Opinión | Correspondencias

Los años (Carta IV), por Jesús Pascual

Hermandad de la Amaruga el Domingo de Ramos.

Hermandad de la Amaruga el Domingo de Ramos. / Javier Díaz

Mi amor:

No voy a mandarte esta carta nunca, aunque espero que llegues a leerla algún día. Dice mi amiga Miranda que los diarios se escriben para que alguien los lea. Y mis cartas, todas las que te escribo, quieren ser un diario. Intentan que no se me olvide nada. Mentira. Intentan ordenar los hechos de la forma más conveniente, para que yo pueda olvidarlos y proclamar mi ordenación como el relato. Proclamármela a mí mismo sobre todo. ¿Me entiendes? Estoy seguro de que sí. ¡Qué ganas de que me leas!

En un par de días empieza la primavera en Sevilla.

Tú y yo nos conocimos en primavera, sí. Salía la Amargura casi rozando el dintel con los varales y yo me esforzaba por que no se me notara que, en realidad, estaba más pendiente de ti, radiante entre la bulla. Tú también me mirabas, te pillé un par de veces. El sol nos quemaba la cara, sudábamos, tratábamos de abrir más y más los ojos. Y luego, ¿te acuerdas del sabor del vino dulce, tan frío y veloz por tu garganta? Veo ahora tu cuello, apretado contra la camisa, contrayéndose con cada trago. Y el dolor en la planta de los pies, los adoquines sellando a la piel los zapatos nuevos; nos quejábamos felices, celebrábamos las ampollas que nos habíamos hecho dando tumbos juntos. Fingíamos que corríamos porque queríamos llegar a tiempo para ver esta o tal otra en ese o aquel rincón. Los rincones, eso buscábamos. Qué descarados, qué nos importaba nada. Nos sabíamos todos los atajos. La brisa mecía el orín y los azahares y nos mecía a nosotros y nuestro atrevimiento. Buscar un roce secreto en el momento prohibido. Se hacía de noche, los cristos sangraban y las vírgenes lloraban rodeadas de flores. Tú y yo olvidados, estallando por nuestros rincones. ¿Volveremos a tener quince años esta primavera?

Se hacía de noche, los cristos sangraban y las vírgenes lloraban rodeadas de flores. Tú y yo olvidados, estallando por nuestros rincones

Cuando otros lean esta carta y me pregunten a quién le escribo, me haré el interesante y contestaré que a nadie, que así es la escritura, que hay mucho sosiego en recurrir por entero a la ficción, y me mantendré firme aunque sospechen y se pongan pesados. Tú sabrás que esta carta es para ti. Lo sabrás porque, en realidad, no nos conocimos en primavera. Nunca coincidimos los tres: la primavera, tú y yo. Solo en el deseo y en las promesas y en los diarios de lo que nunca ha pasado. ¿Te gusta el vino dulce? ¿Te duelen mucho los pies? Nuestros rincones no han sido descubiertos. Los cristos seguirán sangrando y las vírgenes seguirán llorando rodeadas de flores. Podemos siempre tener quince años esta primavera.