Opinión | Mollete de calamares
El mapa de la indiferencia
Hace ya más de medio año que los destripan, los sepultan y los mutilan. Están bañados en sangre, les falta un brazo o una pierna. La mitad de ellos son niños. Ahora también se les pueden ver los huesos a través del pellejo que los recubre. Porque ahora, además, los están matando de hambre. Pero yo he elegido la opción cómoda. He elegido no verlos. No sufrir más de la cuenta porque Gaza me pilla lejos. Coger el mando y poner los deportes. Pasar de Twitter a TikTok para ver recetas fit y así sentirme menos culpable.
Esta semana se habla de República Dominicana. Allí viajó Ábalos con Koldo y allí, con su malajosa guasa de Chamberí, ha recomendado Díaz Ayuso a Sánchez que viaje para relajarse. Es un destino turístico de primer orden y por algo más de 1000 euritos te plantas en Punta Cana una semana con todo incluido. Una vez allí, entre mojito y mojito, no caes en la cuenta de lo cerca que está el horror. Que a solo un ratito de coche de tu hotel de lujo, en esa misma isla paradisíaca, está Haiti. Un trozo del infierno en el Caribe. Allí estos días también los destripan, los sepultan y los mutilan. Pero no quiero amargarte el ron. Un bañito en la piscina. No estamos aquí para pasarlo mal.
Hubo un tiempo -no duró demasiado- en el que nos llegamos a aprender el mapa de Ucrania. No decíamos Kiev, sino Kyiv, por respeto al pueblo invadido. Las teles conectábamos en directo con madres angustiadas que esperaban escondidas para no ser localizadas por los soldados rusos. Leíamos sobre masacres y las imágenes de las fosas comunes nos estremecían. Hasta que empezamos a pasarlo mal. Porque también los destripaban, los sepultaban y los mutilaban. Y eran demasiados días. Entonces también decidimos olvidarnos un ratito de lo malo que era Putin y volvimos a nuestras cosas. Ahora, hemos vuelto a llamarlo Kiev.
Es humano protegerse ante el terror. No está en nuestra mano cambiar un mundo que cada vez dispara más rápido y cada vez se hace menos preguntas. Bastante tenemos con llevar el pan a casa, cuidar a los nuestros y pagar nuestras facturas. Como para atormentarnos también con la desgracia ajena. Porque piensas que es pasarlo mal para no arreglar nada. Sufres la impotencia y la culpabilidad, así que mejor no ahondar más en ello.
Y si esa tragedia se acerca a nuestro pequeño y acomodado trozo del mapa la llamamos invasión silenciosa. Aunque huyan de la miseria y del horror
Vivimos anestesiados ante el sufrimiento ajeno. Preferimos no hacernos demasiadas preguntas y refugiarnos en nuestro bienestar. Situamos la tragedia humana en geografías lejanas del planeta. Y si esa tragedia se acerca a nuestro pequeño y acomodado trozo del mapa la llamamos invasión silenciosa. Aunque huyan de la miseria y del horror. La indiferencia ante la desgracia humana nos retrata, nos anula el pensamiento crítico y la capacidad de reconocernos en el lado privilegiado del mundo. Pero algo está cambiando. Los privilegios no son eternos. Los mapas cambian desde que existe el ser humano. Ojalá también cambiemos pronto el mapa de la indiferencia.
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