Opinión

Isidro González

Quince escalones

Convocatoria de cultos a la Virgen de la Presentación.

Convocatoria de cultos a la Virgen de la Presentación. / Isidro González

Compiten las convocatorias de cultos pegadas en las puertas de las iglesias mediado noviembre. Pacífica batalla sobre los azulejos entre el intenso rojo y azul de Bonilla en la de Todos los Santos y el claro celeste de Juan Antonio Rodríguez en la del Amparo con la contenida elegancia azul de la Presentación, muestras del espléndido primor gráfico de las cofradías cuando anuncian con orgullo sus días grandes.

Dentro de la Magdalena, desafiando a la oscuridad que llega antes cada tarde y a los primeros fríos del otoño, la Señora de la Presentación recibe sobre su hermoso altar de cultos no solo el amor y la oración de su Hermandad que le dedica el solemne triduo, sino que, iluminada por la luz que le llega desde Oriente, al calor de los evangelios apócrifos y las leyendas bizantinas que sostienen esta fiesta, recuerda para sus adentros aquellos quince escalones que siendo una niña de apenas tres años -desasida de sus padres Joaquín y Ana que “no llevaban cordero ni paloma, pero iba a ofrecer a aquella que debía concebir al Cordero de Dios para la redención del mundo, la mística paloma de los jardines del cielo”-, subió con paso firme y seguro en el Templo de Jerusalén hasta llegar al Sumo Sacerdote.

Continúan narrando aquellas ingenuas tradiciones que María llevó luego una vida recogida y entregada al servicio de Dios y que gozaba del diálogo permanente con los ángeles, uno de los cuales la alimentaba con pan de ángel. Encantadora simbología de la entrega incondicional de la joven nazarena al Dios de Israel, y presentimiento de su papel y misión en la futura Iglesia que nacería con su Hijo, como lo describió el teólogo Henri de Lubac: “¡Qué encantador espectáculo ver en esta alma sola, desde sus comienzos, todo lo que el Espíritu de Dios derramará un día sobre toda la Iglesia! Cuando, siendo niña, María fue presentada en el Templo, al ofrecerse totalmente a su Dios ella ofrecía la Iglesia con ella.”

Fiesta de la Presentación de María, testigo hoy de la antigua cofradía de los Mulatos. Primavera contenida en el otoño y luz que parece la de un amanecer permanente. Culminan los cultos de la hermandad del Calvario en honor de su Virgen como un río secreto de belleza que discurre sin hacer ningún ruido bajo el alboroto y ajetreo diario de la vida de la ciudad. En la iglesia, los hermanos y devotos acuden con fidelidad ritual a la llamada de la Madre, al reencuentro anual con la liturgia bien cuidada, del reposo que ofrece al espíritu la música sagrada y la palabra de Dios sosegada, con el remanso de contemplarla llenando, aún en su modestia, el enorme presbiterio barroco. Muy hermosa sí, pero siempre discreta y callada, como la definió el mismo Lubac sin haber conocido esta imagen que atrapa: “Madre muda del Verbo silencioso -Verbi silentis muta mater-”. Vida oculta de las hermandades que no se nota demasiado, pero que riega y empapa la tierra de Sevilla de la gloria del cielo y de la esperanza de la tierra, enlazándolo todo en la efigie de esta Madre que se siente extraña lejos de la cruz. Y ahí es donde está y se encuentra la luz: “En el Calvario finalmente durante tres largas horas, ocupando al pie de la cruz el lugar de la Iglesia, ella recibía de su Hijo la enseñanza definitiva, esa enseñanza que ya no se da en palabras sino en acto, y por la que todas las palabras se iluminan”.

Besamanos de la Presentación de este próximo domingo en el coro bajo del viejo templo dominico. Delicia pura de las cofradías de Sevilla para una extensa minoría. Como un salón regio donde extasiarnos: bóvedas, pinturas, esculturas, cera, flores..., todo elegantemente medido. Un amplio espacio que la Virgen que baja al suelo vestida con sus mejores galas y a la vez con su inimitada modestia, colma con su figura delicada y la mirada siempre en busca de su Hijo muerto, que ve a lo lejos. En su memoria todo fluye a la vez, desde aquellos quince escalones que subió de pequeña hasta el mediodía del Viernes junto a la cruz, que es, según Lubac, “principio de toda inteligencia, viva y dolorosa síntesis, descuartizamiento que resuelve todas las contradicciones, concordia de las Escrituras, frontera y confluencia a la vez de uno y otro Testamento”; añadiendo que “mientras que al mismo tiempo se cumplía en ella la profecía de Simeón, asociada a todo el misterio que se consumaba por la muerte de Jesús, ella inauguraba esta perpetua compasión de la Iglesia, que vivirá traspasada por la espada hasta el fin del mundo”.

Y al besar la mano a la Señora rasga e hiere el alma más que suena la preciosa “Plegaria” que le compusieran Castillo y Henares –otro de los muchos tesoros de esta hermandad- como ofrenda de vida y corazón, porque no de otra forma se puede seguir a esta Virgen, bien bajo el rocío de la alborada del Viernes Santo o en el frío de las noches de la Magdalena: “¡Oh Madre dolorosa! Por ti la gracia y la vida. / ¡Oh Virgen gloriosa! Por ti la gloria divina. / Porque es la luz de tus ojos mi guía. / Porque es tu dolor divino mi calma. / ¡Presenta, Señora, mi alma / en el Calvario mortal de mis días!”.

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