Opinión | Mollete de calamares

La libertad de no estar tieso

Turistas en un velador del centro de Sevilla

Turistas en un velador del centro de Sevilla / EP

En mitad de algunas terrazas hay calles que molestan. Hay plazas que estorban a los veladores. Incluso algún columpio o malvado tobogán que, ¡oh, no!, puede usarse gratis y que hace menos rentable el espacio ¿público? Cuentan que aún queda algún niño anticuado que se atreve a jugar al balón en plena calle, molestando a los vecinos y los negocios como se hacía antes. Leyendas urbanas. Literalmente.

¡Nos fríen a impuestos! ¡La tasa turística sería el fin del turismo! Y caminar por la calle sin rumbo es de pobres. ¿Un banco en una plaza pública? No. Mejor una buena terraza. Que uno pueda tomarse una caña y brindar por la libertad de no estar tieso. Pegarse el gusto de pagar con el iPhone por ocupar un ratito la vía pública que explota algún empresario. 

Si la Plaza de España está sucia, no refuercen la empresa pública de limpieza, mejor que paguen los guiris. Aunque los guiris sean de Huelva. Porque si son de la provincia de Sevilla, no son guiris. Si hay que echar a los manteros, no manden a la Policía Local: que paguen los guiris. Aunque los guiris sean de Trebujena. Porque la libertad está reñida con lo público, con pagar impuestos. 

El alcalde de Sevilla no ha inventado nada. Lo de privatizar los espacios públicos nos suena bastante a los que vivimos en la tierra de libertad, libre de comunismo y escasa de bancos donde sentarse sin pagar. Donde se talan los árboles para que no te dé por darte una vueltecita a la sombra sin consumir nada. Eso sí, aquí en Madrid esa política es refrendada por las urnas una y otra vez, mientras que en Sevilla parece haber abierto un debate profundo en la ciudad.

Imagínate en bañador, con tu toalla al hombro y dispuesto a leerte El Correo de Andalucía en tu móvil. Estas a punto de pisar la arena de Matalascañas o de La Barrosa, pero antes de tirarte a la bartola hay que pagar. Pues eso pasa, tal cual, en los arenales de Francia o Italia, donde la mitad de sus playas son privadas. De pago. Y si has tenido la oportunidad de viajar allí y vivirlo en tus propias chanclas, que te cobren por ir a la playa sienta como una espalda achicharrada. Igual de mosqueante que si te cobran por pasear por una plaza.

Aseguran que en la capital del reino hay quien consiguió meter a su hijo en una guardería pública. Retumban los ecos de la vieja leyenda de aquel al que le dieron cita en el médico de un día para otro. Y qué lejos quedan los tiempos en los que en Madrid recogían la basura también los domingos. Porque sí, quizás no lo sepan, pero la ciudad de la libertad ya no recoge la basura no orgánica los domingos. Guardadita en casa hasta el lunes. Molestando. Como lo público. Todo sea por la libertad de los que no están tiesos.