Opinión

José Luis Escañuela

El secuestro del vídeo de Alvise Pérez y Luis Rubiales

Luis Rubiales.

Luis Rubiales. / José Luis Escañuela

Hace unos días, una Jueza española de nombre Natalia Velilla, presentó un Libro, en el que reivindicaba el retorno de la “autoridad”.

Como ejemplo de su exposición, se refería al hecho de que, durante el COVID, se había relevado a los Abogados del uso de la toga en los juicios; y que, ello había producido “que se tutearan” y se “faltara el respeto al lugar”. (o sea, a ella).

Cualquier picapleitos sabe que, entre las mamparas y el plástico en el micrófono, no hay voz, ni alegato de defensa, que sea audible. El problema de este país es que confundimos autoridad con poder. Y nos espanta la libertad y la palabra. Miren si no el apaleamiento del propio sistema a sus creadores, Felipe González o Alfonso Guerra. Y este repudio, justifica la desobediencia civil de Thoureau, que voy a empezar a creer que, tras el solapamiento de la asignatura de filosofía, yace un plan de exterminio del ser humano pensante.

España es el país del miedo. Miedo a la mascarilla. Miedo al vecino que te vea sin ella. Miedo a la sacamuelas y el palo. Miedo al guardia y a la multa. Miedo al Enriquez Negreira de turno. Y ahora miedo a la denuncia falsa y el beso. No es extraño que seamos lideres en suicidios. Mejor un final terrible como la muerte, a un terror –real o imaginario- sin fin.

Aquí las libertades las conquistaron nuestros antepasados. Los que en el siglo XVIII, idearon un Código Penal que reprimía la muerte civil en beneficio de la reinserción.

Pero hemos hecho costumbre del pánico y del ansiolítico como consuelo. Nos solazamos con los corrillos que dan la espalda al disidente, mientras miramos para otro lado la larga cola del hambre junto a las Setas.

Esta semana se ha prohibido la difusión del video de la única entrevista que se ha podido realizar a Luis Rubiales. Su autor, Alvise Pérez, sufre una persecución ilícita. No existe el delito de revelación de secretos para el periodista, porque es fundamento de la libertad. Algo que no ha cambiado por más que Pedro Sánchez tampoco haya cumplido derogando la Ley Mordaza.

Aquí el castigo al insurrecto es la negación del verbo; que hasta la Biblia ha sepultado la resurrección de los muertos. Ya solo queda prohibir las máscaras y el Carnaval. Como en el franquismo. Al menos en éste, uno podía disimular entre las sombras cuando sonaba el cara al sol. Imposible proeza actual entre cámaras por doquier.

La condena no es la Sentencia. Es el paseíllo. El silencio impuesto mientras no cesa la masa enardecida. El derecho a la última palabra quimera. Y así será para Luis Rubiales, como antaño Assange o Snowden y ahora Alvise Pérez.

¿Más autoridad?

Por suerte, señoría, está destipificado el desacato.