28 de febrero ¿Qué hay que celebrar?

ESPAÑA-DIA ANDALUCIA-PARLAMENTO

ESPAÑA-DIA ANDALUCIA-PARLAMENTO

Carlos Arenas Posadas

Carlos Arenas Posadas

Aquel 28 de febrero de 1980 tuvo lugar el último de los requisitos que la Constitución española demandaba a las regiones “no históricas” para incorporarse al mapa de la España de las autonomías. Después de la aprobación de todas las diputaciones y de muchos cientos de municipios, tocaba al pueblo andaluz expresar mayoritariamente su voluntad de convertir Andalucía en una autonomía con plenitud de competencias. 

Pese a la desmovilización que aconsejaban el gobierno de Madrid y muchas corporaciones municipales andaluzas en manos ambas del partido tardo-franquista de la UCD, el “sí” del 55,4% superó todos los obstáculos. No cupo sorpresa, porque aquel sí no era sino un eslabón más del dilatado proceso de encuentros, movilizaciones, esperanzas de un pueblo que intuía que su lucha por la democracia estaba incompleta sin la instauración de un autogobierno capaz de cambiar radicalmente una trayectoria histórica presidida por el hambre de los más, el desempleo, el subdesarrollo y la ausencia del derecho a decidir sobre la propia vida. Nada definía mejor aquel anhelo que el estribillo de la Murga de los Currelantes de Carlos Cano: “María, coge las riendas de la autonomía” para que “haiga trabajo, curtura y prosperiá”. El espíritu de La Murga, escrita en 1977, presidió las enormes manifestaciones en favor del auto-gobierno del 4 de diciembre de aquel año.

No era la primera vez que el pueblo andaluz reunía tanta ilusión; ya sucedió más de cien años antes, cuando los federales andaluces constituían la vanguardia de una propuesta pluriestatal –que no plurinacional- para una España unida. Se repetiría sesenta años después en una II República esperada como agua de mayo para un campesinado pobre ávido de tierra. En las dos ocasiones anteriores, la violencia acabó con esos anhelos; en 1873, el general Pavía arrasó a los cantonales; en 1936, el genocida y ratero Queipo de Llano hizo lo propio con los demócratas en grado superlativo. En 1980, sin embargo, no parecía que las ilusiones pudieran ser abortadas por la violencia; la democracia superó el trauma de Tejero y, en un nuevo referéndum, el 20 de octubre de 1981, el pueblo andaluz otorgó, con un 89,4% de síes, un brumador respaldo al proyecto de Estatuto de Autonomía que volvía a poner las bases políticas, económicas y sociales para un cambio de la trayectoria secular del capitalismo extractivo, señorial o caciquil andaluz. 

Pero aquel proyecto autonómico iba contracorriente, contra la corriente histórica que había convertido Andalucía en una colonia interior, en un mercado reservado para las producciones foráneas con la aquiescencia de las élites regionales que mantenían importantes cuotas de poder y de control sobre los recursos locales; iba también contra la corriente de un capitalismo global en crisis por la caída de la tasa de ganancia. Liberad a los mercados de las intervenciones públicas fue el nuevo grito de guerra; había que dejar la gestión de lo económico en manos de las empresas porque, cuanto mejor les fuera, mejor le iría a todo el mundo. Ha sido el mantra repetido por el neo-liberalismo, desde entonces.

Todos los gobiernos se apresuraron a acoger el nuevo paradigma económico, y el español no le fue a la saga y, tras el español, el andaluz. Puede situarse en el cese de Rafael Escuredo en 1984, el inicio de la adaptación paulatina de Andalucía al nuevo modelo y, con ello, el fin de los proyectos de reforma agraria, de planificación indicativa o de un modelo productivo diverso y auto-centrado. En los años siguientes, las esperanzas de los “currelantes”, volvieron a frustrarse. No hubo trabajo –las tasas de paro volvieron a superar el 30%- o lo ha habido de mala calidad, especialmente para jóvenes y mujeres; la prosperidad se hipotecó a un tejido productivo de baja productividad y poco sostenible; la distancia económica con el resto de Estado no sólo no se ha acortado, sino que se ha ensanchado; en el terreno cultural, la alegre murga de los currelantes ha sido sustituida por el aburrido redoble de la mesocracia cofrade. 

Hemos llegado al 28 de febrero de 2024. La Andalucía de siempre reluce en todo su esplendor. La ilusión por el día de Andalucía ha cambiado de bando. Están de fiesta las grandes empresas nacionales y multinacionales que casi monopolizan el sistema financiero andaluz, el suministro de los grandes servicios y construcciones, las grandes superficies de distribución, los fondos de inversión que adquieren latifundios y el uso masivo de agua para cultivos tradicionalmente de secano, etc. Están de fiesta los del “sálvese el que pueda”, la burguesía sin IVA, los amiguetes que, a la sombra del poder, protagonizaron el boom del ladrillo entre 1998 y 2008, y hoy se reparten, a golpe de conciertos, la sanidad, la escuela, la universidad y todo lo que sea bien público. El nuevo decreto sobre Simplificación Administrativa de la Junta de Andalucía es toda una declaración de intenciones para que siga la fiesta.

Por grande que sea la bandera andaluza en la que se envuelvan, no les va a servir para tapar las vergüenzas de gobernar una Andalucía relativamente empobrecida y desigual, donde se ubican los municipios y los barrios más pobres de España. La suya es la Andalucía estúpidamente narcisista que ya denunciara Ortega y Gasset, justo ahora hace un siglo. Este es du día; felicidades; otros nos conformaremos con celebrar la nostalgia de aquello que pudo ser y no ha sido, confiando en que esto no es, no puede ser, el camino andaluz.