«Bailo, Bailo»: El musical sobre Raffaella Carrá aterriza en el escenario sin Raffaella Carrá

Espectáculo descafeinado, falto de gracia y de sentido, un homenaje sin que se tenga en cuenta a la homenajeada. Un pequeño fiasco

«Bailo, Bailo»: El musical sobre Raffaella Carrá aterriza en el escenario sin Raffaella Carrá

«Bailo, Bailo»: El musical sobre Raffaella Carrá aterriza en el escenario sin Raffaella Carrá / María Sanz

María Sanz

En la noche del 28 de noviembre, la Gran Vía (y todo Madrid en general) ya viste luces de Navidad que tiñen la ciudad de un espectáculo tintineante y entrañable.

Cuando uno llega al Teatro Capitol, con esas enormes pantallas luminosas y una figura revestida de dorado con la silueta de Raffaella Carrá de bienvenida, espera, al menos, encontrar un atisbo de la misma dentro del teatro. Pero lo cierto es, que entras a ver este musical de Raffaella Carrá, y sales de él sin haberla visto por ninguna parte, más que en el telón del escenario al inicio, donde unas luces dibujan su rostro.

Raffaella Carrá era una de las italianas más queridas en España desde la década de los 70. Igual que hoy se podría decir de Laura Pausini; son italianas de nacimiento que han encontrado en nuestro país su segunda patria de corazón. Y si bien Raffaella era un torbellino, era pura electricidad (y por ello es difícil de imitar), en este musical no han intentado invocarla.

“Bailo Bailo” es, tal como se indica en el programa online, “una adaptación librede Federico Bellone a partir de una película de 2020. Por tanto, quien no sepa esto de antemano y espere aterrizar en la Gran Vía para ver algo que se acerque mínimamente al icono italiano, se va a llevar un chasco. Si tiene pensado ir desde Sevilla, mejor piense antes de hacer nada.

La trama del musical, que, de nuevo, nada tiene que ver con la vida de la cantante y actriz, gira entorno a seis personajes que se enamoran y se desenamoran, con ligeras pinceladas de drama y comedia. Por supuesto, entre medias suenan y van interpretando algunos de los éxitos de la Carrá, como “Hay que venir al sur”, “Rumores” o “Adiós amigo” para despedir la obra.

Los bailarines estuvieron soberbios. Se pueden apreciar las horas de ensayo que hay detrás, los cuerpos y movimientos tan trabajados de todo el elenco y las coreografías tan bien llevadas a cabo. Más de un porté bien ejecutado, mucho spagat en el aire, tijeras y zancadas para meterle fuerza a algunas canciones.

Otras, sin embargo, dejaron mucho que desear, como el “Tuca Tuca”, donde en lugar de aparecer una sensual Raffaella embutida en un mono rojo entonando una canción con ritmo y gracia, se escenifica en el personaje de un mánager baboso que da dentera. El papel está muy bien interpretado por el actor, pero una vez más, en este tipo de producción, no se capta la esencia de la Carrá.

Además, la trama del musical parece estar obsesionada con “la censura”. Si bien es una realidad como un templo la censura que tenía lugar en el mundo del espectáculo en aquellos años, resulta innecesario basar un espectáculo en un tema así de controvertido si lo que realmente quieres hacer es un tributo al icono italiano.

Las puestas en escena estaban a la altura, el elenco a nivel vocal también. Las actrices desempeñaron sus papeles con mucha personalidad. Y el vestuario sí representaba (en su mayoría) la esencia del armario de Raffaella. Muchos de los atuendos, fabricados en los talleres de la mítica tienda madrileña “Maty”, aportaron un brillo increíble al musical. Prendas bien confeccionadas, monos bien adaptados a los cuerpos de los bailarines, lentejuelas rojas, doradas y multicolores, mangas abullonadas, estampados ochenteros, etc.

En cuanto a lo que se experimenta como espectador, se podría resumir en “no te arrancas a cantar ni te levantas a bailar hasta que te vas”. Porque, si bien es cierto que con las canciones de la Carrá sonando de fondo siempre sientes una pequeña necesidad de mover el cuerpo, este musical no está hecho para eso.

La despedida con la actriz protagonista cantando en el aire, los confetis dorados volando por todo el teatro y el cuerpo de baile metido en el patio de butacas animando al público, hacen que te vayas con buen sabor de boca -pero extrañando no haber visto a nuestra Raffaella Carrá-.