Opinión | Día Internacional de los Monumentos y Sitios

Raíces y alas del Patrimonio Cultural

 “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen” (Juan Ramón Jiménez. Diario de un poeta recién casado, 1917)

Interior de la Capilla Real, una de la más singulares de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Interior de la Capilla Real, una de la más singulares de la Mezquita-Catedral de Córdoba. / Salas / EFE

Cuando siendo niña descubrí la poesía, el entusiasmo me llevó a recoger aquéllas que resonaban dentro de mí en un cuaderno, que algún día aparecerá por casa de mis padres. Ya no necesito poner los versos en papel porque la vida los ha ido trayendo a mi memoria y me ha enseñado otros nuevos en el momento en que los necesitaba. He crecido buscando mis raíces y alas, entre la tierra y el cielo, queriendo conocer mis cualidades para encontrar mi sitio en el mundo, ser más yo sin miedo a los cambios, aprender para innovar, hacer mía una causa por la que mereciera la pena arriesgar; y es así que he enfocado mi vocación hacia los demás en el patrimonio cultural.

Solemos pensar en el patrimonio como raíces vinculadas al pasado y objetos heredados de otras generaciones. Evidentemente éste es el punto de partida pero, si sólo nos quedamos en eso, corremos el riesgo de banalizar nuestro patrimonio distanciándolo de la comunidad para la que tiene sentido; ya sea tomándolo por un mero escenario que adorna y aporta prestigio a lo que en él acontezca o, por el contrario, presentándolo como una carga para el desarrollo. En el Día Internacional de los Monumentos y Sitios me gustaría evidenciar que no siempre reparamos en el patrimonio como las alas que nos permiten comprender mejor el presente ni como las personas que los crearon, nos los desvelaron y los siguen conservando. Los bienes pueden ser los mismos pero sin ese proceso de valorización no los podremos reconocer como tales de una manera más plena. Los dólmenes de Antequera son para mí el ejemplo más cercano de que su declaración como Patrimonio Mundial no fue debida en exclusiva al mérito de sus comunidades constructoras en la prehistoria; sino también a quienes han documentado, protegido, conservado, investigado y difundido su singularidad desde el siglo XVI hasta el presente.

En este momento de mi vida, comienzo a entender el significado de la segunda parte, alas que arraiguen y raíces que vuelen.

Las alas elevaron el vuelo cuando, de atender al elemento aislado, comprendieron el contexto urbano y el paisaje. Las alas son también esas disciplinas y especialidades que han comenzado a mirar de otra manera y nos han abierto los ojos a nuevos patrimonios como el etnológico, industrial, musical o subacuático. Las alas arraigarán cuando sintamos la responsabilidad de impulsar la creación cultural del presente para que nuestra época deje memoria a través del patrimonio contemporáneo. No se trata simplemente de convivir con la producción artística actual sino de valorar su función mediadora en aquellos proyectos que dialogan con las preexistencias, como la rehabilitación del conjunto monumental de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla o la muralla nazarí en Granada. De otro modo ¿qué habría sido de la mezquita omeya de Córdoba sin sus sucesivas ampliaciones o de la Giralda sin el remate renacentista de Hernán Ruiz II? El desconocimiento, el vértigo o la desafección no pueden ser la coartada para no implicarse en este debate pendiente.

Las raíces se hicieron más profundas con el cambio de paradigma del monumento histórico al bien cultural al considerar además de su valor histórico-artístico, el científico, simbólico y social; las raíces se desplegaron al querer conservar no sólo la materialidad de los bienes sino sus valores inmateriales; y se hicieron más fuertes al integrar las diversas acciones de tutela en las instituciones museísticas. Las raíces volarán cuando vivamos el patrimonio cultural como un elemento de transformación social; cuando nos creamos de verdad que la cultura es un bien esencial que nos sostiene en momentos de crisis; cuando hagamos efectivo el derecho de acceso a la cultura; cuando nos traten como ciudadanos que contribuyen con sus impuestos al sostenimiento del patrimonio en vez de considerarnos como turistas, clientes, consumidores, usuarios o espectadores; cuando visitar un museo no sea un hecho excepcional sino algo cotidiano; cuando tengamos capacidad crítica ante un proyecto sin distraernos con falsas polémicas; cuando la participación sea un enriquecimiento en vez de una pose; cuando hayamos interiorizado una educación patrimonial que nos comprometa con nuestro tiempo.

“Porque en un Estado democrático estos bienes deben estar adecuadamente puestos al servicio de la colectividad en el convencimiento de que con su disfrute se facilita el acceso a la cultura y que ésta, en definitiva, es camino seguro hacia la libertad de los pueblos” (Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, preámbulo).