Opinión
Gabriel Ramírez
Cobalto, coltán... Las baterías asesinas
Supongo que está usted leyendo esta columna, mientras toma un café, sentado cómodamente; con su teléfono móvil, de última generación en la mano; o frente a su ordenador portátil. Es posible que viaje en el metro, un tren que le lleva a kilómetros de distancia, sin esfuerzo mientras puede leer tranquilamente en su dispositivo móvil. Tal vez esté utilizando su tablet mientras bebe una cerveza en su velador favorito. Al sol de primavera. Y, lo que es seguro, sin pensar en que un porcentaje altísimo de las cosas que hacemos a diario tienen que ver con el cobalto o el coltán, dos minerales que se extraen en países pobres, por personas pobres, que son los que menos beneficios obtienen de un producto que cuesta la vida a cientos de personas cada semana. Por ejemplo, usar su teléfono móvil o el mío.
En Occidente, hemos perdido el norte y buena parte de nuestra humanidad. Si mueren niños en minas artesanales (seguramente ilegales, puesto que de otro modo, resulta imposible entender lo arcaico y chapucero del asunto; civilizaciones antiguas lo hacían mejor que lo hacen por ejemplo, en el Congo), si mueren, niños, decía, nos da igual. Lo que queremos es un móvil de última generación o un ordenador portátil ligero y rápido; queremos que el producto interior bruto de nuestro país supere lo previsto... El resto del mundo nos trae fresco.
La escasez de algunos minerales provoca que la gente excave agujeros mortales en las laderas de sus montañas pero, también, que aparezcan las mafias que agravan la sobre explotación de seres humanos que ganan lo justo para vivir si es que viven al finalizar la jornada. La cadena de muerte es extensa y termina siempre en nuestras manos. No queremos asumir (ni siquiera queremos pensar sobre ello) que vivimos bien gracias a que muchos otros viven como buenamente pueden. Sobreviven, diría yo. No queremos asumir que para que usted lea esta columna y el que escribe la pueda editar ha sido necesario que alguien esté muerto y que el ecosistema de un país se encuentre patas arriba.Y esto nos llevará a un lugar que creemos que no existe y que, sin embargo, nos espera: al conflicto que llegará de África, en forma de enorme migración, de terrorismo, de desastre ambiental sin solución... Tal vez a la desaparición como especie, eso sí, dejando atrás millones de kilos de minerales extraídos para creer que somos capaces de llevar el mundo dentro de un móvil.
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