Opinión | Correspondencias

Teorías queer (Carta III), por Jesús Pascual

Fotograma de Semana Santa (Manuel Gutiérrez Aragón, 1992).

Fotograma de Semana Santa (Manuel Gutiérrez Aragón, 1992).

Querido:

¿Sabes esos tuits que dicen I realised I was gay the second he appeared on screen1? Hay ligeras variaciones del texto, pero la idea es la misma. Para que te hagas una idea —da mucha pereza describir con palabras memes y derivados, pero allá voy— se tuitea eso y se pone debajo una foto de algún personaje del cine o la televisión. Cuanto más random el personaje, más divertido resulta.

A mí me gusta especialmente cuando hay abundancia de retuits. En muchos de esos retuits intuyo un componente de sorpresa, esa sorpresa que ocurre cuando alguien se topa a la vez con un recuerdo enterrado y con la impresión de que no se siente ahora como se sintió entonces. También hay una especie de hermanamiento en esos retuits. El recuerdo de repente revivido de esa experiencia tan íntima —la de haber sentido cositas que no se podían decir cuando ese personaje apareció en pantalla— toma otro cariz a la luz de una madurez donde la que más y la que menos ya ha abrazado lo marica como parte crucial de su existencia. Se minimiza el abismo (la vergüenza, la diferencia…) que pudo abrirse en su momento y resulta reconfortante verse acompañada en una experiencia tan tan tan concreta.

En una búsqueda rápida he encontrado tuits de este estilo con fotos de la Antorcha Humana de Los 4 Fantásticos, Viktor Krum en Harry Potter y el cáliz de fuego o el novio de Sophie en Mamma Mia!. Para gays&girls de mi generación estos serán ejemplos fáciles. Pero mis casos favoritos son aquellos tuits que no van acompañados de fotos de hombres sin camiseta, sino de mujeres. ¡Cómo es que muchas mariquitas encuentren el origen de su autoconciencia en Jessica Rabbit, Cruella de Vil o el Hada Madrina de Shrek!

Otra prueba más de que el término gay es un cajón de sastre y que sería un error poner el deseo sexual en el centro de su definición para referirnos a según qué cosas. Prefiero, entonces, hablar de lo mariquita. Se me antoja un término más preciso que, al mismo tiempo, extrañamente, parece abarcar mucho más. Abarca, por ejemplo, obsesiones misteriosas pero a menudo comunes, aunque me resisto a ponerme esencialista. Entreveo algo muy mariquita en esta fijación como de urraca por cuerpos que pendulean, tintinean, se arrastran, caen, tienen vuelo y movimiento. Estoy pensando en las lecciones de moda que me dabas mientras veíamos desfiles en la tele del salón.

El otro día volví por enésima vez a la Semana Santa de Manuel Gutiérrez Aragón y Juan Lebrón. De pequeño, tenía en casa el VHS de la película quemado y a mis padres fritos. De hecho, primeras imágenes que recuerdo de la Semana Santa no las encontré en la calle, sino en esta cinta. Años más tarde, descubrí que la fotografía es de José Luis Alcaine y el montaje de José Salcedo, dos asiduos de Almodóvar, que, a su vez, fue otra gran obsesión durante la adolescencia.

Pues bien, creo que mi momento I realised I was mariquita when… se lo debo a esta película. Concretamente, a la secuencia en la que se capta la salida de la Virgen de la Encarnación de San Benito. The London Philharmonic interpreta Pasan los campanilleros mientras el paso se vuelca esforzadamente hacia una calle abarrotada. La bambalina delantera se tambalea hasta lo imposible, las flores rizadas parecen estar vivas. Luego, un plano corto: los varales mecen de un lado a otro toda una estructura que, por momentos, quisiera desbaratarse (pero se mantiene firme); al fondo, los flecos de las bambalinas tiemblan cargados de nervio; y, en medio, la Virgen de la Encarnación, con los ojos casi cerrados, impávida en mitad del casi estallido.