Domingo de Ramos

Domingo de barro y agua

Crónica de un Domingo de Ramos en el que solo pudo completar su estación de penitencia el cortejo de la Borriquita

Domingo de Ramos en Sevilla

Domingo de Ramos en Sevilla / Daniel Valencia

Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

De barro, como el mencionado en la epístola de San Pablo a los Corintios; de agua, como la dirigida a los Efesios. Así fue el día más esperado por los sevillanos. Un Domingo de Ramos que costará olvidar (si es que logramos olvidarlo) y que confirmó la vulnerabilidad de nuestra Semana Santa.

Todo comenzó a las doce de la mañana, cuando el profesor Miñarro explicaba en los micrófonos de Canal Sur el problema que suponía para el patrimonio la lluvia de barro prevista por los meteorólogos. Su recomendación era tajante: «Las cofradías no deben arriesgar». Una postura apoyada por Francisco Carrera Iglesias ‘Paquili’ que, sin ninguna duda, debieron escuchar muchos de los apostados a las puertas de la parroquia de San Sebastián. Horas antes, el Ayuntamiento había informado de que cerraría los parques a las tres de la tarde, de ahí que, en caso de salir, la Paz debería transitar por la Avenida de Portugal en lugar de hacerlo por el Parque de María Luisa. Y este fue el rumbo tomado por su cruz de guía tras el anuncio del Hermano Mayor de que la cofradía saldría a la calle pasada la una del mediodía. A esas horas no se repartían cirios en San Julián, y el Amor informaba de una reunión en la que decidirían qué pasaba con la Borriquita. Minutos después, y con el alcalde de Sevilla en el interior del templo, la Hiniesta comunicaba la suspensión de su salida. Lágrimas, resignación y un Hermano Mayor que, en palabras de Mario Daza, «tenía el rostro descompuesto». Pese a todo, la Sagrada Entrada comenzó a bajar su rampla a las dos y media, y tras la saeta de Álex Ortiz a la Virgen de la Paz, Jesús Despojado comunicaba que también procesionaría.

Sorpresa en los Terceros

A las 15:21, el presidente del Consejo reconocía en la COPE la dificultad de tomar una decisión debido a los partes que manejaban, mientras en la Avenida de la Borbolla la Paz recibía el primer chaparrón de la tarde. Todo hacía presagiar que el Domingo de Ramos comenzaba a romperse, máxime cuando el Señor de la Victoria se refugiaba en la catedral y la Reina del Porvenir ponía rumbo a su templo —qué triste es ver a una cofradía partida en dos—. Sin embargo, la sorpresa surgió en los Terceros cuando los hermanos de la Cena se echaron a la calle y volvieron a reescribir el guion de la jornada. Con el arzobispo atendiendo a la prensa en el palquillo y el pregonero lamentando la suspensión de la salida de San Roque, al filo de las cinco y cuarto, la Borriquita cruzaba la Puerta de Palos y Jesús Despojado se detenía ante la Capilla Real con el cortejo de a tres. Por su parte, el Señor de la Victoria aguardaba en la seo el momento de regresar a casa, y en la Estrella se hablaba de pedir una prórroga —a esas alturas, en el Puente de Triana no cabía un alfiler—.

Media hora después, la Campana volvía a cubrirse de paraguas, San Roque anunciaba que permitiría visitar sus pasos tras finalizar el Vía Crucis interno, y los hermanos de Molviedro regresaban a la catedral para refugiarse de la lluvia. Confirmada la prórroga de media hora en San Jacinto, la Marcha Real cerraba la procesión de los niños en el Salvador, y el misterio del Despojado se colocaba, pasó atrás, delante del Monumento Eucarístico. Treinta minutos de locos que culminaron con el ingreso acelerado del palio de Mayor Dolor y Misericordia por la Puerta de San Miguel seguido de la cruz de guía de la Cena.

Calle San Jacinto con paraguas en el Domingo de Ramos 2024

Calle San Jacinto con paraguas en el Domingo de Ramos 2024 / Carlos Doncel

«Somos la Valiente pero no la inconsciente»

Pero lo peor aún estaba por llegar. Pasadas las seis de la tarde, la corporación de los Terceros salía a una lluviosa plaza Virgen de los Reyes ante la atónita mirada de los presentes, Rosario de Cádiz animaba al público de Triana a los sones de La Valiente, y el CECOP trataba a duras penas de reorganizar su dispositivo. Poco después, el misterio de la Cena abandonaba la catedral siendo despedido por las campanas de Santa Marta, y San Juan de la Palma despejaba su incógnita con la suspensión de la salida de la Amargura. Con el cielo amenazando ruina y los paraguas abriéndose de nuevo, el Señor de la Humildad y Paciencia era cubierto con un capote al tiempo que sus nazarenos, y gran parte del público, aguantaban estoicos bajo la lluvia. Finalmente, la Estrella decidió no salir —«Somos la Valiente pero no la inconsciente», dijo Carlos Martín—, el segundo paso de la Cena se refugiaba en la catedral con la Escolanía de María Auxiliadora mojada de pies a cabeza —la imagen más desoladora la ofreció una joven acólita llorando mientras sostenía un incensario—, y el Señor de Sebastián Santos hacía lo propio con el llamador roto y cubierto con un impermeable naranja.

A las siete en punto, José Antonio Maldonado ratificaba el alto riesgo de precipitaciones hasta la noche y avisaba de que, a partir del Lunes Santo, las temperaturas se desplomarían por completo. Noticia a la que sucedió la suspensión definitiva de la estación de penitencia de Jesús Despojado, la Cena y la Paz —los seis pasos se quedarían en la seo— y las palabras de don José Ángel Saiz Meneses por los altavoces de la Magna Hispalensis. Un discurso lleno de cariño que precedió a la cancelación de la procesión del Amor y en el que mencionó el sacrificio realizado por los cofrades —la vida surgió del barro— y el lado positivo representado por la lluvia —«hermana agua», la llamó emocionado—.

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