Feria de Abril

Esta es la Feria de Sevilla que conozco y la que puedo contarles

La Feria de Abril en familia, un día en el Real.

La Feria de Abril en familia, un día en el Real. / Jose Manuel Vidal /Efe

Isabel Morillo

Isabel Morillo

El otro día leía que es en el hipocampo, en el lóbulo temporal del cerebro, donde se guardan todos los recuerdos autobiográficos, el almacén de nuestras vivencias. Rápidamente hilé: mi hipocampo está sin duda lleno de imágenes de la Feria de Sevilla. De volantes, farolillos, amigas, amigos, flamenquín, montaito de lomo, rebujito, rumbas, sevillanas y muchas risas. Pónganle más risas todavía. El primer beso, la primera vez que bebes alcohol, presentas tu pareja a tus padres o conoces a tus suegros, el primer permiso para llegar amaneciendo a casa, la primera vez que te das cuentas de que tus hijos son más mayores de lo que creías…la vida pasa en la Feria.

Es difícil explicar sin caer en el chovinismo, que abunda en esta ciudad encantada de conocerse, qué es la Feria para quien sea feriante. Spoiler: hay sevillanos que no les gusta nada esa fiesta y que solo ven desventajas en el calor, el albero, los caballos, las bullas, los precios de sablazo, la música que te deja los oídos pitando para varios días o los beodos y beodas danzando por el Real.

Sevilla es diversa pero quienes vivimos la Feria como el gran respiro, el momento que pone el contador a cero cada año, ya sentimos eso que repite siempre mi madre cuando se barrunta el alumbrao: “Hay que disfrutar de todo porque el año que viene no sabemos lo que nos espera”. Estos días ni hay cansancio ni hay dolor ni hay pena y si las hay, no se cuentan. En esta ciudad efímera toca obviarlas y ensalzar la alegría. Ese lema del carpe diem, vive el momento, es fundamental para disfrutar la semana larga que viene por delante. Doble vida, porque trabajar y disfrutar a ese nivel es muy exigente y no hay más remedio que hacerlo. Solo un día, el miércoles, es festivo local.

Los preparativos

Los vestidos de gitana colgados, los mantoncillos estirados, recuento de flores y abalorios, corbatas a punto, trajes de chaqueta recogidos de la tintorería, zapatos feriantes (cómodos y elegantes), todo en comuna de casa de mis padres, así empieza mi semana. Sin duda hay muchas ferias y cada uno puede contar la que conoce. La de la caseta familiar de solo un módulo, la que empieza cuando bailo con mi padre las primeras cuatro sevillanas, la que hace que se me anude el estómago cuando se me cruza la idea de que algún día no podré bailarlas y trago saliva porque Pasa la vida y no has notado que has vivido, cuando pasa la vida... La de mi madre asumiendo responsabilidades de más con los preparativos y quitándonos trabajo porque “vosotras ya tenéis mucha carga”. La de mis hijos desde días atrás presionando porque, si ya hay pocos lectivos, ellos no piensan ir al colegio ningún día (“mamá, por favor que no va nadie”). La de mi hermana preguntándome cuándo voy a ponerme tal mantoncillo porque nosotras compartimos todo. La de mis amigas hermanas mandando audios cantando estribillos de sevillanas o poniendo a disposición del grupo las mejores galas. La de mi pareja porfiándome porque “¿no iremos todos los días, no?”, para luego no faltar ni uno y convertirse en el feriante perfecto. La de mi sobrina con tres años colocándose la flor en la cabeza como si hubiera nacido con eso aprendido. Arte puro.

Familia y amigos

Esta Feria, de familia y amigos, es la mía. La que solo me he perdido dos veces en mi vida. Una porque estaba estudiando fuera y otra porque estaba ingresada recién parida en un hospital. Mi feria en el exilio decidió mi matrimonio diez años después. Quien siendo feriante renuncia a quedarse en Sevilla y se planta en tu destino a 3.000 kilómetros de distancia, con una maleta cargada de farolillos y manzanilla, gana muchos puntos para ser un gran compañero de vida. Mis padres se casaron un día de Feria y acabaron allí el convite, por eso en la caseta juntos celebramos su aniversario 47 años más tarde.

Momento de reencuentro, de coger fuerzas, de parar, respirar y disfrutar de la vida sin reloj. Días de abrazar, bailar, de exaltación de la amistad, de recibir y ejercer de anfitriona sin que a nadie le falte gloria, de preocuparse de que el amigo que venga de fuera se sienta cómodo. De dejar de sentir culpa, porque va todo tan rápido que no puedes estar con quien de verdad quieres estar y para eso está la Feria, para recuperar el tiempo perdido. Esa hoguera de las vanidades como un escaparate. Recuerdos de infancia y de juventud. Música para mis oídos. Una fiesta frívola y clasista, dicen. Jamás la he sentido así pero no pienso discutir, que es Feria.

Del Prado a Los Remedios

Me encantaba oír a mi abuela contarme las cosas de cuando era en el Prado, buscar aquellas fotos en blanco y negro, mi madre y mi tía de gitanas, mi tío de corto, mi abuela como una actriz de Hollywood, mi abuelo como un galán de telenovela. He fantaseado con la feria que pasarían Ava Gadner, Grace Kelly o Jackie Kennedy con la Duquesa de Alba a caballo. Me he sentido Lola Flores muerta de risa en una silla de tijera tocando las palmas. He hilvanado una novela imaginaria en mi cabeza con esa foto mítica de los intelectuales en la caseta de La venta de los gatos donde Santiago Montoto reunió a sus amigos de la Tertulia del Arenal. Están Guillén, Romero Murube, Chaves Nogales, Núñez de Herrera y Martínez de León, José María Romero y Gustavo Bacarisas. Era abril de 1935. Nunca se volvieron a reunir. “Hay que disfrutar de todo porque el año que viene no sabemos lo que nos espera”, como dice mi madre.

Más que PIB

La Feria de Sevilla es un motor económico. Un escaparate turístico. Una inyección imprescindible al PIB de la ciudad. Es objeto de crítica y tópico. Posiblemente fotografíe una Sevilla de señoritos, de postureo, que ni siento ni veo así. No pienso pedir perdón por eso. La Feria es parte de mi herencia. Sólo vengo a decirles que si tienen curiosidad e interés, la vivan, al menos, una vez en la vida. Sigan los consejos básicos de algún amigo sevillano. Disfruten. Tienen las puertas abiertas porque esta ciudad acoge como nadie, digan lo que digan.

A los que sí me comprenden, contarles que llevo días, ahora por Spotify, oyendo las cintas de casete que quemamos en mi infancia en el coche de mis padres. Romero San Juan y Rafael del Estad. Por aquí está ya activado el modo Cuéntame… Cuéntame como te va la vida ahora cuéntame. Disfrutemos todo lo que podamos y un poquito más, por lo que pueda venir. Disfruten también por los que no pueden. Carpe diem. "No se envejece en Sevilla", escribió Chaves Nogales, en La Ciudad. "Así como hay pueblos que viven únicamente preparándose a morir, al nuestro se le va la vida disponiéndose a vivirla".