Semana Santa

Sevilla escribió un epílogo a la altura de su devoción

A falta del cortejo de la Resurrección, la ciudad apuró su celebración más desabrida con un Sábado Santo para enmarcar

Paso de la Hermandad de los Servitas a su llegada al comienzo de la Carrera Oficial.

Paso de la Hermandad de los Servitas a su llegada al comienzo de la Carrera Oficial. / Joaquin Corchero

Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

Qué razón tenía George Sand, popular novelista francesa, cuando dijo que “las decepciones no matan, y las esperanzas hacen vivir”. Cuando los ánimos se revelaban maltrechos y el corazón se doblegaba a las tinieblas, llegó la luz prometida por Isaías, aquella que con tintes heroicos quiso alumbrar el Plantinar y, con él, a toda Sevilla. Habría cofradías en la calle en la jornada más fúnebre, la que es necesario glosar con versos de arte mayor y cuya suntuosidad evoca a la realeza. 

Con la tregua prometida por los profesionales de la meteorología —vaya desde aquí nuestro sincero agradecimiento—, a las dos de la tarde, el Sol se echaba a la calle tras una sutil moratoria que desembocó en un recorrido alternativo. Plaza del Aljarafe, Enramadilla o San Fernando fueron algunas de las calles por las que desfiló la corporación. El objetivo era llegar a la Campana poco después de las cinco, siendo especialmente vibrante la salida del Cristo Varón de Dolores a los sones de la banda de música del Sol —la formación interpretó una versión de la marcha "Eternidad" muy aclamada por los presentes—, pero también el recibimiento dispensado en Ramón y Cajal a los jóvenes de Bendición y Esperanza —enorme el proyecto de Maruja Vilches en el Polígono Sur—. Sesenta minutos antes, Esteban Romera compartía en su cuenta de X un video del paso de la Soledad de San Buenaventura siendo trasladado al almacén de la calle Santas Patronas. El alfa y el omega del día.

Tres cofradías y un sueño

Al filo de las tres de la tarde, conocíamos la noticia de que la Resurrección recortaría su itinerario del Domingo, saliendo de la iglesia a las once de la mañana y recogiendo a la Virgen de la Aurora poco después de las seis de la tarde —su Diputado Mayor de Gobierno, el periodista Mario Daza, ya apuntaba esta posibilidad en la noche del Jueves Santo—. Una hora más tarde, los Servitas abrían las puertas de su Capilla para regocijo de los cofrades… y también de los hosteleros, cuyos veladores recuperaban el color tras dos días de desengaño —qué hermosura de exornos en el sexto centenario de la Orden—. Mientras tanto, y una vez consumida la prórroga solicitada al Consejo, la Trinidad abandonaba María Auxiliadora con novecientos nazarenos bajo un cielo azul turquesa propio de un Domingo de Ramos. Desde el Miércoles Santo no se veían nazarenos por las calles, y antes de la hora del té, ya era posible disfrutar en primera fila de hasta tres cofradías. 

Con el guapo subido y los diputados de tramo imprimiendo ritmo, el Sábado Santo comenzó a cobrar intensidad a medida que el público iba poblando el centro. De los tres cuartos de entrada al paso de la Sacra Conversación, al lleno tras la Virgen de la Soledad —un año más, Antonio Bejarano hacía doblete en la cofradía, vistiendo a la Dolorosa y cuidando de los monaguillos—. Tras la exhibición de sus dos misterios, el palio de la Trinidad brilló de manera especial en la plaza del Duque, haciendo ciertas las palabras de José María Javierre: “Las cofradías de los barrios crean un luminoso anillo procesional que abraza el corazón de la ciudad”. El culmen fue la petalada que la Virgen de la Esperanza recibió antes de acceder al palquillo. Un gesto de amor hacia la imagen de Astorga que se repitió al inicio de Sierpes. 

La Hermandad de la Trinidad a su llegada al comienzo de la Carrera Oficial, a 30 de marzo de 2024, en Sevilla, Andalucía (España). Las hermandades y cofradías que realizan su estación de penitencia en el Sábado Santo en Sevilla son, por orden de aparición este año: El Sol, Los Servitas, La Trinidad, El Santo Entierro y Soledad de San Lorenzo. 30 MARZO 2024 Joaquin Corchero / Europa Press 30/03/2024 / Joaquin Corchero

La Hermandad de la Trinidad a su llegada al comienzo de la Carrera Oficial. / Joaquin Corchero

“La Madre nunca marchita”

Llegaba el momento grave, y hasta los niños que portaban las 'Armas Christi' supieron estar a la altura al salir de San Gregorio. En busca de la catedral, el cortejo del Santo Entierro dejó estampas soberbias, de esas que solo pueden explicarse a través de plumas como las de Eugenio Noel: “Luces cristianas que arden como lenguas, músicas y ditirambos”. Menos representaciones de Hermandades que otros años, pero más fotografías a una Canina oteada por el Pregonero que mejor la supo exaltar. 

Ni siquiera los veinte minutos de retraso con los que salió la Soledad —“la Madre nunca marchita”, según el poeta Caro Romero— hicieron que el público se impacientara en los alrededores de San Lorenzo. La noche enfundaba el mapa de la ciudad, y el viento vencía a las cañas en su afán por encender las candelerías. Gracias al esfuerzo de los nazarenos, y a los costaleros comandados por los Ariza, el cierre de la Campana se llevó a cabo nueve minutos por encima de la hora, un detalle nimio para una jornada perfecta. Dado que los partes anunciaban agua a partir de las once de la noche, nadie se demoró en regresar a sus templos. Con la Vigilia Pascual a la vuelta de la esquina, y los blancos nazarenos de la Salle velando túnicas, el Sábado Santo comenzó a expirar, y con él toda la Semana Santa. Ya solo resta aguardar que el Señor que calmó la tempestad renazca en Santa Marina —"Si el morir te causa espanto, ama la resurrección", apuntó San Agustín—, o lo que es lo mismo: que Sevilla rubrique un epílogo a la altura de su devoción.