Opinión

Isidro González

Todo en su sitio

Patrocinio

Patrocinio / Isidro González

La procesión del pasado domingo de la Virgen del Patrocinio por Triana sirvió para poner muchas cosas del actual universo cofrade en su sitio. La belleza del paso de palio cumplía cien años, al tiempo que la imagen de la Dolorosa que lo preside cincuenta, renacida de las manos de Ávarez Duarte tras el desgraciado incendio de 1973. Hasta la tarde novembrina recordaba al Viernes Santo con sus momentos de nublados y brisa. Hay que destacar, en tiempos de peligro de extinción en procesiones extraordinarias, el nutrido y bien compuesto cortejo de hermanos que acompañó a su Virgen las ocho horas que estuvo en la calle, con sus cirios, varas e insignias: cruz de guía, sinelabe, mediatriz y estandarte que se cuentan entre las mejores de su clase en nuestra ciudad. Todo parecía natural y sencillo, sin rigidez ni excesos, virtudes que a veces se cotizan caras en este mundo nuestro cofrade.

El paso de la Virgen, cuya originalidad y calidad absoluta de sus bordados y orfebrería –Ferrer, Armenta, Álvarez Udell, Olmo...- se pudo admirar de cerca en la exposición de Cajasol, lució espléndido con rosas blancas colocadas en adecuada proporción con la plata. Y la imagen estrenaba la recreación de la saya blanca desaparecida en el fuego que hacía juego con el resto de bordados. Enorme trabajo de Sánchez de los Reyes y Francisco Carrera para revivir esta pieza, toda delicada y sutil elegancia, alejada del recargamiento sin sentido de muchas obras actuales. El conjunto de las andas era el prodigio que no por conocido es menos prodigioso de mesura y equilibrio hecho cera y flor, luz y bordados, que elevaba todas las miradas hacia el dulce rostro de la Señora del Patrocinio, impecablemente vestida y dispuesta, reviviendo la edad de oro de priostes y vestidores que quedó atrapada en las fotografías en blanco y negro. La belleza era arrebatadora, y la belleza -la Via Pulchritudinis- es uno de los caminos hacia Dios.

Belleza que fue bien sustentada sobre Farfán y Gámez Laserna, con aportaciones de Font de Anta, Cebrián, Pantión, Morales y notas contemporáneas de Marvizón, Gándara y Hurtado. ¿En qué momento el universo de Gámez -“Saeta Sevillana”, “Saeta Cordobesa”, “Virgen del Patrocinio”, “Sevilla Cofradiera”, “Virgen del Subterráneo”, “Pasa la Macarena”, para qué seguir...-, se alejó de la Semana Santa generalista, del paquete básico que se ofrece cada año en las calles? El repertorio musical completo, de la tarde a la noche, fue exquisito. La elección de marchas en momentos señalados del recorrido ante hermandades del barrio y en la parroquia de Santa Ana magistral, porque enseña, crea magisterio a quien, con sensibilidad, quiera recogerlo. La música no fue un complemento más para el buen andar costalero -siempre de frente, sobre los pies, llevando a la Señora con dulzura-. Fue un capítulo esencial de la procesión no solo por la calidad de las interpretaciones de la banda de la Oliva de Salteras, sino por la selección antológica de las obras que se tocaron tras el paso, que vino a romper la deriva camino de lo insustancial y muchas veces inadecuado a lo que procesiona sobre las andas que se escucha en demasiadas ocasiones.

La tarde multitudinaria de gentío por el corazón del barrio dio paso a la fresca noche de regreso por Alfarería, arteria oculta que lleva la sangre del Zurraque hasta el confín de Triana. Estrecha calle antaño de casas de vecinos, corrales y talleres que revivió de la memoria con mantones de manila y colgaduras en los balcones. Recorrido triunfal y gozoso, sin tiempo, desde la entrada por San Jacinto con “Esperanza Macarena” hasta la salida cerca de la Ronda con “Campanilleros”, entre fotografías y carteles en las casas de Patrocinio, antigua o nueva qué más da, rescoldo renacido que era llama viva que vibraba en la oscuridad consumada en su preciosa corona de oro. Las últimas horas de la procesión fueron un resumen del bien hacer y del buen gusto de la hermandad a la hora de preparar esta celebración extraordinaria, que ha dejado huella. La acertada crónica de Juanma Labrador en esta Recogía, “No pudieron las llamas destruirte, Patrocinio”, da buena cuenta de ello. Lo que había nacido en la vieja ermita del Patrocinio al final del arrabal entre huertas, hornos y tejares se recogió -andando, siempre andando de frente- en la basílica del Cristo de la Expiración pasada la medianoche. En el recuerdo, aquella otra procesión memorable con el Cachorro desde la Catedral también en noviembre, aunque en 1982. Todo fue un compendio de devoción y amor a la Virgen por medio de la belleza y la emoción de las cofradías a cada trecho, a cada chicotá, al que ni la luna llena quiso faltar y que nos reencontró con lo mejor de Sevilla y de Triana, poniendo las cosas de Dios, la Virgen, las hermandades y las procesiones en su sitio.