Un Rocío distinto

Carmelita y su 'petalá' de romero al Rocío de Triana

Carmelita Flores tira ramas de romero junto a su familia al 'simpecao' del Rocío de Triana cuando pasa por su balcón de la calle Castilla, una tradición con 37 años de historia

Carmelita Flores tirando romero al Simpecado de Triana

Carmelita Flores tirando romero al Simpecado de Triana / CEDIDA

Carlos Doncel

Carlos Doncel

Casi al final de la calle Castilla, poco antes de enfilar la salida a Huelva, al Simpecao del Rocío de Triana le tiran una petalá. No es de claveles ni rosas: la familia Flores echa desde su balcón ramitas de romero. Y como el palio de la Esperanza va preñado de pétalos cuando llega al puente, la carreta marcha a la Aldea con el profundo olor a campo de esta hierba desde hace ya 37 años.

"Mi sobrino Vicente vino un día a casa y me preguntó si quería tirarle romero al Simpecado, que él podía traer un poco de unas matas que había en su colegio. Aquella fue la primera vez que lo hicimos", recuerda Carmelita Flores, de 80 años, sentada junto al pretil. Desde entonces, esta trianera reúne en casa a hijos, nietos y sobrinos cuando sale la carreta de su barrio para cumplir con una tradición con décadas de historia.

"Empezamos con varias ramitas, y ahora vamos ya por bolsones", cuenta entre risas Carmen Caro, hija de Carmelita. "Al principio íbamos al cortijo de un amigo, y cuando lo vendió, fuimos a buscarlo a Umbrete, Villanueva y Benacazón, que es donde lo cogemos ahora. Nos hemos recorrido media provincia", comenta Caro.

Cada miércoles previo al Rocío, el suelo se vuelve verde y entre el bullicio de los hermanos, se oye siempre una sevillana. Pero una especial, en la que José Vicente Flores narra la historia de su tía: "Y año tras año revive su sueño: ella prepara en su casa mil ramitas de romero, que anoche cortó en el campo pa que hoy le lluevan del cielo", reza el estribillo. Cuando pasa la última de las carretas, no se ve ni una sola brizna. "Todos se quieren llevar un poco para el camino", dice la matriarca de los Flores.  

La familia Flores cantándole y tirándole romero al simpecao

La familia Flores cantándole al Simpecado / CEDIDA

La fe rociera como herencia

"Mi padre era una persona muy, muy seria. Pero cuatro o cinco días antes del Rocío, se le cambiaba la cara", rememora Carmelita. "Llegó a tener el número tres de la Hermandad, y solía preguntar si habían muerto ya los dos de delante. Decía con mucha guasa que le daba pena, pero que quería ser el uno".

Fue él quien le inculcó la fe en la patrona de Almonte. La primera vez que Carmelita Flores pisó la Aldea tenía 11 años, y no dejó de visitarla en las 64 romerías siguientes. "Mi marido no era rociero y ahora lo tengo machacado. Para mí el Rocío es fe, es mi vida", confiesa emocionada.  

Carmelita Flores en el balcón de su casa mientras pasan las carretas

Carmelita Flores en el balcón de su casa mientras pasan las carretas / CEDIDA

Y esta misma manera de vivir y sentir el Rocío es la que le ha legado a sus hijos y estos, a su vez, a los nietos. "Lo primero que hacemos nada más llegar es plantarnos delante de la Virgen. Le inculco a mis niños que eso es lo esencial, y que también hay tiempo para pasarlo bien", cuenta Carmen Caro, de 48 años. "Mi abuelo lo resumía bien cuando decía 'Nosotros sabemos qué es el Rocío'”.

La pena de verlo ir

A Carmelita Flores le dio un ictus hace unos años. Desde entonces, dejó de ir a la romería. El Rocío ahora empieza y acaba en su calle. "No puedo hacer el camino, no puedo hacer nada desde aquello", cuenta. "Al menos disfruto con mi gente ese día. Las puertas de la casa esa mañana están siempre abiertas".

"También lo paso mal cuando veo a mi sobrino Federico, que es el hermano mayor, y al resto irse a la Aldea, mientras yo me quedo aquí. Me vengo abajo", reconoce Flores. "Pero son lágrimas bonitas, no de pena. Salen del alma", le corrige su hija Carmen.

Este miércoles, Carmelita y la familia volverán a tirar ramitas de romero al Simpecao trianero, tal como es costumbre desde hace 37 años. Cuando pase la última carreta, se sentará junto al pretil, con su vieja medalla al pecho y la emoción de haber vivido un nuevo Rocío más. Aunque sea desde su balcón.