Opinión | Semana Santa

¡Diviérteme, cofrade!

Lo cofrade ha ido asentándose como un elemento identitario andaluz pero, a la vez, se ha ido mercantilizando a marchas forzadas

Imagen de este pasado Viernes Santo en la hermandad de Nuestra Señora de la Piedad

Imagen de este pasado Viernes Santo en la hermandad de Nuestra Señora de la Piedad / GREGORIO MARRERO

El fenómeno cofrade ha crecido hasta unos términos impensables. Hace dos décadas la globalización cofradiera se reflejaba en aquellas ediciones de Munarco en FIBES. El punto de encuentro de una industria en pleno crecimiento. Una industria del espectáculo. Lo cofrade ha ido asentándose como un elemento identitario andaluz pero, a la vez, se ha ido mercantilizando a marchas forzadas. Los cofrades en Andalucía estamos obligados a divertir al público; estamos obligados a hacer que pasen cosas.

El extremo -hasta el momento- lo hemos vivido en esta última temporada (ya no podemos hablar de Cuaresma, sino de temporada, al estilo futbolero). La irrupción de influencers cofrades, a modo de prescriptores incluso de bienes de consumo y gastronomía, se ha asentado y ha creado un mercado mainstream en torno a nuestra Semana Santa. Una Semana Santa que, tras la pandemia, ha decidido perder cualquier complejo y seguir las máximas del turismo de masas y desestacionalizar la oferta. No faltan magnas y extraordinarias en ninguna provincia.

Lo cofrade se ha disneyficado. El investigador social Alan Byrman publicó ‘La disneyficación de la sociedad’, un ensayo en el que hablaba sobre cómo hemos tendido a idealizar la sociedad, un paso más sobre el postmodernismo de Baudrillard. Las cofradías se han convertido en entes de entretenimiento para las masas. Sólo hay que ver las audiencias de los programas especializados semana tras semana. ¿Nos hemos convertido los cofrades en los bufones de la corte?

La Semana Santa ha añadido más atracciones al parque temático que ya son nuestras ciudades. Le damos el toque folk que necesitan para evitar ser elementos absolutamente gentrificados. Pero, ahondando en la cuestión, nos encontramos con que somos los propios nativos los que exigimos espectáculo para solaz de la masa. ¡Que pasen cosas! Que haya música, izquierdos, petaladas, estrecheces, cuestas… No entendemos eso de ver cofradías sin más. Tenemos que recibir impactos.

Sabiendo que ésta es una fiesta de origen religioso, se ha reconvertido en un elemento principalmente sociológico. Sin embargo, una observación básica nos lleva a reconocer entre algunas generaciones -no sólo las más jóvenes- auténticos forofos. La afición sin devoción. Ser de una hermandad, o peor aún, del titular de una hermandad, como el que es de un equipo de fútbol. Sin más.

¿De qué nos sirve ganar el mundo si perdemos nuestra alma? A medida que avanzamos, debemos recordar que lo importante no es solo que «pasen cosas», sino que estas cosas tengan un sentido, una resonancia que trascienda lo inmediato y nos conecte de nuevo con las raíces profundas de nuestra identidad. Porque Andalucía nunca ha sido un lugar en el que las cosas pasen porque se hayan programado. Las cosas aquí pasan cuando tienen que pasar…