La Plaza de los Libros. (2)... con Fernando Iwasaki

Una publicación de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo y el Ayuntamiento de Sevilla que hace un recorrido en imágenes hasta sus 45 años de vida

La Plaza de los Libros. (2)... con Fernando Iwasaki

La Plaza de los Libros. (2)... con Fernando Iwasaki / Triana Abad

Triana Abad

Una publicación de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo y el Ayuntamiento de Sevilla que hace un recorrido en imágenes hasta sus 45 años de vida

El pasado día 30 tuvo lugar en el Ayuntamiento de Sevilla la presentación de La Plaza de los Libros, un libro que han llevado a cabo la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla y el Ayuntamiento de Sevilla, y que nos hace un viaje por la vida de las ferias del libro, los mercadillos y las librerías. 131 páginas para transportarse y recordar, comenzando por el epílogo que ha realizado el escritor Juan Bonilla y cerrando por el también escritor, Fernando Iwasaki.

En esta ocasión, hemos tenido el placer de profundizar en las palabras del epílogo de Fernando Iwasaki en esta breve entrevista, centrada en La Plaza de los Libros.

¿Qué pasaría cuando una palabra desapareciese?

Cuando una palabra desaparece, no solo estamos hablando de algo que, de pronto, deja de existir tipográficamente en los diccionarios. Que desaparezca una palabra supone que ya no existe en el habla, y el habla es el acervo popular. Eso supone que todos los hablantes que antes usaban esa palabra han desaparecido también. Pensemos en un cántaro, en una obra de alfarería. No solamente está desapareciendo la voz que define ese cántaro, sino, probablemente, los artesanos que los fabricaban, lo materiales, las comunidades de personas que le daban una utilidad a esa vasija o a ese cántaro.

Pero no es igual cuando desaparece una palabra que designa un color. Pienso en rosicler. Rosicler es una palabra muy propia del Siglo de Oro y que, supuestamente, define ese color encarnado que tiene el cielo en la aurora, en el amanecer. Cuando uno escribe rosicler en el ordenador, Word te corrige y lo cambia por reciclar, y entonces una voz que es poética, una palabra que fue un hallazgo de los poetas, se convierte en algo tan absolutamente absurdo cómo reciclar. Entonces, esa es otra palabra que puede desaparecer. No va a desaparecer el color, el color que la inspiró, pero en cambio, sí puede desaparecer la voz que designa ese color en la mañana.

Y podría poner otro ejemplo que me resulta todavía más grave y que yo lo veo diariamente en mis alumnos, en muchos jóvenes, por ejemplo. En el español peninsular ya no saben conjugar la segunda persona con el usted, son incapaces de decir “¿usted podría...? ¡no! Dicen “¿usted puede darme...?” entonces está desapareciendo un protocolo, está desapareciendo una manera de dirigirse hacia otra persona que ya, directamente, desaparece de la memoria de los nuevos hablantes del español peninsular dónde, por supuesto, muchas palabras han desaparecido.

Pienso en mi suegra, que fue una mujer que nació en Triana, y que en los últimos años de la década de los 20, y probablemente esto les ocurra a muchas personas que tienen abuelas o suegras de esas edades, porque mi suegra siempre hablaba de los pretendientes. Hoy día nadie usa la palabra pretendiente, el pretendiente era alguien que tú sabías que le gustabas, pero que conocía sus límites y que no se atrevía a siquiera acercarse más allá de una distancia prudente, en la que, si lo hacía, se descalificada a sí mismo como pretendiente. Con los pretendientes nunca ocurría nada, los pretendientes jamás se comían una rosca, pero existían y hacían felices a nuestras abuelas, a nuestras suegras, nuestras madres, porque tener muchos pretendientes, me imagino, debe ser como tener hoy en día muchos “likes” en Instagram, o en una red social. Me da pena decir like porque no es una palabra de nuestra lengua, pero, probablemente, el día de mañana alguien dirá, un anciano le dirá a su nieto: cuando yo era adolescente tenía muchos likes en mi Instagram.

Bueno, pues las palabras desaparecen, y desaparecen los sentimientos, desaparecen las emociones, desaparecen las comunidades, los objetos, los protocolos, los formalismos y hasta los sueños que iban unidos a esa palabra.

¿Qué valor de recuperación o mantenimiento de la tradición, la cultura y la historia, tienen las librerías de viejo?

Para mí, que hoy en día compro más libros en librerías de viejo que en librerías de nuevo, yo diría que, ellas mismas son la tradición en la cultura y la historia, porque, salvo esas editoriales tan escrupulosas que guillotinan o reducen a pasta los libros que no venden, es decir, que en lugar de saldarlos lo que hacen es destruirlos, quemarlos o reducirlos a pasta para hacer toallitas húmedas o para papel higiénico, pues yo creo que las librerías de viejo se convierten en las guardianas de esas tradiciones literarias y editoriales, son las librerías de viejo las únicas librerías de fondo que existen realmente y, por lo tanto, pienso en esas bibliotecas que terminan diseminadas por una serie de librerías de lance, ferias del libro antiguo, librerías de viejo, y me parece una suerte de justicia poética que los libros sigan circulando, y si los hijos o los nietos, o los descendientes de alguien que atesoró una biblioteca no quiere los libros, pues ahí están las librerías de viejo para darle de leer al sediento, que creo que somos muchísimas las personas que sabemos que en las librerías de viejo nos esperan maravillas.

¿Qué libro/tesoro tienes que hayas encontrado en una librería de viejo o en una feria del libro antiguo?

Me resulta muy difícil pensar cuáles son mis tesoros encontrados en la librería de viejo o en ferias de libro antiguo. En Renacimiento he comprado libros extraordinarios. Probablemente mi tesoro más valioso sea el ejemplar de Pombo que fue un libro que Gómez de la Serna dedicó a Enrique Jardiel Poncela. Pues mi ejemplar de Pombo, fue el que perteneció a Enrique Jardiel Poncela, y por eso, creo, que seguro es mi libro más valioso de todos cuantos tengo. Y tengo muchos libros que he rescatado porque estaban dedicados, algunos dedicados por los propios autores, a lo mejor, más de la literatura peruana que de la literatura española; a otros escritores, también peruanos o extranjeros y que considero que son muy valiosos, muy importantes. Pero si tuviera que citar un libro que verdaderamente me conmueve poseerlo, se trata de una edición de “El Fantasma de Canterville, de Óscar Wild” que compré en la Cuesta del Moyano, que fue editado en el año 1926 y se hizo en el Penal del Dueso.

Lo hicieron dos presos anarquistas, uno ilustrador, el otro era poeta, y ellos trabajaron en la cárcel del Dueso, en la traducción y en la ilustración de este libro, que es un libro más infantil que otra cosa, pero se imprimieron muy pocos ejemplares en Sabadell, y me considero afortunado de poseer uno de esos ejemplares en los que trabajaron estos dos presos anarquistas en el penal de el Dueso a finales de los años 20.

Ese sería uno de mis tesoros, tengo libros de literatura contemporánea, de Vargas Llosa, de Bryce, de Riveiro, de García Márquez, de Fuentes, dedicados algunos a otras personas y que los he rescatado por ahí, y otros a mí directamente, y yo ya pienso también que muchos de mis libros ya son libros de viejo, aunque siempre hayan sido míos.