió a ayudar, así como personas del ejército o guardias civiles que acudieron a título personal.

"Necesitamos mucha ayuda para volver a poner el negocio en pie, por suerte vino mucha gente a limpiar y desescombrar el local, porque había una gran cantidad de tabiques, cristales y muebles por el suelo... necesitábamos muchas manos en ese momento y fue muy importante".

Dávila confiesa que fueron unas semanas de gran incertidumbre, que no sabía si el negocio saldría hacia delante después de la catástrofe, pero hubo una ayuda económica que lo cambió todo: "la primera ayuda que recibí fue la de la plataforma Alcem-se, y fue la que hizo que decidiera abrir, fue el punto de inflexión". "Lo pensamos mucho, pero al final, como nos dieron la ayuda y el compromiso de aceptarla era abrir, decidimos abrirlo y a partir de ahí nos llegaron ayudas de otras asociaciones, familiares o amigos, además de toda la ayuda para limpiar el local", añade.

En agosto de 2025, diez meses después de la dana, Hogar y Moda Cunquero volvió a abrir sus puertas y a recibir a una clientela "que ha respondido muy bien". "Antes habría sido muy dificil, porque esta zona- totalmente destrozada por la dana- estaba en obras y no había paso de gente, pero ahora ya sí", explica. La tienda, ubicada en el nº18 de esta calle, es de los pocos establecimientos que ha abierto. De otros negocios como "La Colada", que hace esquina y fue uno de los iconos de la tragedia por sus imágenes a través de la televisión pública valenciana, ya no queda rastro y no volverá a abrir.

"¿Qué te dejó la dana?: Muchas historias de amistad, ayuda desinteresada y la unidad de todo el pueblo para colaborar de muchas formas con los vecinos necesitados. El recuerdo maravilloso de todos los voluntarios muy jóvenes que se trasladaron al municipio para limpiar, sanear y reconstruir".

"Empezar de cero es muy difícil, pero estamos contentos de haber tomado esta decisión", manifiesta Mercedes, que explica como tuvieron que cambiar incluso el techo y el suelo de la planta baja, picar las paredes, esperar a que se secara para empezar las obras y, por fin, levantar la persiana. Ahora, para agradecer toda la ayuda que recibió durante los peores meses tras el desastre, ha dedicado una esquina de su negocio a todo el voluntariado en el que se puede leer la frase: "Gracias a todos los que habéis hecho posible que volvamos a abrir".

Además de regentar la tienda de la calle Buñol, Mercedes vive en esta misma calle, en el nº7, donde el bajo de la vivienda quedó anegado. Su testimonio se recoge también en la expisición 'Memorias de agua y barro' inaugurada el 19 de octubre en la Sala Cultural El Lavadero. La muestra, del artista Emanuel Gravina, está construida con fotografías, testimonios y materiales cedidos por vecinos afectados por la dana.

Una de las piezas es la imagen de Mercedes Dávila en la que se responden a dos preguntas. La primera, "¿Qué se llevó la dana?", a la que Mercedes responde que "la dana afectó al negocio que regenta desde hace tres años, situado en la calle Buñol nº18 y el bajo de su casa ubicado en la nº7".

Sin embargo, en la segunda pregunta "¿Qué te dejó la dana?", la mujer responde que la dana le ha dejado "muchas historias de amistad, ayuda desinteresada y la unidad de todo el pueblo para colaborar de muchas formas con los vecinos necesitados. El recuerdo maravilloso de todos los voluntarios muy jóvenes que se trasladaron al municipio para limpiar, sanear y reconstruir".

Así, un año después de la dana y en plena reconstrucción, las personas sacan vivencias positivas de lo ocurrido, a persar de las dificultades encontradas por el camino, para poder seguir hacia delante.

Escarlett, la víctima 229 de la dana que murió antes de nacer

Aunque todos los abogados le dijeron que no era posible, Mary Rodríguez ha conseguido registrar a su nieta Escarlett, que murió en el vientre de su madre, entre las 229 víctimas de la dana: "Janine iba a ser madre soltera. La bebé era su gran ilusión y trabajaba por ella conduciendo un camión. Me han quitado a las dos y solo pido justicia"

Mary Rodríguez tiene ojos de muerta. Es como si alguien hubiera cortado el hilo que la unía a la vida. Tiene el rostro pálido y ojeras que subtitulan un dolor profundo. Acude a la entrevista vestida de negro, y durante la misma no para de llorar, aunque sus lágrimas desprenden un coraje y una fuerza inmensos. Aunque cada pregunta duela como una puñalada, quiere hablar.

Esta mujer boliviana de 48 años que ha sacado adelante a su familia limpiando escaleras perdió dos vidas el día de la dana: la de su hija Janine y la de la nieta que esta llevaba en su vientre: Escarlett. La joven de 26 años estaba embarazada de 8 meses y trabajaba como transportista. Le quedaban días para cogerse la baja. Aquel lunes venía de mirar un carrito para la bebé, y el miércoles debía hacerse la última ecografía. El agua se la llevó en la rotonda de Riba-Roja, cuando volvía de trabajar, mucho antes de que llegara el ESAlert. "Janine cayó en una acequia donde el agua estaba profunda y no se pudo salvar, después de haber estado trabajando todo el día con la barriga grande", lamenta su madre con la mirada perdida.

"Janine cayó en una acequia donde el agua estaba profunda y no se pudo salvar, después de haber estado trabajando todo el día con la barriga grande"

Desde entonces Mary reconoce que no está bien en ningún sitio. Aunque Janine vivía sola, su madre le guardaba una habitación en casa. Allí ha hecho un altar en la mesita de noche, con una foto suya, una de su madre (también fallecida) y la última ecografía de la bebé que tanto esperaban. "Todas las noches les pongo un vasito de agua y la vela", explica. La cama, los peluches, los libros... todo sigue igual que hace un año en la habitación de Janine mientras su gatita Bella juega y corretea por el cuarto. En el canapé Mary aún guarda dos maletas con la ropita, los biberones y chupetes que ya habían comprado para Escarlett, esperando la enorme alegría que el bebé iba a traer a la familia, y que finalmente se tornó en pesadilla. En la entrada del piso se amontonan muchos juguetes y una cuna, que montaron por si la niña se adelantaba. Aún no ha tenido valor para decidir qué hacer con ellos.

Mary lleva casi un año intentando ir a visitar a su hija y nieta al cementerio ella sola, pero no logra reunir las fuerzas. "Conforme se acerca la fecha estoy peor, sigo pasando muchas noches llorando y me pregunto para qué sigo viviendo, si me han quitado lo único que tenía en la vida".

"Quiero que Mazón pague todos los daños que nos ha hecho. Por mis dos chicas, que me las han quitado. Mazón tiene que estar en la cárcel"

Si sigue luchando es porque quiere justicia para su hija y su nieta. "Quiero que Mazón pague todos los daños que nos ha hecho. Por mis dos chicas, que me las han quitado. Mazón tiene que estar en la cárcel, pero ahora no está ahí. Él está muy feliz, se ríe y miente mucho. Dice que se reúne con las víctimas, pero conmigo no se ha reunido, ni con el grupo en el que estoy".

Un año después, sigue en consulta psicológica gracias al servicio gratuito de los jesuitas, pero critica que la Generalitat Valenciana no les ha ayudado nada en ese sentido, y que la seguridad social tampoco le da cita. "Al principio sí que me antendió un psicólogo y una psiquiatra de la Generalitat, pero a los 6 meses dejaron de darme cita", lamenta. La presidenta de la Asociación de Víctimas de la Dana 29-O, Rosa Álvarez, confirma esto y asegura que las familias están siendo atendidas gracias a los psicólogos de las 12 USME que creó el Gobierno en la provincia de València. La sensación de Mary, tras doce meses de la riada, es de desamparo: "Nos sentimos abandonadas, nadie se preocupa por nosotras".

Janine iba a ser madre soltera, ya que el padre se destentendió. Su primera hija era su gran ilusión y trabajaba duro por ella al volante de un camión. Estudió en Luis Vives y comenzó a trabajar muy joven cuidando de personas mayores hasta que, con 26 años, decidió ser transportista como su hermano. La joven vivía en un piso alquilado de Godelleta.

Su madre la describe como una mujer muy trabajadora que bregaba muy duro por la pequeña Escarlett, su gran ilusión tras una vida de lucha y altibajos. Aunque podía estar de baja, quería terminar el mes de octubre para sacar algo más de dinero para su hija. Tenían planificado incluso un viaje a Bolivia para que el resto de la familia conociera a la bebé.

"El día 29 se sentía muy cansada, y su hermano la llamó para decirle que no hacía falta que trabajara tanto, y que dejara el camión en la empresa. Ella le hizo caso, dejó el camión a mediodía y cogió el coche para volver. La riada le pilla en la rotonda del polígono de Riba-Roja. Aunque lo dejó en un sitio alto, el agua empezó a subir mucho y me llamó. Me dijo 'mami, el agua me va a ahogar, me va a llevar el agua'. Yo le dije que no chillara, que eso no era bueno par ala bebé.i Yo no sabía cómo de grave era la situación", relata Mary. Explica que su nuera le pidió la ubicación para rescatarla, y esa fue la manera en que pudieron localizar el cuerpo. Escarlett acabó subida al techo de un coche con otras tres personas, y un golpe de otro vehículo arrastrado por la riada acabó tirándola al agua. Encontraron su cuerpo allí a los pocos días.

"Por las noches lloraba pensando en que mi hija no me lo perdonaría, que no se reconociera a la bebé entre los fallecidos"

Al abrirse la causa judicial, Mary se dio cuenta de que se había reconocido como víctima a su hija Janine, pero no a la bebé. "Por las noches lloraba pensando en que mi hija no me lo perdonaría, que no se reconociera a la bebé entre los fallecidos", cuenta.

Todos los abogados que consultó le decían que aquello no era posible al ser una persona que no había nacido, pero ella no cejó en su empeño. "Todos me decían que no se podía registrar si no había nacido, hasta Delegación del Gobierno. Pero yo seguía adelante, y pensé hasta en mandar una carta al presidente para ver qué se pueda hacer. No lo iba a dejar así. Yo quería que me la contabilicen. Que fuera una víctima más porque si no iba a ser como un animal, sin estar contabilizada, y Janine estaría muy enfadada conmigo", explica Mary. Pese a tenerlo todo en contra, continuó intentando registrar a su nieta no nata.

Hasta que una mañana un periodista la mandó un ejemplar del BOE que abría un resquicio a que Escarlett pudiera ser registrada. Pese a una nueva negativa en el registro, se fue con aquel documento al juzgado, donde la jueza accedió a ampliar la autopsia de su hija, ya que en la que le hicieron tras la dana no constaba que estaba embarazada. "El forense me dijo que mi abogado era el que tenía que mover el tema, y justo en ese momento la jueza me llamó para que le diera el número de teléfono para pedirle documentación. Mi abogado se la mandó y empezó petición para contabilizarla", cuenta.

Finalmente, en julio de 2024 Escarlett apareció computada en uno de los autos de la jueza, que habló por primera vez de 229 muertos. "Cuando me dijeron que la contaban sentí un alivio muy grande y me puse a llorar. Ojalá hubiera sido en vida, y no fallecida", cuenta Mary. Un año después, sigue completamente rota por la tragedia, con ayuda psicológica y una mente que no le da tregua. Son las vidas quebradas tras la riada del 29 de octubre. Las otras víctimas de la dana.

Familiares de los dos últimos desaparecidos: «Estamos convencidos de que los van a encontrar»

Saray Ruiz y Ernesto Martínez confían en que las batidas que la Guardia Civil continúa realizando para hallar los cuerpos de su padre y su sobrina respectivamente darán su fruto, el primer paso para poder «pasar página»

«Tardarán más o tardarán menos, pero sé que los van a encontrar». La frase la pronuncia firmemente convencido Ernesto Martínez, pero la subraya, palabra por palabra, Saray Ruiz. Ellos son los familiares de Elisabet Gil y Francisco Ruiz, las dos personas que fueron arrasadas por el agua la tarde del 29 de octubre cuyos cuerpos continúan sin aparecer 365 después. «Es como buscar una aguja en un pajar», reconoce el tío de Eli.

Sabe que se trata de una misión «complicada» y es consciente de que más que un trabajo de búsqueda «es una labor de arqueología, porque están buscando pelos y huesos». Sin embargo, confía, porque así se lo han trasladado a los investigadores de la Guardia Civil que continúan haciendo batidas para encontrar a Eli y a Paco, en que llegará el día en el que reciban esa llamada que llevan un año esperando, en el que les confirmen que por fin los han encontrado.

Mantener viva esa esperanza se estaba haciendo cada vez más difícil, confiesa Saray. Sin embargo, hace una semana recibieron una noticia que lo removió todo, y que volvió a alimentar unas esperanzas que ahora vuelven a estar más vivas que nunca: el cuerpo de Francisco Javier Vicente Fas, Javi, la tercera persona que también estaba desaparecida, era hallado por operarios de Tragsa mientras realizaban trabajos de limpieza y regeneración del río Túria a su paso por el término municipal de Manises.

"Es como buscar una aguja en un pajar. Se trata de una misión complicada. Más que un trabajo de búsqueda es una labor de arqueología, porque están buscando pelos y huesos".

«Cuando nos enteramos lo celebramos como si hubiéramos ganado el mundial», bromea Saray, que describe la «tranquilidad» que les aporta «ver como sucede algo que ya creía como un imposible». Hace un año su padre fue arrastrado por la gran tromba de la dana en el polígono de Montserrat cuando se disponía a llevar a sus nietos Ruth, de 5 años, y Alejandro, de 10, hasta casa de su madre. Pudo salvar a los niños tras subirlos al techo del coche, pero él desapareció a las dos horas.

Su cuerpo sigue sin localizarse pese a los intensos operativos de búsqueda desplegados en los ríos Magro y Xúquer, entre Montserrat y Cullera, y que ahora se centran en la partida del Casupet, un punto de desbordamiento del Magro a su paso por l’Alcúdia a más de 30 kilómetros de donde Paco, de 64 años, fue visto por última vez. Sin embargo, Saray tiene la corazonada de que su padre «no está tan lejos».

Ernesto, por su parte, tiene la convicción de que su sobrina Eli, de 38 años, está enterrada en algún punto del barranco del Poyo. También está seguro de que «más pronto que tarde» llegará esa llamada para informarle de que la han encontrado, como pasó con su madre, Elvira Martínez, de 64 años, a la que hallaron días después de la catástrofe. Esa tarde madre e hija estaban en Cheste cuando el vehículo en el que viajaban fue arrastrado por la riada que se formó en el barranco del Poyo. El coche, un Ford Focus negro, apareció destrozado en uno de los márgenes de la rambla. Días después hallaron el cuerpo de la madre muchos kilómetros más abajo. Pero nada se ha vuelto a saber de Eli.

"Está siendo muy duro porque es como el día de la marmota. Estás como en guardia, esperando que en cualquier momento te pueda sonar el teléfono, y cada vez que lo hace piensas, ¿será ahora?".

«Está siendo muy duro porque es como el día de la marmota. Estás como en guardia, esperando que en cualquier momento te pueda sonar el teléfono, y cada vez que lo hace piensas, ¿será ahora?», se sincera Ernesto. Asimismo, insiste en la necesidad de encontrar a su hermana para que la familia pueda asumir lo ocurrido: «Lo que el ojo no ve, la mente no se lo cree», afirma. En este sentido, cuenta como su sobrino, el hijo de Eli, «habla de su madre en presente, como su fuese a aparecer en cualquier momento. Sin embargo, de su abuela (Elvira) habla en pasado».

A pesar de que un juzgado declaró el fallecimiento de los dos desaparecidos en el listado oficial de víctimas mortales de la dana, este era un final que sus allegados se negaban a asumir. «Te resignas, pero a medida que pasa el tiempo eres consciente de que no va a haber otro final», comenta Saray, que, insiste, necesita que encuentren a su padre para «poder cerrar el ciclo». «Ese es el primer paso para poder hacerlo. El segundo es que los responsables de esta terrible negligencia paguen por ello». «Lo único que pedimos es justicia, porque reparación no vamos a tener. No hay manera de reparar la vida humana, pero queremos que los responsables vayan a la cárcel», reivindica Ernesto, por su parte.

Sobre Mazón: "Él es el capitán del barco, y ese día ni estaba dónde tenía que estar, ni hacía lo que debía de hacer".

Aunque no exculpan a ninguna administración, coinciden en señalar como máximo responsable de la tragedia a Carlos Mazón. «Él es el capitán del barco, y ese día ni estaba dónde tenía que estar, ni hacía lo que debía de hacer». Afean, además, «las mentiras» del president de la Generalitat Valenciana, lo que para ellos está siendo «lo más doloroso». «Se ha ido demostrando que estaba mintiendo en todo lo que ha estado contando todo este tiempo. Pero al final la verdad siempre sale a la luz». Es por ello, que se suman a la petición de las asociaciones de afectados, que reclaman que Mazón no asista al funeral de Estado que se celebrará esta tarde en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València, justo el día en el que se cumple un año de la tragedia.

Respecto al trato recibido, el tío de Elisabet Gil destaca el apoyo «desde el primer minuto» del Ayuntamiento de Cheste. «Nos ofrecieron apoyo psicológico durante el tiempo que lo necesitáramos». Una ayuda que, en el caso de Saray y de sus hijos, se han tenido que buscar por sus propios medios y a través de oenegés. Agradecen también la atención de la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé, quien les llamó personalmente para preocuparse por su caso. «Pero de la Generalitat no nos ha llamado nadie. Nunca», acusan.

Los dos familiares coinciden, también, en reconocer la labor que están desempeñando «desde el primer día» las decenas de agentes de la Guardia Civil que continúan peinando a día de hoy distintos tramos de los respectivos recorridos por los que, se sospecha, pudieron ser arrastrados Paco Ruiz y Elisabet Gil la tarde del 29 de octubre, con el claro objetivo de encontrarlos. «Te da tranquilidad saber que las búsquedas continúan», comenta Saray, consciente de «la complejidad» del operativo «teniendo en cuenta el extenso recorrido que pudo seguir mi padre». Así con todo, insiste, «ese día llegará». Y lo hará después de un tiempo que le ha servido «para soltar lastre» y eliminar «esas culpas de ‘¿Y si hubiera hecho esto o hubiera hecho lo otro?'».

Ernesto Martínez, por su parte, sabe que actualmente no hay tanto personal movilizado como al inicio. «Pero siempre nos han trasladado su compromiso de que no iban a dejar de buscar hasta que no aparezcan todos. Están haciendo lo correcto», subraya. «Y por eso nunca he perdido la fe de que los van a encontrar», sentencia el familiar de la desaparecida.

Una familia migrante: "La riada nos dejó sin casa, pero nos dio papeles"

Karol y Boris representan la historia de los miles de migrantes en situación administrativa irregular que tras perderlo todo en la riada consiguieron "los papeles" que les han permitido salir del lodo y mejorar su vida

Con 4 años y su lengua de trapo, Oliver explica con sorprendente naturalidad qué pasó el 29 de octubre de 2024: "Se llenó de agua. Se salió el río ¡y se lo llevó todo! La casa y las cosas". Así describe la tragedia el más pequeño de una familia formada por la madre (Karol), el padre (Boris), la abuela paterna (Gladys) y cuatro niños: Crístofer y Ariana (13 años), Scarlett (9 años) y el pequeño Oliver. El matrimonio llegó a València el 9 de febrero del 2022, con el objetivo de dejar Colombia atrás para buscar un futuro mejor y seguro para su prole. Un año después llegó la abuela con los niños y la familia comenzó una nueva vida en Catarroja en un bajo convertido en vivienda por el que pagaban un alquiler, pero del que no tenían contrato. Una vivienda sin contrato que además de su ruina casi se convierte en su tumba. Vivir en situación administrativa irregular obliga a ocupar los márgenes.

Karol explica que el 29 de octubre recibió un mensaje del colegio de los niños. "A las 14 horas llegó un aviso que decía que fuéramos a recoger a los niños por el temporal. Así que fui, los recogí y volvimos a casa. Sobre las 17 horas llegó mi marido de trabajar así que aprovechamos para ir al supermercado. ¡Cómo íbamos a imaginar lo que iba a pasar! Fuimos en coche y aparcamos en el garaje subterráneo. Mientras salíamos por la rampa del aparcamiento empezaba a entrar el agua. Si nos demoramos 5 minutos más ya no habíamos podido salir. Cuando salimos a la calle, el agua ya nos llegaba a mitad de la puerta del coche. Lo tuvimos que dejar, claro y nos fuimos andando a casa, preocupados por como estarían los niños", explica la mujer.

"El pequeño tenía fiebre y tos y yo no tenía ni unos zapatos para ponerle. Tengo esa imagen grabada en mi mente, horrible. No nos podíamos ni duchar y estábamos todo el día sacando lodo y buscando agua".

Cuando el matrimonio llegó a la casa puso en alto los pasaportes y otra documentación, pensando que estarían a salvo sin pensar que "en un abrir y cerrar de ojos" todo se llenaría de agua. El agua reventó la puerta de garaje del bajo donde vivían y arrasó con todo. Lodo, troncos, enseres, electrodomésticos... La familia lo perdió todo y si no perdió la vida fue por sus vecinos, un matrimonio con un hijo que vive en la primera planta y que les ayudó a subir a su vivienda y a refugiarse allí porque no tenían escapatoria. "La nevera flotaba, el agua partió la mesa del comedor y era de mármol. Lo perdimos todo. La ropa, los muebles, las bicicletas, los juguetes, los zapatos, los libros, las cosas del colegio, los recuerdos...", explica la mujer.

Agradecen sin descanso estar vivos, pero Karol recuerda la angustia de los primeros días tras la tragedia. "El pequeño tenía fiebre y tos y yo no tenía ni unos zapatos para ponerle. Tengo esa imagen grabada en mi mente, horrible. No nos podíamos ni duchar y estábamos todo el día sacando lodo y buscando agua. Íbamos al ayuntamiento en busca de ayuda saltando por encima de los coches y el panorama era desolador. Mi preocupación eran los niños porque hacía unos meses que habían llegado de Colombia y de repente se quedaron sin nada. Los adultos aguantan lo que sea, pero los niños...no se quejan ¿sabes?, pero a saber qué guardan dentro", explica.

"La dueña de la casa se desentendió de nosotros. No teníamos contrato de alquiler y esa vivienda tampoco tenía cédula de habitabilidad. No nos ayudó en nada y encima ha estado todo el año diciendo que nos fuéramos".

La familia centró sus esfuerzos en limpiar y acondicionar la casa. No tenían ningún otro sitio al que ir. De hecho, han estado allí viviendo hasta hace unas semanas, con hongos en las paredes y una humedad "imposible de eliminar". "La dueña de la casa se desentendió de nosotros. No teníamos contrato de alquiler y esa vivienda tampoco tenía cédula de habitabilidad. No nos ayudó en nada y encima ha estado todo el año diciendo que nos fuéramos, que el ayuntamiento nos iba a quitar a los niños. Nunca hizo arreglos en la vivienda, todo lo hicimos y lo pagamos nosotros", explica. Quienes sí les ayudaron fueron los voluntarios y personas anónimas a las que a día de hoy siguen dando las gracias. "Había un chico que publicaba historias en redes sociales y sacó nuestro caso. Así que vino un señor de Murcia con una litera, un mueble, unos sillones y una alacena. Una señora que vino a ayudar pasó a la vivienda y nos vio y a los pocos días nos trajo una lavadora. La nevera y la televisión la pedimos prestada. Así fuimos reponiendo la casa. A quienes vean este reportaje y nos reconozcan les damos las gracias", asegura Karol, emocionada, tras destacar también la ayuda de Valencia Acoge.

La Generalitat Valenciana y el Gobierno de España anunciaron ayudas para los damnificados por la dana, pero había letra pequeña o, en definitiva, la misma letra que en todas las ayudas: sin padrón no hay nada que hacer. Porque el caso de Karol y de su familia es la realidad de muchos. Con trabajo desde el primer día pero sin poder tener los papeles en regla hasta que se cumplan los 3 años que permiten demostrar "el arraigo". "No pudimos acceder a ninguna ayuda porque nosotros estábamos empadronados en otra vivienda, y era un piso en altura. La casera no nos permitió empadronarnos en la vivienda y nosotros necesitábamos estar empadronados para conseguir el permiso de residencia. En caso es que no hemos tenido ayudas. Bueno, la del coche, esa sí, porque tenía seguro, claro. Pero bueno, era un coche pequeño. Ninguna otra ayuda de la Administración y lo perdimos todo", añade.

Ante esta realidad conocida y reconocida, las entidades sociales protestaron para visibilizar a quienes nadie ve: a los migrantes en situación administrativa irregular que también eran damnificados de la tragedia y se quedaban, de nuevo, fuera de la ecuación. Por ello, un total de diecinueve asociaciones de la Comunitat Valenciana y del resto de España solicitaron al Gobierno central, a la Generalitat y al Defensor del Pueblo que las ayudas a las víctimas de la dana incluyeran a todas las personas, con o sin papeles. Así, en febrero de 2025 el Consejo de Ministros aprobó una regularización extraordinaria para aquellos migrantes afectados por las inundaciones del 29-O. Una cifra que desde el ejecutivo de Pedro Sánchez se situaba en unas 25.000 personas, pero que las entidades sociales cifraban en unas 40.000. La medida permitió la concesión de autorizaciones de residencia y trabajo de un año a los perjudicados por la dana y sus familiares más directos, y fue la salvación de Karol y su familia. El padrón pasó a ser la clave de este procedimiento y ellos sí contaban con él. Muchos otros, sin embargo y en la misma situación, se quedaron fuera.

Boris no ha dejado de trabajar desde que llegó a España. Sin embargo, la vida cambia cuando hay un contrato laboral con garantías y perspectiva de futuro. Karol trabajaba los fines de semana en un bar que fue arrasado por la dana y que ya no volvió a abrir. Tras un año viviendo en un bajo húmedo y frío, arrasado pro la riada, ahora han conseguido una vivienda mejor. Tener "papeles" permite un contrato de alquiler y una vida diferente. La riada la dejó sin trabajo y sin casa. "Pero nos dio papeles", afirma, Y eso "lo vale todo". "Siento que esta tragedia nos ha catapultado para estar mejor. Vivimos en el barro y salimos más fuertes. Lo perdimos todo, pero la tragedia nos ha hecho levantarnos una vez más y no dejarnos vencer. Ahora tenemos una vivienda mejor, sin humedad ni oscuridad, que pagamos con esfuerzos y sacrificios, pero ellos (los niños) están supercontentos con el cambio", asegura. Oliver toma de nuevo la palabra: "Esta casa es hermosa, la otra era muy fea".

"Siento que esta tragedia nos ha catapultado para estar mejor. Vivimos en el barro y salimos más fuertes. Lo perdimos todo, pero la tragedia nos ha hecho levantarnos una vez más y no dejarnos vencer".

La tragedia cambió sus vidas para siempre y trajo, además, un nuevo miembro a la familia. Es un gato, se llama Lufi y llegó a sus vidas 5 días después de la riada, mientras limpiaban lodo y sacaban escombros. "Era un recién nacido, es un milagro que viviera", explica, y especifica al instante: "Bueno, un milagro más".

Hortensia Maeso, la resurrección de una diseñadora que se crece ante la adversidad

Con su taller en Picanya, la barrancada destrozó por completo la nave donde su equipo de 15 personas trabajan colección tras colección. Un año después, el nuevo espacio empieza a tomar forma tras un viaje emocional intenso, largo y frustrante pero con un final ilusionante: el de alguien que se recompone y vuelve a empezar.

"No sientes nada, no hay emociones; ni siquiera tienes miedo, simplemente es asombro, estupor". Es lo que vivió Hortensia Maeso, consagrada diseñadora de moda infantil y juvenil de València, cuando presenció el 31 de octubre lo que había pasado en su taller, frente al barranco del Poyo, en Picanya. Apenas 30 metros separan el cauce de la puerta de su estudio, donde trabajan una quincena de mujeres que aquel fatídico día volvieron a sus casas a las tres de la tarde, antes de que se desencadenara la catástrofe. Un año después, el viaje emocional ha sido largo, agotador y frustrante. Lo que no quiere decir que todo haya sido malo: Maeso es especialista en crecerse ante la adversidad. "Tuve que empezar de cero hace diez años y he tenido que volver a hacerlo; me he dado cuenta de que no pierdo la fe. Antes pensaba que con otra dana no volvería a pasar por todo esto; ahora sé que volvería a luchar", afirma, sentada en el despacho compartido e improvisado tras la barrancada.

"Es una sensación de que se ha acabado el mundo. Empiezas a sacar barro de forma absurda; ahí estábamos mis hijas Noor y Yasmín, sus parejas, mi chico, Carlos, y yo, las trabajadoras ni siquiera podían llegar hasta aquí."

Todo está ya en proceso de cambio. La riada borró prácticamente toda la fábrica, así que en este espacio se llevan a cabo dos reconstrucciones: la física y la emocional. Los materiales de obra conviven ahora con la delicadeza de las sedas naturales y los tules, con botones, lazos, flores, tocados y máquinas de coser donde Elena, una de las costureras, remata una costura, mientras Marina recibe llamadas de proveedores. Los percheros se amontonan en un rincón para no molestar a los operarios que trabajan con grandes bigas de madera para construir un segundo piso que garantice que, de volver a pasar, no se llevará por delante -al menos- el material tecnológico. El artesanal -grandes rollos de tela que se esparcen en dos mesas gigantes- se pone en altura cada vez que se decreta ahora una alerta meteorológica.

No pudieron entrar en la fábrica hasta dos días después del desastre. No les dejaban pasar por la peligrosidad del entorno, pero terminaron por colarse para ver con sus propios ojos lo que se imaginaban: la destrucción total. "Es una sensación de que se ha acabado el mundo. Empiezas a sacar barro de forma absurda; ahí estábamos mis hijas Noor y Yasmín, sus parejas, mi chico, Carlos, y yo, las trabajadoras ni siquiera podían llegar hasta aquí. Noor hizo un llamamiento en redes sociales y sus amigos y amigas se plantaron aquí en cuanto fue accesible para limpiar entre todos", recuerda Maeso.

"Es una sensación de que se ha acabado el mundo. Empiezas a sacar barro de forma absurda; ahí estábamos mis hijas Noor y Yasmín, sus parejas, mi chico, Carlos, y yo, las trabajadoras ni siquiera podían llegar hasta aquí"

En la fatídica tarde del 29 de octubre, la información llegaba por redes sociales y gracias al contacto que estableció con el hotel vecino, que le informaba de cómo estaba la situación. Fueron varias llamadas hasta que le dijeron que había entrado un palmo de agua. No volvieron a coger el teléfono. Llamó entonces a la fábrica de sofás a pocos metros de su estudio, quienes le advirtieron que el agua ya les llegaba a la cintura. "Yo sabía que mi nave estaría incluso peor, en un estado catastrófico, pero nada te prepara para ver lo que vimos", dice.

La ayuda familiar, de conocidos y amigos, de su equipo de trabajo y de voluntarios desconocidos avanzó a lo largo de las semanas posteriores. Ella dirigía algunos de los trabajos, con prioridad absoluta en intentar cerrar el estudio, donde las dos puertas industriales fueron reventadas por la fuerza del agua. Una quedó perdida; la otra se pudo recuperar. En mitad de ese caos, con una lista infinita de problemas que resolver, ayudas que solicitar, personas que atender y una digestión personal que realizar, Maeso se dio cuenta que de nada servía pensar en la empresa a futuro, con todo lo perdido. "Esto iba de marcarse objetivos inmediatos, era la única forma de funcionar. Pensar a largo plazo era asfixiante", reconoce.

Entonces, empezaron a llegar las señales. Ayudas, ayudas y más ayudas, en todos los formatos y de todas partes. Había algo positivo: Diez días antes de la barrancada habían entregado la campaña de comuniones a las tiendas que comercializan sus prendas y los encargos particulares que se habían realizado, pero no se podía producir ni modificar nada de lo entregado. La colección de corto e invitadas, perdida; los muestrarios, perdidos y, por supuesto, la materia prima con la que poder reactivar la actividad empresarial, completamente perdida.

"Mi hija Noor empezó a tramitar todas las ayudas a la Administración. De forma paralela, todos nuestros proveedores empezaron a volcarse con nosotras. Empezaron a llegar hilos, cremalleras, telas. Una mujer de Cuenca nos envió una máquina de coser, Cecotec nos envió varias karcher, y Hermanos Simó, en Torrent, nos dejó su nave para que pudiéramos recibir todos los materiales, porque no teníamos dónde guardarlos", recuerda. La lista de agradecimientos de Maeso es infinita, no quiere dejarse a nadie porque todos y cada una de esas empresas apuntalaron el largo camino de su propia reconstrucción: Shindo, Mokuba, Gratacós, Wintex, ColorPrint, Vicente Blanes y Carmen Jover, de Aitex, cuya llamada lo cambió todo.

Empezó a ver la luz bien entrado noviembre, con las oficinas instaladas en su casa y a medida que fue sacando a sus trabajadoras del ERTE. Fue entonces cuando recibió la llamada de Jover, quien le ofreció una de las salas de la sede de Aitex, en Paterna, para que pudieran empezar a coser, pese a que las ventas estaban prácticamente suspendidas porque la gente desconfiaba en que pudieran atender los encargos. Las tiendas, sin embargo, sí la apoyaron, y empezaron a entrar pedidos. "Empezaba a haber señales; entraban las ayudas económicas, teníamos una sala de confección donde volver a trabajar... no podía tirar la toalla", explica. Hasta la Reina Letizia llamó al taller, a través de su secretaria, para ver cómo podían ayudarles.

Así pasaron varios meses. Del almacén prestado en Torrent a la sala de trabajo en Paterna, viajando a Muro de Alcoi para 'reoperar' las telas, es decir, limpiarlas y habilitarlas de nuevo con un proceso industrial. "Me he dado cuenta de que ante la adversidad no me hundo. Hay frustración y miedo, claro, pero no pierdo la fe, y mientras haya señales y manos tendidas, sigo adelante", confiesa la diseñadora.

"Me he dado cuenta de que ante la adversidad no me hundo. Hay frustración y miedo, claro, pero no pierdo la fe, y mientras haya señales y manos tendidas, sigo adelante"

En el calendario del negocio había una fecha clave: La Feria Internacional de la Moda Infantil y Juvenil del 16 de mayo. Había cierto margen para presentar los muestrarios, estaban en fechas, y todo cambió cuando pudieron volver al taller de Picanya, casi en Fallas. No había nada, pero al menos se podía ya trabajar físicamente sin barro y con las máquinas, herramientas y materiales que habían podido recuperar y que habían sido donados. Entonces también llegó una propuesta que le volvió a estimular: ser la mantenedora de la Fallera Mayor Infantil de València, Marina García, una muestra más del apoyo a su trabajo y el reconocimiento a su obra que le realizó, en este caso, el sector fallero de València.

Las crisis suelen ser momentos de nuevas oportunidades, y Maeso decidió reestructurar el negocio. Dejó a un lado los diseños que hacía para 'celebrities', "porque no necesitaba exposición y visibilidad, sino negocio real, lo que me llevó a pensar en hacer una colección para ceremonia de madres", explica. Así, pasó de hacer comuniones, fiestas y alfombras rojas a sumar a su catálogo diseños para madres y para jóvenes. De ahí nació 'Flores en el barro', una colección sobre el renacer, la alegría, la esencia y la capacidad de florecer en el barro.

"Creo que esas adversidades estimularon mi creatividad, además de la unión y cercanía que sentí de la gente, con todo mi equipo y mi entorno. Siempre decimos eso de 'vivir el presente', pero es que ahora lo he visto materializado", subraya Maeso. "La mejor experiencia de la dana ha sido, sin duda, ver la humanidad de las personas, verlas en su pura esencia", destaca. Hoy, entre andamios, rollos de tela y olor a pintura fresca, Hortensia Maeso vuelve a coser el hilo de su historia en un renovado taller donde seguir convirtiendo la fragilidad en belleza.

La peluquería milagro tras la dana: reabierta en un mes y reconvertida en “plaza pública”

Mario Martínez reabrió HMG peluqueros solo quince días después de que su local fuera arrasado, cobrando la voluntad y atendiendo a domicilio a quien no tenía ascensor

Tintar unas canas es una cosa, pero teñir de blanco un pelo joven es otra completamente diferente. Y más complicada. Por eso, a Mario Martínez no le sorprendió ver, el 29 de octubre, alrededor de las seis de la tarde, que la cabeza del chaval que tenía entre las manos todavía se había quedado algo amarillenta. Por la cristalera de la peluquería y academia HMG Peluqueros, de Catarroja, veía que las nubes pasaban muy rápido y que había un cielo “muy raro” y pensó que sería un buen día para cerrar antes de hora. Pero mientras que su familia, desde su casa en Torrent, le avisaba de que llovía con fuerza, en Catarroja, ni gota. Así que, al ver el tono amarillento del cuero cabelludo del cliente, pensó: “lo aclaro más y luego ya nos vamos”. El joven no llegó a salir de la peluquería con el “look” que deseaba, pero estuvo a punto, como su peluquero y su compañera Judith, de no salir vivo.

“Mario, corre, vete, una riada”. Lo empezó a escuchar de la gente que pasaba por su puerta. Y, entre el desconcierto y la prisa, de pronto, vio la calle y cómo la masa de agua que se alzaba frente a sus cristales blindados empezó a crecer y a crecer hasta reventar el marco de la cristalera y entrar en tromba en el local. Se alcanzó un metro y medio de altura, de media, aunque en el despacho, en desnivel, la altura llegó a 1,70 metros, la altura de una persona de pie. Entre sus primeros pensamientos: “menos mal que los martes no hay formación”. En la academia hay siempre entre 15 y 25 alumnos de peluquería femenina y barbería. Pero no estaban, como tampoco la mujer y el hijo de Mario, que trabajan con él y a veces tienen a su nieta bebé en el local. Y así dio comienzo el “cúmulo de casualidades“ que lo salvó. “Lo que vivimos podría hacernos pensar que alguien nos va ayudando desde arriba, un poco pegando empujones”, reconoce.

El primer impulso fue correr. Pensaron que podrían agarrarse a la valla del colegio que tienen enfrente e intentar aguantar. Si lo hubieran hecho, el agua les habría arrastrado y se habrían ahogado.

El segundo impulso fue llamar al 112. La suya fue una de las cientos de llamadas que se quedaron sin contestar, así que decidieron no quedarse a esperar. Si lo hubieran hecho, no habrían podido resistir cuando el agua llegó a casi dos metros.

El primer impulso fue correr. Pensaron que podrían agarrarse a la valla del colegio que tienen enfrente e intentar aguantar. Si lo hubieran hecho, el agua les habría arrastrado y se habrían ahogado

El tercer impulso fue subir la persiana. Pero se enganchó en una máquina de bolas para niños que estaba al lado en la puerta. Si lo hubieran hecho, la peluquería habría sido saqueada como lo fueron la papelería o el taller mecánico del barrio en la madrugada del 29 al 30 de octubre. 

Y el cuarto impulso fue aprovechar para subirse al techo de un coche arrastrado por la corriente que acababa de estamparse contra el local. Desde ahí, Mario, Judith y el cliente pudieron alcanzar el primer piso del edificio. Segundos después de hacer pie firme, vieron cómo el coche del que acababan de bajarse fue arrastrado calle abajo por el agua. “Como en una película, nos salvamos por segundos”, rememora. Pasaron la noche entre el primer y el segundo piso, aliviados de estar vivos. 

A Mario todavía se le rompe la voz cuando alguien le pide que describa lo que vio la mañana del día 30, ya con luz y cuando el agua había bajado. El adjetivo “dantesco”, tan repetido tras la dana, se queda corto. Cañas, barro hasta casi el techo, sillones destrozados. La humedad y el olor. “Son 27 años de trabajo y no es como cuando te roban, que te pueden quitar algo, es que te destruyen todo”, lamenta. Pero decidió que la cosa no iba a quedar así. “Desde mi total ignorancia, le dije a mi hijo que había que quitar el fango del local antes de que se secara”, recuerda. Y así empezó la segunda fase: una tarea ingente de limpieza que empezó antes de la llegada de cualquier voluntario o ayuda oficial.

“Son 27 años de trabajo y no es como cuando te roban, que te pueden quitar algo, es que te destruyen todo”

Hugo, el hijo de Mario, tiene 20 años. Fueron él y sus amigos los primeros en meter pico y pala para sacar el fango. “Y luego dicen que son la generación de cristal”, critica el peluquero. Tiraron de conocidos, familiares y amistades. “Para cuando llegaron los voluntarios ya casi estaba”, destaca. Cuando en los edificios vecinos, los damnificados empezaban a pedir máquinas karcher, ellos ya estaban desinfectando el local. “La verdad es que hemos podido ir casi siempre un paso por delante”, reconoce.

Y a los quince días, sin cristalera ni puerta, sin toallas, sin suministro de agua y sin prácticamente herramientas, la peluquería y academia HMG colgó el cartel de ‘Abierto’. No es una metáfora: una vez limpio el local, una banderola gigante colgaba sobre la puerta y decía: “No queremos que nos regalen dinero, queremos trabajar. Córtate el pelo en Catarroja”. Una invitación, figurada y literalmente: solo podían teñir y cortar, no lavar, porque no había agua, ni hacer muchas florituras, porque gran parte del instrumental había sido arrasado, pero empezaron haciéndolo gratis. 

“Pero la gente quería ayudar, así que empezamos a cobrar la voluntad”, añade Mario, que se empezó a dar cuenta de la importancia de un pueblo unido y solidario cuando una clienta pasó por la puerta y le dijo: “Hazme algo, lo que quieras, que llevo el pelo bien pero quiero ayudar”. A cambio de esa ayuda, llevan casi un año prestando servicio a domicilio a quienes lo necesitan, como el vecino en silla de ruedas que no puede salir de casa porque todavía no tiene el ascensor en funcionamiento.

En la pandemia, las peluquerías se incluyeron entre los negocios que prestaban servicios esenciales y que, por lo tanto, tenían menos restricciones para trabajar cuando casi todo lo demás estaba cerrado. En la Catarroja postdana no hay mascarillas ni gel hidroalcohólico, pero Mario ha notado que, aunque la historia no se repite, a veces sí rima. Ir volviendo a la normalidad también trajo de vuelta la conversación a la peluquería "milagro" de Mario, reconvertida en plaza pública y lugar de terapia de grupo. Un espacio, como en 2020, esencial. Las historias empezaron a llegar con el paso de las semanas: “No sabes lo fría que estaba el agua”. “No te imaginas lo que es subirte a un coche para intentar sobrevivir”. Pero Mario sí que lo sabía.

A cambio de la ayuda, llevan casi un año prestando servicio a domicilio a quienes lo necesitan, como el vecino en silla de ruedas que no puede salir de casa porque todavía no tiene el ascensor en funcionamiento.

Por eso, reconoce que la cara B de toda esa socialización ha sido una “carga psicológica extra”. “Ya lo viví en la crisis de 2008, cuando entraba la gente a contarte que se había quedado sin trabajo y tú sabías que la historia acabaría con que le quitarían la casa”, recuerda. Pero ahora, a eso se suma su propia decepción, que es, cree, el sentimiento que mejor define a esta localidad un año después. “No nos avisaron, tardó todo mucho y la gestión de la reconstrucción está siendo compleja”, lamenta. Ha sufrido en sus propias carnes cómo las ayudas tardaban y cómo, para algunas tramitaciones, “tienes que ser un catedrático para entender el proceso”.

Laura Carbonell forma parte de la resistencia. El arrase del agua no solo se llevó detrás cristales, instrumental y dinero, sino también a cuatro alumnos de la academia, que decidieron no continuar su formación tras la dana. “Se desengancharon, a veces pasa”, explica Mario. Pero Laura, que es de Alcàsser y este año terminará su formación, no lo hizo. “Tenía muchísimas ganas de volver después de un mes sin venir”, asegura.

Ahora el local tiene una zona muy grande para la academia, con sus lavacabezas y sus maniquíes, el espacio profesional habitual, paredes con placas que simulan mármol, sillas retro de barbería y hasta un espacio “VIP” para quienes quieran tratamientos o arreglos más costosos, con su sofá de cuero incluido. Pero Laura, como Mario, se acuerda del rastro del agua y el barro en la peluquería. Quizá les cueste un tiempo dejar de mirar arriba cuando salen del local, donde una placa colocada a 1,70 metros de altura recuerda: “Hasta aquí llegó la riada”. A su lado, Mario, que ha redecorado todo en tiempo récord, ha dejado una única mancha marrón. Para no olvidar que su peluquería y academia es, desde hace un año, un milagro.

Vlad, superviviente de la 'ratonera' de La Torre: "Los vecinos aún tienen miedo de bajar a este garaje"

Este comercial de 32 años consiguió escapar 'in extremis' del aparcamiento después de que su mujer le llamara trece veces. En ningún momento fue consciente de que se estaba jugando la vida allí abajo, ni siquiera cuando recibió el aviso de Protección Civil. La dana se cobró en este garaje subterráneo la vida de siete personas

La dana del 29 de octubre obligó a revisar muchas cosas, también el plan de inundaciones de València. La Torre no estaba cartografiada en el Patricova -y en dicho plan- como zona potencialmente inundable, pero el 29 de octubre de 2024 una lengua de agua se marcó un recto en el barranco del Poyo a la altura de Paiporta, continuó avanzando por la carretera de Alba, anegó la pedanía del sur y topó con las vías ferroviarias en paralelo a la Avenida Europa, multiplicando el efecto destructivo de la inundación en la zona este del núcleo urbano. Nadie la vio venir.

En la intersección entre las calles Mariano Brull y Giménez y Costa, en el garaje subterráneo más grande de La Torre, con dos plantas y 75 plazas para los residentes de cinco patios, el agua empezó a entrar tímidamente: primero cubrió un palmo de suelo y los vecinos no le dieron especial importancia. Algunos habían acudido para subir sus coches al primer sótano o sacarlos del garaje y ponerlos en un lugar más elevado. Allí abajo recibieron a las 20.11 horas la primera alerta de Protección Civil informando a los ciudadanos de que evitaran cualquier tipo de desplazamiento en la provincia de Valencia «como medida preventiva por las fuertes lluvias» (sin explicar advertir del desbordamiento del barranco).

«Cuando nos llegó el aviso no le dimos mayor importancia, nos quedamos hablando de otras cosas. Nunca habíamos recibido algo así y no supimos cómo actuar».

«Cuando nos llegó el aviso no le dimos mayor importancia, nos quedamos hablando de otras cosas. Nunca habíamos recibido algo así y no supimos cómo actuar». Vlad Vacar fue el último vecino en salir con vida del garaje convertido en trampa mortal. Cuando llegó del trabajo cogió las llaves del coche y fue a por él para sacarlo del garaje. De camino hacia el vehículo se quedó hablando con un matrimonio, cosas que no recuerda, frivolidades, algunas risas, probablemente mencionaron el tiempo. En La Torre no había caído una sola gota. «Empezó a entrar algo de agua por la puerta del garaje. Uno de los vecinos intentó sacar su coche pero el mando ya no abría, así que lo dejó al principio de la rampa», rememora. «Yo estaba hablando tranquilamente y entonces me llamó mi mujer. Estaba nerviosísima. ¡Sal de ahí!, me gritaba. ¡Sal de ahí, sal de ahí!, insistía sin darme más información. Tenía 13 llamadas de ella».

Su mujer Natalia, asomada al balcón, vio un tsunami arramblando con todo en la calle Mariano Brull. Como Vad no cogía el teléfono salió corriendo y llamó al ascensor de su patio, que bajaba directo al garaje. En ese momento todavía funcionaba, pero en el último instante pensó en salvar al bebé. «Una semana antes nos dijeron que Natalia estaba embarazada, y de hecho durante la riada temimos haberlo perdido por el ataque de pánico que sufrió», continúa relatando Vlad.

«Fuera había dos señores mayores. Un hombre se lanzó a por ellos y desde los balcones les lanzamos una cuerda. Consiguieron salvarse».

Tras despedirse de sus vecinos, el joven de La Torre subió por una de las escalerillas que conducen a la calle y entonces descubrió, contrariamente a lo que había pensado, que su mujer estaba lejos de exagerar. El agua en la calle ya le llegaba por la cintura y tuvo que nadar hasta su portal. «Nosotros vivimos en un primero, llegamos a temer que se nos inundara el piso», recuerda. «Fuera había dos señores mayores. Un hombre se lanzó a por ellos y desde los balcones les lanzamos una cuerda. Consiguieron salvarse», narra el joven de 32 años.

En el garaje no tuvieron tanta suerte. «Papá, esto está muy jodido», le confesó Rubén Lima a su padre, policía al igual que él, al ser consciente de que no iba a poder salir del parking hasta que no cesara la corriente de agua que había en el exterior. Se encontraba junto a otras cinco personas, tres vecinos de su finca y Gaby y Alexandra -acompañados de su hija- la pareja de origen rumano con la que estuvo hablando Vlad hasta la llamada número 13 de su mujer.

A las 20.21 horas Rubén le mandó a su padre el primer mensaje: «Bajo al garaje que esto se está inundando, a ver donde dejo el coche y la moto». Diez minutos después le mandó un nuevo mensaje cuando intentaba salir por las escaleras: «Aquí hay un metro de agua». Padre e hijo hablaban por teléfono cuando Rubén se dio cuenta de que no podía salir a la calle porque las dos salidas peatonales del parking estaban obstruidas por el agua y los ascensores no tenían servicio al haberse ido la luz. «Estamos atrapados, mándame a los bomberos», fue lo último que le pidió. A las 20.44 horas, Julio recibió el último mensaje de su hijo, donde le confirmaba que seguía en el garaje. Cuando su padre volvió a intentar contactar con él ya no contestó. La tromba de agua inundó el aparcamiento con seis personas dentro y también arrastró al interior a una vecina de 61 años que acababa de salir de casa de su hermano. En total perdieron la vida siete personas.

«El dinero del consorcio tardó en llegar y el mayor problema ha sido que las empresas, en vez de ayudar, en muchos casos se han aprovechado de la situación. Me parece que han sido poco empáticas. Nos decían que nos ponían en cola si pagábamos por adelantado y dándonos el presupuesto que ellos consideraban».

Los días posteriores estuvieron trabajando los buzos de la Guardia Civil, que se apoyaron de cuatro bombas de achique conectadas las 24 horas del día durante más de una semana. Las tuberías estaban reventadas y las paredes desplomadas. Las bajantes de los patios, también rotas, vertían en el garaje. Los vecinos tuvieron que sacar todos sus enseres de los trasteros ataviados con EPIs. «Allí parecía que había caído una bomba», resume Vlad. La administradora de la comunidad logró que Acciona limpiara gratis el aparcamiento y Aguas de Valencia también arrimó el hombro para reponer las tuberías, primer paso hacia la rehabilitación de un equipamiento que a priori parecía completamente perdido.

«El dinero del consorcio tardó en llegar y el mayor problema ha sido que las empresas, en vez de ayudar, en muchos casos se han aprovechado de la situación. Me parece que han sido poco empáticas. Nos decían que nos ponían en cola si pagábamos por adelantado y dándonos el presupuesto que ellos consideraban», narra Vlad. «Para reconstruir la cochera nos han pedido casi medio millón de euros. Me parece una barbaridad. Por cada ascensor nos piden más de 50.000 euros cuando antes la reparación costaba unos 20.000 euros.», lamenta.

Y si la reforma del garaje está siendo difícil, la reconstrucción emocional resulta mucho más compleja. «Cuando nos enteramos al día siguiente de que había fallecidos fue un shock para toda la comunidad. La pareja con la que yo estuve hablando dejó la luz del salón encendida y durante semanas la veías por las noches, te daba un vuelco el corazón. Al principio intentabas estar pendiente de los familiares de las víctimas, hubo más unión entre vecinos, ponías cara y nombre a gente que no conocías, también porque te los encontrabas en el banco de alimentos o aparcando fuera en la calle. Hablábamos mucho y la gente te preguntaba cómo estabas. En la desgracia haces piña, pero conforme pasa el tiempo el ser humano se adapta a las circunstancias y avanzas, pasas página porque no te queda de otra. Obviamente todos tenemos presente lo que pasó aquel día, pero ahora mismo solo hablamos de cuestiones prácticas como la reparación del aparcamiento».

Dicha reparación ha entrado en la fase final y, aunque todavía se percibe mucha humedad, especialmente en el segundo sótano, la previsión es que pueda reabrir a finales de noviembre. Los ascensores tardarán más y se espera que estén en funcionamiento a partir de 2026. Tras el suceso el padre de una víctima mortal vio el garaje como una «ratonera mortal sin salida» y criticó la falta de acceso peatonal desde el aparcamiento a los pisos, pero la reconstrucción mantendrá los mismos elementos que antaño, pues las ordenanzas municipales y el Código Técnico de la Edificación establece que los garajes deben tener salidas peatonales, pero es a criterio del promotor establecer si dichas salidas dan a la calle o la propia finca. Ninguna norma obliga a plantear escapes alternativos frente a posibles inundaciones, y de momento todo lo que se ha hecho ha sido reconstruir considerando el encarecimiento de los materiales, la escasez de mano de obra y la estrechez económica de los interesados.

Una vez concluido llegará el siguiente paso: enfrentarse al trauma. «Algunos vecinos dicen que no quieren bajar al garaje. Mi mujer también dice que no piensa bajar. La gente tiene miedo. No quieren venir porque tienen el recuerdo de lo que pasaron aquel día y piensan en las víctimas y los coches flotando», dice Vlad desde dentro de un aparcamiento con olor a pintura e iluminado a través de focos provisionales, con el ruido de cinco obreros trabajando en los trasteros y el pavimento. Dejar o no el coche bajo techo es, en todo caso, una preocupación menor comparada con la odisea que desde hace un año afrontan una veintena de familias de La Torre, aún realojadas por no haber podido recuperar sus viviendas.

«Para mí ha sido como un renacer. Ese día el impulso fue sacar el coche y a veces pienso: somos tan pobres que intentas salvar lo único material que tienes sin darle valor a la vida. Fue un milagro que pudiera salir del garaje y que mi mujer no bajara en el ascensor".

«Para mí ha sido como un renacer. Ese día el impulso fue sacar el coche y a veces pienso: somos tan pobres que intentas salvar lo único material que tienes sin darle valor a la vida. Fue un milagro que pudiera salir del garaje y que mi mujer no bajara en el ascensor. Justo una semana antes de la dana nos enteramos de que íbamos a ser padres y ahora estoy encantado de la vida con mi niña Natalia. Lo veo todo de otra manera», reflexiona con una sonrisa y la piel de gallina, aunque también guarda un poso de amargura cuando habla de la gestión política: «En cualquier trabajo nos hubiesen echado al día siguiente si hubiésemos demostrado la misma incompetencia», sentencia este antiguo comercial, ahora dueño de su propia empresa de urinarios japoneses.

En la misma semana, la Delegada del Gobierno ha adelantado un plan para evitar que las vías del tren de La Torre agraven futuras inundaciones, y la Policía Local ha condecorado a título póstumo a su compañero Rubén Lima -su padre recibió con visible emoción la Medalla con Distintivo Rojo-. Prevención y reparación para una pedanía que, si todavía hoy habla de lo sucedido aquel 29 de octubre, es porque la herida aún necesita sanar.

Un reportaje de Gonzalo Sánchez, Amparo Soria, Marta Rojo, Violeta Peraita, Juanma Vázquez, Sara Garía, Mónica Ros, Saray Fajardo, Claudio Moreno, Diego Aitor San José y Abraham Pérez

Fotografías y vídeos de Francisco Calabuig, Fernando Bustamante, Daniel Tortajada, Germán Caballero, José Manuel López

Coordinación Minerva Mínguez, Íñigo Roy

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