Opinión | El Camarlengo

Los otros números de la Semana Santa

Un momento de la estación de penitencia de la hermandad de San Benito de Sevilla.

Un momento de la estación de penitencia de la hermandad de San Benito de Sevilla. / EFE/ Raúl Caro

 Hay cierta obsesión por los números en las cofradías. Nadie como el periodista Pablo García Torrejón para poner negro sobre blanco. Su trabajo estadístico es impecable. En las antípodas están aquellos que te sueltan sin permiso ni perdón aquello de «yo es que prefiero calidad a cantidad». Los germanos pensaron lo mismo cuando se cargaron a seis millones de judíos sin pensar en la merma poblacional. Es lo que tiene cuando estás convencido de que tu ombligo es la medida del mundo. ¿Qué es la calidad en las cofradías? ¿Quién la marca? ¿Dónde se pone la vara? Que la Semana Santa se haya convertido en un fenómeno de masas ha evidenciado que, hasta entonces, sí que tenía dueños: aquellos que, por categoría social, se habían apropiado de la fiesta y que, en absoluto, estaban dispuestos a compartirla con los advenedizos llegados por mérito. Vamos avanzando.

Puestos a hablar de números, cualquier podría preguntarse por qué existe la Semana Santa. Lo intenté en Twitter y las respuestas fueron muy interesantes. Aprendí mucho. Sin embargo, de entre todas las respuestas intuí el patrón explicativo de la racionalidad limitada: las fuerzas psicológicas, biológicas o culturales, es decir, en palabras de Boudon, «por efectos de la socialización, por sesgos cognitivos, como el resultado de la evolución biológica, como el producto de algún instinto como la imitación, etc.» Alguno intuyó razones utilitaristas, como la relevancia social, y casi ninguno expuso las razones axiológicas: las propias creencias. Después de una pensada rápida, me pregunté si era posible responder a las razones que hacen posible la Semana Santa hoy, los motivos por los cuales cada persona decide ‘hacer’ la Semana Santa? A la vista de lo señalado, pareciera un objetivo imposible de alcanzar o, en cualquier caso, inútil: la Semana Santa se explica por los sentimientos o las emociones y no por las razones. En otro momento, en otro lugar, habrá de explicarse por qué sí que existen razones para lo que el cabeza no entiende y el corazón desborda.

El modelo perfecto

A pesar de todo, cualquiera podría preguntarse por qué es relevante analizar la Semana Santa. Hay dos razones. Según los datos del Barómetro E3441 de febrero de 2024, solo el 17,9% de las personas encuestadas se declaraba católica practicante y el 37,7% afirmaba ser católica no practicante. El conjunto de personas agnósticas, ateas e indiferentes alcanza 38,9%. Estos datos, por sí mismos, parecen estar reforzando la hipótesis de la secularización, mediante la cual a más modernidad, menos religiosidad. La Semana Santa estaría sobreviviendo como un mecanismo identitario y simbólico sin religión, una fiesta secularizada. Cuando ves a la gente dando codazos por tocar los pasos, santiguarse al paso de la cofradía y en poner en manos de la Virgen lo más delicado que tenemos, todo esto se desmonta. Como afirmó el sociólogo catalán, Joan Estruch, la secularización es un mito. La socióloga británica Grace Davie lo dejó bien claro: en realidad, lo que observamos, es que la gente cree ‘sin pertenecer’. La idea no era totalmente original de ella. Otro sociólogo, Thomas Luckmann introdujo eso de la «religión invisible»: la gente cree aunque individualmente y de forma privada. La Semana Santa es una oportunidad única para compartir todo eso que durante el año llevamos por dentro. Sí, creemos en los pasos.

La segunda razón para explicar por qué resulta interesante analiza la Semana Santa parte de un enfoque cuantitativo. En el contexto académicamente contradictorio descrito anteriormente aparece una certeza: el fenómeno no deja de crecer en España. Se observa en el incremento de asociaciones que lo promueven y el auge que han experimentado las celebraciones de carácter festivo. Según la memoria 2021 de la Conferencia Episcopal Española, en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia aparecen un total de 4.856 cofradías inscritas, sin contar muchas más que existen y cuya actividad se circunscribe a un ámbito más reducido o parroquial, además de otras organizaciones de carácter cívico-religioso que no están reconocidas por la Iglesia católica aunque basadas en su mismo sistema de creencias. Según una información aparecida en el periódico La Razón, investigadores del proyecto cofradíasyhermandades.es habrían detectado hasta 15.000 asociaciones religiosas en España, estimando el número de participantes entre un millón y medio a tres millones. Asimismo, según la Encuesta Social 2022 del Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía, el 16,3% de las personas encuestadas pertenece a algún tipo de asociaciones religiosa, solo por detrás de las asociaciones deportivas y benéficas. A nivel estatal, utilizando los datos del Anuario Estadístico del Ministerio del Interior y el Registro de Entidades Religiosas, este tipo de asociaciones representan el 10,2% y, según la encuesta sobre capital social y desigualdad en España, desarrollada por el grupo OSIM en 2011, constituyen la modalidad asociativa con una participación activa más destacada, alcanzando el 46,67% del total de sus miembros.

Epílogo

Mientras que algunos se dedican a menospreciar el cofradierismo por arcaizante, la realidad incontestable de los números está aquí. Pocos asociacionismos en España son tan fuertes como éste. Habría otras razones, como el impacto socioeconómico de las fiestas -argumento que detesto- o el impacto social, que ya midiera en su día Ignacio Valduérteles en los informes de la caridad. Sin embargo, el valor asociativo debería ser suficiente para comprender que la gente se junta voluntariamente para hacer cosas religiosas. Esa imagen que cargan y las incomodidades que soportan solo se comprenden a través de un sentido trascendente.

La Semana Santa supone un modelo alternativo al individualismo secularizador. Esa forma comunitaria de rezar y de vivir tiene efectos positivos en la cultura, en la identidad y en la sociedad. También en nuestras creencias. Las oportunidades religiosas de aquellos lugares en los que hay una religiosidad popular fuerte se reza más que donde lo religioso está enclaustrado. Las penas y las alegrías se llevan de otra manera. Para algo bueno que tenemos, no es plan de liquidarlo.