Yo trabajo en la Feria

Los Flores, la familia que endulza la Feria con sus buñuelos desde hace décadas

Concha Ramos y sus cinco hijos regentan una de las casetas de la Plaza de los Buñoleros, donde venden cientos de estos dulces durante la semana que dura esta fiesta

La saga de Los Flores preparando buñuelos

La saga de Los Flores preparando buñuelos / Jorge Jiménez

Carlos Doncel

Carlos Doncel

El fuego empieza a calentar un enorme perol lleno de aceite. Son las cuatro de la tarde, y en el Patio de los Buñoleros del Real de la Feria, muy cerca de la portada, la familia Flores espera a los primeros clientes del día. "Esto es como un imán: en cuanto se para el primero, se paran todos los demás. Esta caseta está bendecida", cuenta Fátima Flores, al frente del negocio junto a sus cuatro hermanos. 

Al fondo, al lado de la mesa de los tickets, está sentada Concha Ramos, la matriarca. A sus 79 años ya no puede elaborar buñuelos como antaño, pero no concibe esta semana sin el olor a masa y chocolate. "Yo empecé de pequeña ayudando a mis padres y abuelos. Mi familia siempre ha hecho estos dulces, desde que empezó la tradición de comerlos", recuerda.

Ahora supervisa que salga todo bien. Una vigía desde su silla con décadas de experiencia en el oficio. "Yo me jubilé hace tiempo, ya estoy aquí sentada. No trabajo, pero estoy con ellos porque me da miedo de los peroles", comenta Concha. Los adornos del local, repleto de encajes blancos y borlones colorados, sí son obra suya: "Me paso todo el verano y el invierno cosiendo para que esté así de bonito", afirma con orgullo.

Mucho sacrificio para ganarse "un jornalito"

Fátima Flores comenzó en esto de los buñuelos en 1984, cuando tenía poco más de 11 años. Después de 40 ferias, sabe, como su madre y hermanos, lo dura que se hace esta semana: "Esto es muy sacrificado, muchísimo. No se imagina la gente el trabajo que tiene", dice Fátima. Y no solo los días que van del Sábado de Pescaíto a los fuegos artificiales: "Nos pegamos cerca de un mes antes montando la caseta para que quede como está ahora: preciosa".

La jornada laboral comienza después de almorzar, alrededor de las cuatro de la tarde, y se alarga durante más de 14 horas: "Antes nos daban las 10 de la mañana. Hoy en día no nos dejan porque hay una reducción de horario y tenemos que cortar sobre las seis y media", detalla esta hija de Concha. "Cuando llega el último día no tenemos ganas ni de despedirnos de ninguno. 'Adiós, adiós, ya nos veremos'", suelta con guasa.

Limpiarlo todo, preparar la masa y el chocolate, la caja, los tickets, reponer neveras, la sartén, el butano, el aceite. "Al final de la Feria no compensa nada ese sacrificio ni por todo el oro del mundo", reconoce Fátima Flores. "Nos da nuestro jornalito con el que podemos pagar nuestros gastos. Lo que se gana en un mes se coge en una semana, pero tampoco es tanto dinero como para el esfuerzo que supone". 

Una tradición familiar que no quieren perder

La familia Flores iba antes a otras ferias de la provincia, pero lo dejaron hace un tiempo porque cada hijo tiene su respectivo puesto de trabajo durante el resto del año. "Yo voy al campo, mi marido y mi cuñado son camioneros, y mi hermano curra en los servicios de Remsa, por ejemplo", precisa Fátima.

Pero cuando se acerca la Feria de Abril, piden permisos y vacaciones para volver a vender estos dulces fritos. "Esta fiesta para nosotros es muy especial, es el momento en el que nos reunimos toda la familia y trabajamos juntos. Después de tantos años, para nosotros es un orgullo seguir la tradición familiar", cuenta esta buñolera sevillana.

"Mis cinco hijos se han criado prácticamente aquí, con los buñuelos. Son muchos años", cuenta Concha Ramos. Su marido, José Flores, el patriarca de la familia, falleció hace tres años, pero tuvo claro que ese no podía ser el fin de la caseta: "Había que seguir con esto palante. Tengo mi familia y quiero que ellos puedan hacer lo mismo que nosotros hemos hecho". 

Los Flores en su caseta de buñuelos

Concha Ramos con su hijo Antonio Flores / Jorge Jiménez

Una fotografía en el centro de la caseta recuerda a José, en esa misma caseta en la que pasaba su feria. "Si no fuera por mi padre y mi madre, esto no estaría aquí", afirma Antonio Flores, otro de los hijos. "Me siento orgullosa de que sigamos haciendo lo que él quería y le gustaba", añade Concha.

Un matrimonio se sienta a la mesa y pide café y una ración de buñuelos. El perol humea y los primeros dulces se empiezan a freír. Comienza un día más en la Feria de los Flores, la familia que endulza el Real desde hace décadas.