Mollete de calamares

Dila que el problema es suyo

Golpes de pecho en redes esta semana en defensa de un profesor de La Línea y de una madre sevillana reprendidos por su acento pero nos indignamos más bajito porque 22 de los 30 municipios más pobres de España estén en Andalucía

José Yélamo

José Yélamo

La dije a mi mujer que hay que ver lo malamente que suena el laísmo. Ella, que al ser gallega la pasa como a los andaluces y también habla mal, me dijo que no fuera cruel, que de todo ha de haber en la viña del señor hablador. Hasta hablantes madrileños. Pero la realidad es que tan mal suena el laísmo que alguno debería ir al doztor logopeda por que ejque en Madrid, a veces se hace difícil entender a los de aquí.

Aunque quizás el problema de no entender el habla madrileña o cualquier forma de hablar no está en el hablante sino en el que no oye. Hay tapones auditivos peores que los de cera. No los genera la falta de higiene sino la pobreza intelectual. Vamos, que no se arregla lavándose sino que alguno es tonto pa to la vida. Lo bueno es que compruebo desde hace tiempo que hay más oídos limpios que cerebros pobres.

Golpes de pecho en redes esta semana en defensa de un profesor de La Línea y de una madre sevillana que tuvieron la mala suerte de encontrarse con un par de esos oyentes que no oyen. Los señalaron con clase, con serenidad y sobre todo con gran repercusión. Porque siempre estamos dispuestos a resucitar el victimismo del pueblo apaleado y despreciado por hablar como hablamos. Nos pone.

Sin embargo, nos indignamos más bajito porque 22 de los 30 municipios más pobres de España estén en Andalucía y poquito ruido en redes también cuando leemos que el 40% de los andaluces menores de 25 años estén en el paro. Disparamos victimismo para las cosas del hablar y lo escondemos para las cosas del comer.

Siento que ya son pocos y que además se esconden los que nos señalan por el acento. Que son más a los que seducimos y atraemos por cómo hablamos. Siento que soy inmune al disparo del que se siente mejor que yo porque habla castellano y no andaluz. Un ataque torpe que solo hiere si te dejas herir. La ironía de esa madre sevillana o el aplomo del profesor de La Línea son ejemplo de que más que agitar la bandera indignada hay que hacer ondear nuestro talento. Guardar el victimismo. Mostrar el empuje de la ‘generación del mollete’.

Tomo prestado el concepto que acuñó Jesús Jurado para definir a aquellos andaluces que nacimos ya en la autonomía andaluza, maltratando el himno con la flauta cada 28F en el colegio. Una generación a la que yo añado la obligación de caminar por el mundo sin complejos, sin el peso del agravio perpetuo. Con la humildad de no ser más que nadie, por mucha suerte que tengamos de nacer donde hemos nacido. Con la certeza de no ser menos que nadie, por muy adverso que sea a veces nacer donde hemos nacido. Y con el dolor, para los que vivimos en Madrid, de añorar al padre de esa generación de andaluces. De añorar un buen mollete. Aunque sea de calamares.